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KidZania UAdeC

La Universidad Autónoma de Coahuila dejó de ser –si es que acaso alguna vez lo fue– una entidad de enseñanza e investigación para convertirse en una especie de KidZania.

Los KidZania, por si no lo sabe, son parques de edu-entretenimiento, un concepto orgullosamente mexicano exportado hoy día a todo el mundo, en los cuales los niños aprenden del mundo adulto, en una réplica a escala de una ciudad real.

Los chiquitines juegan a desempeñarse en los diferentes roles de la vida adulta: pueden ser periodistas, panaderos, mecánicos, banqueros (¡pequeños mini-desgraciados!), maestros de yoga, laboratoristas y un larguísimo etcétera que –rogamos a San Pascual Bailón– no incluya a las profesionales del tubo.

No sé si la experiencia KidZania también prepare a los infantes para las decepciones y frustraciones del mundo de los grandes (impuestos, crisis de la mediana edad, paupérrimos planes de retiro, alopecia), pero sin duda debe ser una manera muy lúdica y vivencial de asomarse a lo que les depara la vida para dentro de 35 años.

Y así percibo yo a nuestra casa de estudios, como un mero laboratorio de lo que es “el mundo real”. Allí los estudiantes se entrenan para ser el manso rebaño de conformistas que llegamos a ser en la sociedad adulta.

Sirve incluso para que el Poder haga músculo y ensaye todas las trapacerías que practica a gran escala, desde el chanchullo administrativo hasta la farsa democrática.

Para comenzar y pronto acabar, la autonomía universitaria es, como ya hemos dicho aquí hasta el cansancio, inexistente, meramente nominal. La UAdeC se llama así nomás porque ponerle Universidad de Coahuila sonaba muy escueto.

– Como que le hace falta… no sé. Un adjetivo, ¿no? 
– ¿Qué sugieres?
– Universidad Perrona de Coahuila.
– Esteee… creo que nos vamos mejor con lo de “Autónoma”.

Y aunque sea una mentira soberana y demostrable, la institución ha ostentado este nombre durante décadas. Los periodos se suceden y cada rector es palomeado, cuando no designado directamente, por el dedazo del gobernador vigente.

Un nuevo proceso de sucesión en la Universidad está en puerta luego de la salida de Blas Flores, quien ahora ocupa la Tesorería del Estado (ya ve cómo la Rectoría es sólo un puesto más dentro del gabinete del Ejecutivo), mientras que la Auditoria Superior de la Federación (ASF) no disponga otra cosa.

Hoy resulta que para no variar hay un candidato único, un delfín del grupo del nuevo mandatario coahuilense: Salvador Hernández Vélez, quien contenderá únicamente contra la opción “nuevas elecciones”.

Sobra decir que una elección universitaria en la que uno de los candidatos goza del respaldo del Gobierno del estado es una película burda hasta lo grotesco, pero también perfectamente predecible.

El cuerpo docente es muy fácilmente manipulable desde sus derechos, privilegios y prestaciones, ni qué decir de la comunidad estudiantil (mitad infantil, mitad juventud inexperta). El poco pensamiento disidente no tiene ningún peso frente a una mayoría obediente y maleable.

¿Le suena familiar? ¿Será acaso porque de igual manera, fuera del ámbito universitario, el poder se refrenda elección tras elección a través de un perfecto mecanismo de coerción-enajenación?

Ya le digo, la Universidad es un reflejo perfecto de lo que es el ejercicio democrático y electoral extramuros. Un buen ensayo de lo que les depara la vida a los estudiantes una vez alcanzada la adultez.

El priista Hernández Vélez será el nuevo rector de la UAdeC, sin mayor traba o dificultad que obtener una votación muy por encima de la otra opción en la boleta para que su triunfo quede suficientemente legitimado y disimule un poco el fuerte hedor a designación.

Por lo pronto, y dado el frío que está haciendo, la maquinaria ya se puso a calentar: el telemerolico del canal local ya se deshace en loas para el candidato único mientras en diversos medios se le dedican notas que más bien se antojan panegíricos. La campaña será mero trámite.

Me refiere una fuente que en una reciente reunión con docentes de la Facultad de Sistemas, Hernández Vélez dio un mensaje en el cual ponderaba las relaciones personales por encima de cualquier mérito para llegar lejos en la vida. Incluso habría reconocido, como de mayor relevancia en su trayectoria, las relaciones que los méritos.

De ser así, amén de ser un desafortunadísimo discurso, corroboraría –tal vez sin querer– lo que yo pienso de la Universidad, que no es sino un ensayo a escala de lo que es nuestra sociedad en tamaño real, una sociedad en la que en efecto cualquier contacto, cualquier amistad, cualquier recomendación o lealtad pesa más que todo el talento, la inteligencia, el empeño y la honestidad de una persona para ascender muy alto, digamos, para llegar a ser rector.

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