Cómo vivir adecuadamente el 2018

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Cómo vivir adecuadamente el 2018

Hay cosas que fueron creadas para gozarse durante un brevísimo instante, como el estallido de un cohetón.

Se habrá percatado, si tiene 40 o más, que su memoria no es ya lo que solía ser, gracias a que muchos de sus antiguos deberes se los delegó a su inseparable teléfono móvil.

¿Se acuerda cuando, por grave que fuera su desmemoria, en su cabeza almacenaba una agenda mínima con los teléfonos de sus cinco contactos vitales?

A menos, claro, que fuese usted uno de esos prodigios, capaces de recitar todos los números (casa oficina y celular) de cada amigo, familiar, pariente, colega, cliente, proveedor, compañeros de generación y amores pretéritos desde la secundaria, si más ayuda que su retención cognitiva.

Ya sea que visualizaran las cifras o que las relacionasen con algo para recordarlas posteriormente con mayor facilidad, algunas de estas memorias eran dignas de presentarse en las ferias del país como fenómenos circenses.

En la universidad, era imposible no aprendernos el teléfono de cada uno de los amigotes a fuerza de estarlo discando para seguir la juerga infinita. Y cuando unos ojos bonitos nos daban su número, lo de anotarlo era puro trámite, pues no había amnesia que nos hiciera olvidar aquellos cinco, seis o siete dígitos.

¿Qué nos sucedió?

Pues ya le digo, que primero encontramos muy conveniente eso de capturar a todos nuestros contactos en un equipo portátil y relevar a nuestro cerebro del engorroso brete de almacenar tanto nombre y número, lo que al poco tiempo se convirtió en franca dependencia.

Y, desde que basta un solo botón para hacer el enlace telefónico correspondiente, estamos ya casi olvidando hasta los nombres más cercanos en nuestras vidas:

-Siri, por favor comunícame con la señora ésta… errrr… la que es muy chistosa y regañona… Ya sabes, mayor de edad, con lentes y muchos achaques… ¡La que me dio a luz, vaya!

-Llamando a “Madre”.

Es innegable que con todas las ventajas que conlleva la  tecnología, perdimos algunas de nuestras facultades más elementales, como la memoria (y de nuestra cada vez más efímera atención ya mejor ni hablamos).

Permitimos que se nos atrofiara un importante músculo mental porque damos por sentado que la muleta en la que apoyamos todo el peso informativo que antes soportaba, siempre va a estar ahí cuando la necesitemos. Pues ojalá que así sea.

Pero sucede que también hemos responsabilizado al celular de registrar, clasificar, evaluar y almacenar otros acervos igualmente o más importantes que nuestra mera agenda.

Pasa que hemos designado al teléfono como el albacea de los mejores momentos de nuestras vidas.

Habrá observado (o peor, quizás sea una de ellas) a las personas que no puede ver en paz un espectáculo de fuegos artificiales sin sentir la compulsión por sacar el teléfono, activar la cámara y grabarlo todo.

¿Para qué?, me pregunto yo. Ni modo que en dos años diga, ¨voy a ver la pirotecnia del Ojo de Agua del 2015”.

¡Nadie hace eso y -lo que es más- nadie lo necesita!

Hay cosas que fueron creadas para gozarse durante un brevísimo instante, como el estallido de un cohetón.

Así, hay infinidad de momentos que no se supone que nos llevemos almacenados en bytes, sino que debemos disfrutarlos en tiempo presente porque su vigencia caduca enseguida.

Lo peligroso de insistir en este hábito (de registrar todo con el celular y no en el corazón) es que el cerebro tiende a pensar con los recuerdos igual que con los números telefónicos, que no se toma ya la molestia de almacenarlos porque, al fin de cuentas, una memoria cibernética lo está haciendo por nosotros.

Nos esmeramos más por fotografiarlo o por video grabarlo todo que por vivirlo, porque  así “mis experiencias estarán siempre disponibles en mi celular”. ¿En serio?

Creo que luego de un tiempo no seremos capaces de recordar si el año pasado estuvimos en Reino Unido o en Reino Aventura.

Bueno, quizás no tanto así, pero sí habremos olvidado los mejores detalles, porque se los habremos confiado a un aparato en vez de simplemente apagarlo, relajarnos y disfrutar el instante, por fugaz que sea.

Nos hemos vuelto tan peligrosamente comodinos y dependientes, que estamos poniendo a vivir al celular por nosotros. Y mi deseo y consejo para el 2018 es que dejemos la cámara de nuestros móviles (aunque sea de última generación) y recobremos el gusto de maravillarnos con nuestros propios ojos.

Se los dice alguien que no tiene absolutamente nada en contra de estos equipos. Bueno, quizás el precio y las teclas diminutas, pero realmente: ¿Cómo he de  ponerle empachos, yo comunicólogo, a un enlace portátil con la mayor base de datos que jamás haya creado a la humanidad? ¿Cómo objetar una red de comunicación que me permite enlazarme con cualquier ser humano en cualquier punto de la geografía terrestre? ¿Cómo reprocharme por un equipo que es mucho mejor cámara que las que utilicé en mis prácticas universitarias? ¡Tendría que estar enfermo o ser de plano un zopenco!

Ni siquiera estoy diciendo o sugiriendo que por cortesía suelte el celular cuando esté en presencia de otras personas. Muchas veces quien está del otro lado de la pantalla es mucho más interesante que las necedades que nos está diciendo el monigote que exige nuestra atención en persona.

No. Todo lo que digo es que la próxima vez que asista a un concierto, o que visite algún monumento o sitio histórico; cuando atienda a algún evento deportivo o celebración de cualquier índole, dedíquese con todo su ser a disfrutar ese momento. Ocúpese realmente por vivirlo.

Los esfuerzos por preservarlo todo digitalmente son tan inútiles como patéticos y sólo debilitan la calidad de nuestros recuerdos.

Y memoria es, al final, todo lo que somos. ¡Feliz 2018!

Petatiux@hotmail.com 
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