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Café Montaigne 60
En últimas fechas mi hermana me ha regañado un buen. Dice que estoy viejo (cosa que asiento feliz de la vida con un movimiento de cabeza), que sigo estando flaco (pues cosa que ya no remedié, a estas alturas de mi vida imagino no puedo engordar ni dos kilos más), por lo cual, como resultado de la ecuación, me espeta y me regaña por beber tanto café toda la mañana. Cuando voy almorzar a su casa, sin duda vuelvo a tomar café con ella, aunque en mi residencia ya di cuenta de al menos dos cafeteras completas y donde las gotas que escurren y caen por error mío al piso pueden horadarlo, por lo espeso y fuerte de mi pócima, sin la cual no puedo vivir.
¿Cuál es su ritmo vital de vida estimado lector? ¿Cuáles son sus ritos, vicios, manías en la mañana al despertar; qué hace, qué ha hecho a lo largo de su vida por lo cual su existencia funciona? Los humanos, como cualquier animal de la creación, tenemos nuestros vicios, cábalas (entendida como tradición) y recurrencias en cualquier actividad.
¿Supersticiones a las cuales estamos atados? Sin duda. Sin duda, pero así funcionamos. Hoy le platico en este café de varias que arrastramos los escritores y periodistas al momento de sentarnos ante la siempre fatídica hoja en blanco (computadora, pantalla plana para muchos) para convocar a la siempre veleidosa musa que no, no siempre nos silba las palabras justas en nuestro oído, para así estimular nuestro trabajo de creación literaria y periodística.
Preguntas para entrar en materia en esta charla sabatina de café, ¿cómo se gesta la obra de arte? ¿Cuáles son los resortes secretos que han animado una novela de 400 páginas, o bien, el apunte microscópico para la feliz culminación de un haikú? Condensadas las anteriores preguntas y aderezadas con una idea más: ¿cuál es y cómo es el proceso cotidiano de escritura de un creador? ¿Cuáles son sus vicios ante la página en blanco o el ordenador personal? ¿Cuáles son las virtudes que debe de tener el escritor al momento y la hora precisa de empuñar el lápiz o el teclado? En resumen: ¿cómo escribe un escritor, un periodista?
Ha dicho con acierto el argentino Tomás Eloy Martínez que algunos hombres han escrito su obra en medio de la adversidad: “es en estos destinos ínfimos donde la especie humana se reconoce a veces con mayor claridad que en la catástrofe de la naturaleza o en los abismos de la intolerancia”. Esto es un estado idílico para muchos, los cuales han dilapidado su vida en esta adversidad extrema. Quizá pecaríamos de autocompasión lacrimógena, pero caray, no conozco escritor “feliz”. Así de sencillo.
ESQUINA-BAJAN
Veamos a vuela pluma algunos procesos escriturales –vicios y/o virtudes– en la génesis de la obra literaria. La generación de los escritores norteamericanos llamados Beats –mal leídos y peor imitados por novísimos escritores que los adoptan como patrón a seguir en una especie de cultura de ser guiados por un gurú– fue tan poco ortodoxa en su propuesta poética como en la génesis y concepción de la misma. El camino convencional no fue su señuelo, estos probaron y apostaron por nuevas y estimulantes rutas que hicieron de esta generación, y aun hoy, de muchos de sus pésimos seguidores e imitadores en la actualidad como la forma más cómoda de lograr la visita de las musas, el convocar a la siempre huidiza inspiración poética.
Los Beats adoptaron y probaron los métodos hedonistas orientales; el alcohol y las drogas adquirieron un valor especial que desembocó no pocas veces en el armado integral de su propuesta creadora: se podía crear, se podía llegar al conocimiento de las cosas mediante el uso de ciertos estimulantes. Allen Ginsberg escribió “Howl” (“Aullido”, en español) durante un fin de semana encerrado en su cuarto, bajo la influencia del peyote y atiborrado de anfetaminas y dexedrina. El resultado fue un aullido, un caldo difícil de asimilar. El poema provocó una fervorosa reacción en el auditorio que lo escuchaba, en la ahora célebre lectura, en octubre de 1955 en la Six Gallery de San Francisco, California. Considerado el gurú de su generación, Ginsberg viajó repetidamente a la India, Oriente y América Latina.
Uno de los novelistas de la generación Beat, Jack Kerouac, escribió “On the road” (“En el camino”, traducción para la editorial española Anagrama) –el libro más representativo de los Beats, según juicio del escritor Ilan Stavans– de una manera muy especial: Kerouac dejó en California a Neal Cassady (amigo y personaje en los textos del novelista) para volver a Nueva York sin dinero y sin tener un lugar para vivir; le pidió asilo a su viejo amigo Lucien Carr, compró una vieja máquina mecanógrafa y se dispuso a escribir. Cuentan los biógrafos y la leyenda que Kerouac estaba decidido a experimentar un nuevo método narrativo: pensaba que éste debía resultar en una escritura inconsciente, que no entorpeciera el flujo de ideas, nada parecido a lo de los surrealistas sino, más bien, una técnica que imitara a la improvisación en jazz (en específico, la música de John Coltrane). ¿Cómo lograrlo?
LETRAS MINÚSCULAS
En un rollo de papel de teletipo que consiguió prestado. Continuará en quince días…