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Copa del Mundo
Yo no sé nada de futbol.
No lo digo por presumir. Lo digo porque así es.
Tuve la fortuna de nacer y vivir en una ciudad donde el beisbol es el deporte principal. Cuando alguna vez se jugó aquí futbol profesional había ocasiones en que era más la gente que corría por la cancha que la que veía el partido en las tribunas.
Eso no quita, sin embargo que no reconozca yo que el soccer es el deporte más popular del mundo. Negarlo sería ceguedad. No hay juego más extendido en el planeta, con excepción del sexo. Dudo que haya rincón de los cinco continentes en el que no ande alguien a las patadas con una pelota. La afición del aficionado al futbol no es simple afición: es fanatismo, exaltación, idolatría, delirio, obcecación... El grito de guerra de los partidarios del Atlas de Guadalajara es: “¡Con el Atlas, aunque gane!”. El futbol despierta en algunos hombres pasiones que ni siquiera una mujer sería capaz de suscitar en ellos. Estoy seguro de que muchos aficionados preferirían un autógrafo de Messi a una hora de amor con Michelle Pfeiffer. (“¡Pos qué pendejos! –dirá otro–. Si el autógrafo fuera de Ronaldo entonce sí”).
Cada cuatro años el mundo toma la forma de un balón de futbol. Tú quieres sustraerte a la ola, e ir por la escondida senda por donde han ido los pocos sabios que en el mundo han sido, pero tal cosa es imposible. El futbol te sitia, te rodea, y finalmente te aprisiona. Como quien dice, la Copa te copa. Tienes que rendirte a su poder y ser uno más entre los miles de millones de humanos –más o menos– que estarán mañana pegados a la pantalla del televisor viendo el partido de México contra Brasil.
Yo lo veré también, naturalmente. ¿Quién soy yo para no verlo? Temblaré cuando Brasil se acerce a la portería mexicana, y gritaré “¡Gooool!” con toda mi garganta si el Tri anota.
Raro deporte es el futbol, en que en muchas ocasiones al final de una lucha épica la victoria se decide entre dos hombres puestos frente a frente: el jugador que hace el tiro y el portero que trata de pararlo. Eso parece elemental, pero, bien vistas las cosas, así sucede en las grandes epopeyas. Héctor y Aquiles, para no ir más lejos.
Vayamos hoy a votar. Ésa es nuestra obligación. Y veamos mañana el partido de futbol. Ésa será nuestra devoción. Después ya habrá tiempo para comentar el resultado de la elección de este día. Digo, cuando acabemos de comentar el juego.