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Blue Monday
Era la década de los noventa del siglo pasado, en esta ciudad estudiaba y trabajaba mi hermano José Guerrero Esponda, chiapaneco de abolengo, cursaba estudios en la Universidad Autónoma Agraria Antonio Narro. Aunque lo suyo siempre fue –y lo es– la buena música, la comunicación social y el análisis de la realidad política, tanto regional como nacional. José Guerrero era y es un melómano irredento. Tiene una de las más amplias colecciones de CD’s, los cuales atesora, y yo haya visto (y escuchado en parte). Por aquellos años de la década de los no venta del siglo pasado, con fervor de quien descubre una perla en un pantano, me dijo corriera a escuchar a su casa un disco de una banda irlandesa la cual revolucionaría al mundo. Sí, era la banda “The Cranberries”, con una vocalista tan bella y menuda de cuerpo, como potente voz, la divina Dolores O’Riordan. Hoy la diva se ha unido a la eternidad en días pasados, y mi hermano José Guerrero y yo hemos quedados hechos unos pendejos, llorando por su temprano adiós.
“Blue Monday.” El lunes 15 de enero fue el día más triste del año. Ese día amanecí con la derrota de los Pittsburgh Steelers sobre mi espalda. Conforme avanzó el día, pensé todo quedaría pronto olvidado (la verdad y usted lo sabe lector, esto del futbol americano, y para mí es como una enfermedad perniciosa, una adicción letal sin paliativo alguno) y para desgracia mía y de media humanidad, así fue. En los portales de los principales diarios del mundo se anunciaba la muerte repentina de una cantante, la cual en mi vida forma parte de mi existencia: Dolores O’Riordan. Revisé varios portales y la infausta nota allí estaba. Le marqué a Guerrero Esponda a Chiapas y le comenté del ingrato acontecimiento. Se quedó mudo al otro lado del auricular. Dijo iba a revisar aquello. Ya por la noche, nos hablamos par de veces con el nudo en la garganta y como telón de fondo, sí, las canciones de estas frambuesas y arándanos, ya en la historia musical de la humanidad.
En aquellos años y justo cuando publicaron su primer disco (“Everybody else is doing it. So why can’t we?”, 1993), el melómano de Pepe Guerrero me dijo de la banda la cual vendría a dar un solo concierto al Teatro Metropolitan de la Ciudad de México. Allá fuimos. Escaso conocidos en ese entonces, ya luego venderían millones de sus discos posteriormente grabados. Vinieron recurrentemente al país, aquí eran muy queridos. Pero, insisto, fue el melómano Guerrero Esponda quien me los “descubrió”, como muchos otros grupos y bandas los cuales me acerca generoso en nuestros gustos compartidos. En este caso, “The Cranberries” forma parte de mi vida.
ESQUINA-BAJAN
No era cualquier banda de rock, ni siquiera eso lo cual ahora llaman y quieren etiquetarlos (para sujetar en precarios conceptos, todo es meter en corsés o protocolos) como rock alternativo o indie, ¿significa algo coherente? Simplemente eran una buena banda de música, la cual con sus letras y la voz de la musa, nos hacían sentir levitar, pasando del desamor a la euforia, luego al quejido lánguido y desgarrado, para finalmente dejarnos como un fardo en nuestros sillones o cama de resguardo. Sus discos rápido fueron un clásico. En un libro bien escrito, “Placeres culpables”, el escritor Óscar García Blesa habla de esta banda de frambuesas, la cual nos cautivó en su momento y hoy forma parte de nuestro mapa sentimental.
Ese “Blue Monday” me entregué a escuchar la discografía de “The Cranberries”, a la par de emborracharme en honor de la menuda Dolores. Molesté a varios de mis amigos quienes, pacientes, me escucharon. El joven abogado Gerardo Blanco, especialista en Derecho Electoral (aquí cometo una infidencia: él y nadie más fue quien llevó el juicio de protección de los derechos políticos de Humberto Moreira en contra del PRI nacional, quienes lo expulsaron. Blanco Guerra ganó el litigio a los supuestos lobos feroces jurídicos del centro del país; tema de otra columna, sin duda) me mandó vía mensaje las siguientes palabras, las cuales atesoro: “Siempre que muere una mujer hermosa puede considerarse una tragedia”.
Y la tragedia nos alcanzó ese día, el lunes más triste del año, cuando perdimos a una voz privilegiada la cual dejó en “Zombie” lo mismo un exceso a la par de un legado vocal difícil de igualar. La menuda Dolores apenas tenía 46 años de edad, pero ya se había enfrentado, como toda buena artista de genio, con el demonio de la depresión, la anorexia, la tristeza emperrada en sus ojos y, al final, un trastorno bipolar el cual la tenía alejada de los escenarios. Sólo una vez los vi tocar en vivo. En Cancún atestaron tres fechas consecutivas de sus conciertos en febrero de 2017. No hubo peso para ir a escucharlos. Hoy, la bella Dolores O’Riordan ya canta en ese lugar llamado cielo y pulsa la guitarra acústica como pocas mujeres lo han hecho en el mundo terreno.
LETRAS MINÚSCULAS
Esta columna está dedicada a mi hermano José Guerrero, con llanto compartido…