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Las Vegas 2017
Decíamos hace apenas unas semanas que existe, en la redacción de los espacios noticiosos, un criterio al que yo llamo el Tabulador Geográfico de la Tragedia.
Es una especie de broma cruel o mal chiste si usted lo prefiere. Sin embargo, es el humor lo que muchas veces salvaguarda la cordura en un oficio en el que la chamba consiste básicamente en recibir, redactar, editar, clasificar y publicar información que es, en su práctica totalidad, nefasta.
El Tabulador Geográfico de la Tragedia nos dice que si una desgracia de alcances masivos (un desafortunado fenómeno de la naturaleza, un ataque terrorista, una acción militar o, en términos de las compañías de seguros, un acto de Dios) llega a ocurrir en alguna de las principales capitales del mundo (Londres, New York, París), amerita automáticamente la portada con los principales encabezados, las ocho columnas, los titulares, la cobertura más extensa, diversos análisis, infografías y un seguimiento de varias semanas.
En cambio, si una tragedia con igual o incluso mayor número de víctimas ocurre en algún país no caucásico (ya sea de Asia, África, Latinoamérica, etcétera), la noticia vende menos y por consiguiente se va directamente a páginas interiores o su equivalencia en medios no impresos.
La nota pierde cinco puntos adicionales cuando el editor desconoce dónde está el país en cuestión, cuál es su capital o el nombre de su Presidente, y 10 puntos si hay qué consultar la manera correcta de escribirlo. Las contingencias locales tienen que pasar de 40 víctimas para que se consideren de portada; si es en EU, con dos finaditos alcanza.
Antes de que me crucifique, le recuerdo primero que yo no inventé estas aberrantes puntadas (sólo las transcribo y las explico aquí para su indignación o regocijo); y segundo: si va a ofenderse, oféndase por nuestro humanitarismo hipócrita, no por un chiste que, de hecho, lo pone en evidencia.
Es un hecho que no tasamos por igual la vida humana, sino que nuestro aprecio por ésta lo determinan la riqueza, la geografía política, la hegemonía cultural capitalista y, por supuesto, la ya discutida pigmentocracia, con un marcadísimo trato VIP hacia los países con menor índice de malanina per cápita (otra vez, si piensa indignarse, escoja la mejor razón para ello).
Como es lógico, el reciente episodio de Las Vegas tiene todos los elementos para robarse los titulares de cualquier matutino de éste y del otro lado de la frontera. Para empezar, ocurrió en el Primer Mundo, en la madre de todas las súper potencias, en el país de los chicos buenos de la película chida, del de los defensores de la democracia, los EU o, como ellos mismos se denominan, America (así, sin acento, porque es en inglés y del río pa’bajo y hasta la Patagonia todo es Meksicou).
Y no azotó la tragedia a cualquier pueblo-quieto de novela de Stephen King, sino que se abatió esta vez sobre la capital mundial de la ludopatía, de los magos gay y del box chafa, el imperio de Celine Dion, de Tom Jones y de Chum Lee: ¡Viva Las Vegas!
El incidente acaeció además durante un concierto de música country, así que la concurrencia estaba conformada necesariamente en un 99.8 por ciento por puro güero bolillo, hijo de Trump.
Por si fuera poco, esta masacre se convierte en la más cuantiosa y sanguinaria en la historia de un país marcado precisamente por sus constantes cuantiosas y sanguinarias masacres.
Un detalle adicional es que el perpetrador parece ser un ciudadano estadounidense ordinario, sin afiliaciones políticas o religiosas extremistas, es decir, un perfecto hijo de vecino, lo que vuelve todo esto aún más espeluznante, ya que el terrorismo al que tanto temen los gringos no se radica en alguna exótica nación de burkas y turbantes, sino que lo tienen tan próximo como el refrigerador.
Con todos estos ingredientes, no sería de extrañarnos que, así hubiesen perecido al otro lado del mundo, al mismo tiempo y por millares, chiitas, kurdos o palestinos, tendrían que conformarse en lo periodístico con un pase a interiores y una nota pequeña en la 9A, cediendo las primeras planas, impresas o virtuales, para las víctimas de Fabulous Las Vegas.
Le juro que yo odio hacer estas distinciones raciales, pero ¡qué quiere!, ¡qué le hago!, si el mundo es así.
Está de más recordarle que no sólo las agencias noticiosas, sino que ahora también nuestros muros y perfiles en redes sociales padecen la misma selectividad racial en su humanitarismo; y es que no es igualmente cool, in o trendy postear una selfie con la etiqueta #PrayForParis, que #PrayForEcatepec. ¡Qué oso!
En síntesis: como ya mencionábamos apenas en la pasada entrega, calamidades las hay todos los días desde que la humanidad decidió erguirse. Nos enteramos a gran escala gracias al advenimiento de los medios masivos y ahora casi instantáneamente con la revolución digital, pero donde hay más de 50 seres humanos congregados, siempre hubo y habrá jaleo.
Las atrocidades no dejan, pues, de sumarse, pero somos nosotros quienes no las categorizamos de la misma forma, sino que las ponderamos bajo criterios mezquinos y, como ya dijimos, muy hipócritas.
El Gobierno norteamericano, autoridades y representantes, de la presente y cualquier administración pasada, se conduelen, se lamentan, derraman lagrimillas en conmovedores discursos y se comprometen (por mero protocolo) a que hechos como el que nos ocupa no se repitan.
Lo gracioso es que saben perfectamente cómo evitar que estas macabras balaceras con tantos muertos inocentes ocurran, al menos, en forma tan reiterada: Revisar su chingada Segunda Enmienda y dejar de alentar como un derecho el que la población civil porte armas. Eso fue un criterio para su guerra de independencia. ¡No mamen!
Pero no lo van a hacer porque es un negocio tan próspero que chorrea lana para todos lados, así que una cuota de vidas de tanto en tanto es un precio razonablemente módico.
Ninguna de estas ideas es ni por asomo novedosa, son hechos del conocimiento público, pero una realidad dolorosa que se acepta con una pasividad escalofriante. Lo único que yo quería añadir es, como consuelo de pendejos, que observemos cómo los Gobiernos sordos para su pueblo, totalmente indiferentes al sufrimiento de éste cuando hay algún interés corporativo, y cómo los ciudadanos congelados en el estupor no son nuestro sello exclusivo, sino que son también parte del paquete básico más allá de las fronteras de nuestro México lindo.
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