Mirador 20/12/2017

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Mirador 20/12/2017


¿Recuerdas, Terry, cuando nadaste por primera vez?

Eras un cachorro todavía; apenas sabías caminar. Y sin embargo cuando pasamos junto al estanque te lanzaste sin vacilar al agua. Me asusté. ¡Eras tan pequeño! Pero nadaste airosamente, jubiloso, y al nadar volvías hacia mí la cabecilla como diciéndome: “Qué tal ¿eh?”.

No debí sorprenderme. Eras un cocker. Los entendidos te llaman “perro de aguas”. En las cacerías eras el encargado de recobrar los patos que caían en la laguna abatidos por los disparos de los cazadores. Fue tu instinto; fue un atávico impulso el que te hizo arrojarte a las aguas del estanque.

Yo no era cazador, Terry, y quizás te extrañaba no verme rifle en mano. Así miraste quizás a quienes fueron tus dueños en pasadas vida. No sé… Soy incapaz de descifrar los círculos de la vida y de la muerte. También yo tengo instintos, ¿sabes?, que van por el río de mi sangre, antiguos llamamientos que me llevan a veces hacia el mal.

No digo eso, Terry, por culpar al instinto de lo que hago. Lo digo porque hubiera querido tener tu inocencia de criatura del Señor. Entonces habría hecho sólo cosas buenas, y te habría dicho: “Qué tal ¿eh?”.

¡Hasta mañana!...