Mirador 27/12/17

Usted está aquí

Mirador 27/12/17

Cuando María de la Luz y yo nos casamos —eso fue hace 53 años— Acapulco era el lugar de moda para ir de luna de miel.

Ni ella ni yo soñamos jamás con ir ahí. No es que fuéramos pobres, no: éramos ricos. Lo único que nos faltaba era dinero. Acapulco era para nosotros un paraíso inaccesible. Fuimos entonces a otro paraíso: Guadalajara. El buen padre Luis Manuel Guzmán, que nos casó en Saltillo, tenía amigos en esa bella ciudad, y nos consiguió tarifas de regalo en el autobús y en un hotel.

En Tlaquepaque adquirimos un pequeño nacimiento. Sencillo, hecho de barro, lo conservamos todavía. A partir de entonces compramos un nacimiento cada año.

Los hemos traído de muchas partes del mundo, y nos han regalado algunos muy hermosos, pero el que más queremos es aquél, el más pequeño, el más humilde.

En este momento lo estoy viendo. Mucha grandeza hay en su pequeñez, y en su humildad se oculta el gran Misterio. Me regala al mismo tiempo los dones del recuerdo y los tesoros de la Navidad.

¡Hasta mañana!...