Mediados del siglo diecinueve. España. El rey y la reina van a visitar Sevilla. El duque de San Marcos, grande de la corte, sevillano, es el encargado de organizar los festejos. En la “Casa de Pilatos”, lugar de tronío, se ofrece a la pareja real un recital de cante jondo y bailes andaluces. Lo mejor del flamenco se encuentra ahí. Se bailan peteneras, fandanguillos, polos, sevillanas... La estrella del espectáculo es Faico, el gran bailaor. A él se dirige el Marqués de Viana, amigo personal del rey y gran conocedor de los tablaos flamencos. “Maestro -dice a Faico con tono retador-. ¿A que no se atreve con un tango?”. Faico vacila. El tango, que él bailaba con pareja, era una danza atrevida, calificada por muchos de inmoral. Pero el marqués de Viana lo alienta con la mirada. Faico llama a una de las bailaoras, la abraza por la cintura y los dos bailan estrechamente unidos aquella danza nueva, voluptuosa y sensual. Al terminar los bailarines se hace un silencio cargado de tensión. Luego el rey y la reina rompen a aplaudir, entusiasmados. Con el ejemplo real todo el público aplaude. Había nacido el tango con pareja. Mediados del siglo antepasado. El tango es más viejo de lo que muchos creen.
Tal danza tiene un indiscutible origen español, y más concretamente andaluz. Tiene por tanto raíz arábigo-española. Pensamos en Argentina, claro, cuando escuchamos un tango. Pero si vamos a los antecedentes hemos de pensar igualmente en lo español y lo árabe.
En 1877 se incluyó por primera vez un tango en una obra digamos “seria”. Los maestros Ramos Carrión y Caballero, respetados compositores de zarzuela, incluyeron en su obra “Los sobrinos del capitán Grant” un tango que se cantaba y bailaba al mismo tiempo. El ritmo del tango gustó lo mismo a los cantantes que a los bailarines y al público, y desde entonces en cada zarzuela fue casi obligada la presencia de un tango.
Dos formas de tango adoptaba el tango español, andaluz. Una era el tango llamado “artesano”, interpretado por un bailaor o bailaora sin acompañamiento de pareja, pero ya con los movimientos característicos del tango hasta nuestros días. El otro era el tango llamado “de corralera” o “vecindad”, cuya invención se atribuye a aquel Faico. Ese tango se bailaba con pareja. Mientras que en los salones de la buena sociedad sólo se permitía que los bailarines se rozaran la punta de los dedos -recordemos que estamos en el tercer cuarto del antepasado siglo- en el tango de vecindad los que bailaban se abrazaban por la cintura y sus cuerpos se mantenían unidos durante todo el baile.
A fines del siglo diecinueve y principios del veinte comienza la gran inmigración de españoles a América, en busca de mejores condiciones de vida. Con los inmigrantes se hizo más intensa la influencia de la música española en los países de América Latina. Pero esa música se acriolla, recibe el poderoso sello local, y vuelve a España convertida en otra música. Así, por ejemplo, la habanera cubana no es sino un tango español cuyo ritmo ha sido modificado para tener la voluptuosa languidez del trópico.
El tango andaluz se volvió, pues, habanera. Los músicos criollos tomaban lo español y le añadían su propio estilo. Si de España vino un popular tango que se llamaba “El Café”, de inmediato un compositor argentino hará un tango criollo que se llamará “El mate”. Si en la zarzuela española aparecen los chulos y las chulapas madrileñas bailando un tango, en la zarzuela argentina “Justicia criolla” los compadritos de arrabal y sus mujeres bailan también el suyo.
El tango que de América, sobre todo de Argentina, vuelve a España ya es otro tango. Ciertamente sólo queda un remoto parentesco entre los tangos de las zarzuelas españolas y los que canta Gardel o llora el bandoneón criollo.