Todas las mujeres en edad de merecer están en la estación del ferrocarril de Caracas, Venezuela. Va a llegar Jorge Negrete, el apuesto charro mexicano.

Cuando el ídolo desciende del lujoso vagón que lo traía se instaura el caos: la multitud mujeril lucha con los gendarmes para tratar de acercarse a aquel ejemplar de hombre. Se desmayan unas; otras lloran; y todas gritan como si hubieran sido poseídas por una suerte de locura femenina.

En los siguientes días no hablan las damas de otra cosa más que de Jorge Negrete. Los señores están hartos del cacareado gallo mexicano. Y un buen día surge un extraño movimiento de liberación masculina, el único quizá que ha habido en el continente americano. Como protesta por la desmedida admiración de sus mujeres al Charro Cantor los maridos y novios caraqueños acuerdan una huelga de hombres: durante el tiempo que dure la presencia en Caracas de Negrete no les dirigirán la palabra a sus mujeres.

Aquello es algo muy de verse. Llegan los señores a su casa y se encierran en su cuarto sin decir ni un “Hola” a su consorte. Los novios no van a la cita, y si acuden a ella lo hacen en calidad de estatua del Comendador, mudos y fríos. Al principio aquello divierte a las mujeres, y ríen de la ocurrencia de sus hombres.

Pero sucede que la presencia de Jorge —así le dicen ellas— en Caracas durará una semana, y siete días son demasiados para no oír la voz de sus hombres. Al cuarto día ellas solicitan una tregua. Inútil: los varones, engallados por comentarios de apoyo hechos en los periódicos, no les retiran el castigo, y siguen en aquella mudez intransigente.

Finalmente transcurre la semana y Jorge Negrete deja la capital de Venezuela para ir a otras ciudades. Después de una despedida lacrimógena a su ídolo las esposas y novias vuelven a sus casas. Han dejado atrás la ilusión, y ahora tienen ante sí la realidad. Piden perdón a sus hombres por aquel desvío momentáneo a que las arrastró su condición de mujer: la carne es débil, y los sueños más débiles aún. Todos se dejan convencer: ¿quién no se ha rendido alguna vez a la argumentación femenil, aun sabiendo que está errada? Son arriadas las banderas de aquella masculina rebelión; en todas las alcobas y balcones hay dulzuras de reconciliación, y aquí no ha pasado nada.

Pero ha pasado mucho. Ha habido una huelga de hombres contra mujeres. Episodio como éste no registra, hasta donde sé, ninguna otra página de la historia universal. Yo supe de esa huelga por un singular libro escrito por una mexicana, Luz María Durand, que allá en los años cuarentas dio en la idea de recorrer todas las naciones del continente americano, desde el Canadá hasta la Argentina, a fin de estrechar lazos entre los escritores mexicanos y los de todos esos países. A su paso por Caracas la viajera supo de esa insólita huelga masculina causada por el Charro Cantor, Jorge Negrete. Cosas son éstas muy sabrosas que nos hablan de un tiempo que ya pertenece a la nostalgia. Con Pedro Infante forma Jorge Negrete el gran par de ídolos del pueblo. El carpintero caló más en hondo en México, pero el charro fue más conocido fuera de él. Los dos están presentes todavía, y el recuerdo los hace estar de cuerpo presente entre nosotros.

Ahí seguirán durante mucho tiempo.