El eterno destino

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El eterno destino

“Ciña, oh patria, tus sienes, de oliva / de La Paz el arcángel divino / que, en el cielo, tu eterno destino, / por el dedo de Dios se escribió”

Alguien dijo que México nació en momentos de epopeya y de idilio. El grito inició la epopeya y el estandarte inició el idilio. Desde la fe se anheló libertad de todo sometimiento y la multitud empezó a luchar. Y se ha escrito –con sangre– una larga historia de vidas sacrificadas. 

El impulso libertario se instaló en la historia para siempre reactivarse, hasta nuestro presente, que sufre dolores de alumbramiento. Una colección de colonialismos ha salpicado el transcurso de los años. Unas cadenas han sucedido a otras hasta llegar a una globalización que no ha sido precisamente solidaria. Los colonialismos internos han tenido pretensiones de exclusión, de acaparamiento, de privilegio. La injusticia estructural y funcional fue construyendo el México de arriba y el de abajo.

Una centuria y un septenario de años llegan a un nuevo aniversario. Su celebración se da en la convergencia de huracanes y terremotos, de amenazas y de discordias codiciosas de poder, en una recta final de sustituciones políticas. Están abiertos los abanicos de posibilidades y de desafíos para la ola de juventud que llega, por cauces universitarios, a la vida pública.

Es el País, es la nación la que se convierte en reto para todos los que quieran verdad, amor, justicia, libertad y paz. Y en lo íntimo está la patria. El himno la sueña ceñida con las hojas de oliva. Son signo arcangélico de un destino eterno. Es ya un escrito divino en páginas celestiales. Es una visión poética ungida de esperanza.

Esa patria que tiene su propio sabor, como una salsa de molcajete en que están como ingredientes la tierra, la raza, la lengua, la cultura, la historia y la fe. Es un paisaje de volcanes bravíos, de desiertos ascéticos y selvas vivificantes, se quedó lo indígena trenzado con lo español, en un mestizaje cósmico.

El dolor de los excluidos, de los desplazados, de los empobrecidos, de los inundados y los empavorecidos hace un contrapunto de contraste con el gozo de las plazas de almas que agitan banderas porque adivinan ese destino eterno que no todos han logrado deletrear en las noches estrelladas de septiembre.

México seguirá gritando su “viva”, de esperar hasta que llegue su “ya vive” de realización cumplida.  

Esa patria sólo puede nacer en nuestra conciencia, en nuestro corazón, en la acción apasionada de una comunidad convertida a sus mejores valores y a sus ideales más altos... ¡Viva México!