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Per sécula seculorum…
México ha hecho de sus elecciones algo parecido a la Navidad, una estridente, chocarrera y extravagante época del año en la que, por cierto, esperamos al Redentor en turno.
La ventaja de la Navidad es que sólo dura un mes o así, mismo mes que sobrellevamos chupando un día sí y otro también. La temporada culmina con un atracón y al final recibimos un regalito.
Las elecciones en cambio son puro méndigo desfiguro (más penoso año con año), los jingles son peores que el disco de villancicos de Luis Miguel y recibimos puras promesas. Bueno, quizás al final sí nos quede algún recuerdito, pero será una despensa del PRI o un salero de Jericó, productos únicos que lograrán que su casa luzca mucho más pobre (el Feng Shui dice que tener cualquier artículo del Revolucionario en casa es una clara invitación a la pobreza).
En teoría las campañas deberían ser un evento como el Mundial de fut o los Juegos Olímpicos… Muy de vez en vez. Se supone deberíamos tener elecciones primarias (presidente, gobernadores y Congreso de la Unión) e intermedias (alcaldes, congresos locales y renovación de diputaciones). ¡Dos votaciones por sexenio! De estar bien empatados los calendarios electorales (se podría con un mínimo de voluntad y una minucia de sentido común), no viviríamos en perpetua intoxicación electorera, sufriendo cada año (igual que la Navidad, nomás que en pinche) las campañas políticas.
Mas tener nuestro calendario electoral hecho el soberano desgarriate que es, cumple diversos propósitos: en primer lugar, el carnaval de despilfarro no cesa un instante. Las elecciones son una llave de dinero abierta, chorreando permanentemente. Y como cualquier gasto que involucre dinero público, las campañas se prestan perfectamente para toda suerte de moches y arreglos entre clientes (partidos, candidatos) y proveedores que van desde el serigrafista de barrio que hace las calcas para el candidato a diputado por el IX distrito en el ejido Las Papayitas, hasta el despacho de marketing y publicidad que cobra una millonada por hacer la estrategia para el candidato presidencial y nos sale con el video del Chavo Chaka, “Ñero e Inteligente” que en honor a la verdad y al candidato que promueve, Ricardo Anaya, debería llamarse mejor “Insolting en Onacéptabol”.
Pero la reiterada celebración de nuestros defectuosos comicios, de mala factura y muy dudosas cualidades democráticas, sirve también para que los partidos no salgan jamás de nuestro pensamiento. Como cualquier marca, que si dejamos de pensar en ella durante un tiempo suficiente (digamos dos días), lo más probable es que su competencia intente enamorarnos. Y ninguna de las agrupaciones políticas de este país está dispuesta a perder a uno solo de sus amados simpatizantes. Luchará por cada uno de ellos, así tenga que derramar hasta el último peso del presupuesto.
Y otra más: las elecciones sirven para que los políticos/desfuncionarios puedan ascender en el escalafón del servicio público en saltos más cortitos y menos arriesgados.
Digamos que un alcalde quiere ser gobernador, pero aún faltan cinco años para la elección estatal. Para cuando llegara la elección deseada tendría dos años o más fuera de los reflectores. Seguramente su partido ni lo consideraría para la candidatura, pues necesitan a alguien fresco en el recuerdo del olvidadizo electorado. ¡Dios mío! ¿Qué hacer?
La jugada natural sería separarse del cargo de alcalde antes de concluir su administración, acceder a la candidatura por una diputación (la lograría fácil ya que siendo alcalde pudo gastarse lo que quiso en la promoción de su imagen y sus “logros”), pasarse dos años luego como diputado haciendo declaraciones pendejas, pagando prensa, haciendo informes “de resultados” y en su tercer año renunciar para buscar la candidatura a Gobernador, la cual no la tiene segura, pero es la mejor manera de estar en la competencia.
Lo mágico es que gane o pierda, puede recomenzar el ciclo cuantas veces le alcance la vida.
Además, el esquema es muy flexible: senadores que se hacen alcaldes, diputadetes locales que van al gabinete, profes que llegan a la presidencia nacional del partidazo, etcétera.
Muy a propósito, apúntele bien: si todo le fallase y la cosa no le resultase como la esperase, asegúrese antes creando su propio partido político; un partido patito para que, en caso de que nadie lo postule (lo postulase), su nueva y pujante fuerza política lo haga, incluso, por la vía que constituye el “comodín roba 4” del juego electorero, la bendita vía plurinominal.
Ya vista así la cosa, como que ninguno de nuestros amados partidos (ni el mochi PAN ni los chairo morenos ni el uto PRI) debe tener realmente como que muchas ganas de suprimir, sincronizar o abreviar las elecciones y sus consecuentes campañas. Antes al contrario, acaban de autorizarse, mediante la aprobación de la Ley Chayote en el Congreso de la Unión, nuevas prerrogativas para que nuestros funcionarios se gasten lo que se les hinche su ombligona gana en publicidad y promoción oficial. Una ley de la que poco escuchará en los medios informativos porque…. pues, porque mucho le va a hacer encabronar, así que los medios, tan considerados, prefieren ahorrarle el disgusto.
Desmenuzaremos la Ley Chayote en la siguiente entrega… quizás, siempre y cuando no se me atraviese una mejor idea, porque soy muy disperso y el acontecer diario no deja de sorprendernos y rebasarnos.
Mientras tanto, recuerde que después de la actual elección, viene otra y luego otra y detrás otra y a la que venga entonces le seguirá otra y otra más y así, per sécula se-culerum (¿o cómo era?) Bueno, ¡amén!