La historia que voy a relatar es real. A pesar de eso, es muy interesante.
Sucede que cierto señor se cansó de vivir con su mujer. Ese cansancio no tenía justificación: la señora era de buen ver, inteligente, sabía alternar en sociedad... Pero 20 años, que en el tango no es nada, en algunos matrimonios es mucho, y el señor se puso a pensar la manera de terminar con esa unión que lo cansaba ya.
No tenía ningún pretexto para pedirle el divorcio a su señora. Era buena ama de casa; cumplía las obligaciones de toda buena esposa, especialmente aquella que el Código Civil llama “débito conyugal”, y cuidaba el dinero de su marido. ¿Qué motivo podía alegar él para demandar la disolución del vínculo matrimonial?
Confió su caso a un amigo, hombre mundano y sin escrúpulos, y éste le mostró una salida para su callejón. Le dijo que había oído hablar de un individuo que se dedicaba a provocar divorcios. ¿Qué hacía? Era apuesto y tenía labia. Cortejaba hábilmente a la señora cuyo esposo se quería divorciar; la seguía y perseguía con asiduidad. Algunas que sufrían el abandono e indiferencia del marido acababan cediendo a aquel asedio, y caían en los brazos del seductor.
Ya obtenida la plaza, el vil sujeto informaba al esposo que tal día, a tal hora, estaría con su mujer en tal o cual lugar: un motel; la casa o departamento de una amiga soltera, y aun a veces el propio domicilio conyugal. En el momento acordado llegaba ahí el marido con testigos, o acompañado de gendarmes, y tenía en el adulterio de la esposa motivo bien fundado para exigirle el divorcio, y aun para quedarse con los bienes y la custodia de los hijos. Acción canallesca era aquélla, pero eficaz para lograr el propósito buscado.
Con pago por adelantado, en efectivo, y la promesa de otro mayor cuando el fin estuviera conseguido, el ruin esposo obtuvo los servicios del engañador. Éste garantizaba su trabajo: jamás había fallado en su labor de seducción, aseguraba ufano. Puso inmediatamente manos a la obra. Aguardó a que la señora saliera de su casa, la siguió, y en el supermercado la miró con ojos de rendido amor Se acercó a ella y le habló:
–Señora: permítame decirle con el mayor respeto que es usted muy atractiva. Me gustaría ser su amigo.
Ella le lanzó una mirada de indignación, le dio la espalda y abandonó el lugar sin siquiera terminar sus compras. Cinco o seis intentos más hizo el galán en los siguientes días, todos fallidos. En el último la señora le dijo con voz firme y segura, amenazante, que si no la dejaba en paz iba a denunciarlo a la policía.
El frustrado tenorio dio cuenta al esposo de aquel fracaso estrepitoso. Su señora, le dijo, era una fortaleza de virtud.
–Oiga –reclamó el hombre con enojo–. Usted me dijo que su trabajo está garantizado, y ya le adelanté el dinero.
–En efecto –respondió imperturbable el individuo–. La garantía sigue en pie, y la seguridad de que jamás he fallado en mi trabajo. Si con su esposa no pude lograr el objetivo, le buscaré por otro lado. Al final las cosas sucederán igual: habrá motivo para el divorcio.
–¿Qué quiere usted decir? –preguntó el marido, intrigado.
Le dijo entonces el sujeto:
–Señor: permítame decirle con el mayor respeto que es usted muy atractivo. Me gustaría ser su amigo.