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Aire, agua, luz y tierra
El sol alborotado con explosiones y llamaradas.
El mar con huracanes en fila. La luz en apagón súbito y la tierra acomodando placas, en centro y sureste. Con terremoto oscilatorio de centenares de réplicas. Y todo en el aniversario de los atentados neoyorquinos y ya cerca de las fiestas patrias. Son algunas, nada más de las convergencias dinámicas que nos recuerdan dónde estamos y cuántos cambios se dan en los elementos de nuestro ambiente planetario.
La ciencia moderna tiene la tecnología de punta. Usa criterios estadísticos y dinámicos aprovechando la observación múltiple que se logra con todos los sensores, los radares, las cámaras, los satélites, las boyas, los vuelos de inspección. Se consiguen aciertos, se disminuyen los márgenes de error pero no se cancelan las sorpresas de intensidad, de trayectoria o de frecuencia en temblores y ciclones.
Los apagones breves que salpican las tareas ordinarias de los usuarios parecen algo ya conocido en todos los países. El impacto de un apagón prolongado, por acá, despierta el amarillismo de las redes. Se inventan sucesos, se agrandan efectos y se pronostican carencias.
Se va sabiendo que no fue la calle, el barrio, la colonia o la ciudad sino varios estados del noreste los afectados. Televisiones, radios, semáforos, teléfonos de cable, refrigeradores, reflectores de hospitales dejan de funcionar y hacen ver que vivimos una vida invadida por la energía eléctrica.
Se ha ido aprendiendo cuáles son las zonas de riesgo y qué precauciones han de tenerse en la resistencia de los materiales de construcción, en la celeridad de los desalojos ya ensayados, en la disposición de los refugios, en la implementación de servicios de emergencia para atender las necesidades básicas.
Todavía las ayudas llegan tarde y permanecen sitios en total aislamiento pero se cuida un poco mejor la vida humana.
El huracán no es el monstruo destructor malvado y cruel.
Las víctimas en su mayoría son los empobrecidos. Son siempre vulnerables, desprotegidos, por una sociedad que no los incluye plenamente en sus programas de seguridad. El viento y el agua vienen a limpiar y a proveer la suficiencia hidráulica de los mantos subterráneos al servicio de la vida. Los años sin huracanes han exhibido lo que es la sequía para la vida vegetal, animal y humana.
Lo más espléndido en ciclones, inundaciones, apagones y terremotos es la actitud contagiosa de solidaridad en que se conjugan los verbos compartir, ayudar, servir, acompañar.
Se despiertan virtudes cívicas que parecían ausentes. Se da la maravilla del encuentro que no solo es proximidad sino involucramiento. Parecen caer las barreras de distinción, de oposición y de separación para vivir la identidad de ser prójimos en fraternidad activa.
Aire, agua, luz y tierra, con su energía planetaria, hacen lo que les toca para construír una situación de emergencia para alejar la indiferencia y humanizar la convivencia. Aireados, inundados, oscurecidos y estremecidos descubrimos todos lo que significa ser no solo una colectividad sino una verdadera comunidad…
Empieza el tiempo de reconstrucción y de rectificación para que, después del túnel, haya más luz de amanecer para todos…