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Sólo recuerdos quedan…
El 29 de agosto de 2009 marcó mi vida y la de muchos saltillenses, pues ese día Saraperos rompió la maldición del “ya merito”, aquella que parecía eterna, y se coronó por primera vez, reconocido por las Ligas Menores, como campeón de la LMB.
Y no es que fuera un aficionado de hueso colorado, aunque tampoco era ajeno al equipo. Como cualquier habitante de la capital coahuilense, era regular en el Estadio Madero, ¿Quién no ha ido a gritar, aunque al final no supo ni cómo quedó el partido?
Pero ese día, Saraperos entró a mi vida, para bien o para mal, de forma muy diferente. Era mi primer día como reportero de deportes en VANGUARDIA, y sí, me tocó la fiesta total.
Recuerdo que la confianza de la afición y el equipo estaba desde antes del inicio del encuentro ante los Tigres de Quintana Roo, a los que Saltillo aventajaba por 3-2 en la Serie del Rey.
Saraperos, mientras colgaba ceros con la serpentina de Rafa Díaz, se encargaba de ir sumando rayitas en cada una de las primeras 6 entradas, incluyendo “bambinazos” de los poderosos Cuco Cervantes y Nelson Teilon.
De hecho, para la segunda entrada, donde hubo un rally de 6 carreras, el juego y la corona estaban prácticamente resueltos. En ese momento recibí una llamada de mi jefe: “lánzate con Don Margarito”, y “¿ese quién es?”, pregunté. Pues nada más y nada menos que el aficionado más longevo de la Nave Verde en ese entonces.
Además de lo que vi en el estadio, sucursal de un manicomio, Don Margarito (QEPD), junto a su familia, me enseñaron otro significado de ser sarapero. Resulta que el señor toda su vida acompañó al equipo, viviendo y sufriendo alegrías y derrotas; juró que no iba a morir hasta ver a sus Saraperos campeones, y con más de 100 años finalmente su anhelo llegó.
En familia, reunidos en la sala frente al televisor, Margarito Molina López, junto a sus hijos, nietos, bisnietos y tataranietos… pudo ver a su equipo levantar el título de Liga Mexicana.
Mi primer día de trabajo fue una locura, de regreso en el Madero, después del cuadrangular solitario en el octavo con el que Noe Muñoz sentenció el 14-1 en la pizarra, el último clavo en el ataúd de “ya merito”, ese que se paseó por las tribunas, y cuando Christian Presichi atrapó el out 27… aquello explotó y vi familias enteras celebrando (incluyendo a los Ley), amigos fundidos en un abrazo, lágrimas de alegría y hasta un “bailarín” en un palco (ya saben quién).
Todo me hizo darme cuenta del poder que tiene un club para hacer de la ciudad una fiesta, llenarla de energía y celebración.
Pero hoy, cuando de todo aquello sólo quedan recuerdos (sí, hubo un bicampeonato histórico, ese se los platico después) también puedo ver que ese mismo equipo, para el que todos jugamos: afición, peloteros, prensa… puede cambiar el ánimo de la ciudad, especialmente cuando las directivas que están al frente (y han pasado varios “dueños” con más pena que gloria desde aquel 2009-2010) parece no entender los que significan los Saraperos para Saltillo.
El equipo está herido, necesita ayuda; dónde están esos dueños que gustan del triunfo, que se esfuerzan por hacer del club un protagonista, que están para su gente y su afición. Hace tiempo que no sabemos de ellos… sólo recuerdos quedan, y mientras, nosotros, a seguir dando el extra en espera de tiempos mejores.