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441 años y un día
441 años y un díaDe paseo por la ciudad de Garland, Texas, me encontré con una calle que no tiene cosa especial alguna aparte de su nombre: Star Trek Lane, lo que podríamos traducir como “calle Viaje a las Estrellas”.
Conmemora esta peculiar nomenclatura la celebérrima franquicia de culto y ciencia ficción que relata los viajes de la nave estelar Enterprise (NCC-1701), consagrada a la exploración del espacio… la última frontera.
¡Qué detalle tan buena onda! ¿No le parece? Bueno, al menos yo sí lo considero muy jocoso, y es que después de todo creo que las calles deberían celebrar las cosas que nos definen, nos distinguen y, sobre todo, las que nos importan.
El blog “Saltillo del Recuerdo” nos hace notar que la primera intención con que se nombraron las vialidades fundacionales del trazo de nuestra ciudad fue meramente descriptiva. Se designaba con base en algún accidente geográfico notable o por algún elemento característico.
De manera que no es de extrañarnos que en un tiempo la calle Manuel Acuña se llame Del Álamo Gordo, o calle de las Ventanas Verdes la que hoy identificamos como Moctezuma.
En su tramo norte, a la de calle de Allende se le conoció como Del Reventón, pero no porque los allí avecindados fueran dados al guateque con excesos, sino por un ojo de agua que por allí manaba.
Acaeció luego la primera transformación (es decir, la Independencia) y hubo que honrar a los mártires y próceres que nos dieron Patria: Hidalgo, Morelos (nuestros padres eméritos), Allende, Aldama, Guerrero, Victoria, Abasolo, Bravo, Jiménez, Mina, Matamoros y un largo y muy insurgente etcétera. También las damas, por supuesto (o se nos arma con las del movimiento feminista) Leona Vicario, la Corregidora y el mítico y enigmático Juan José de los Reyes Martínez Amaro, “El Pípila” para los cuates.
Ni qué objetar, los héroes son los héroes. No debe haber (ni debería haberla) ciudad en México que obvie estos y otros nombres en sus principales vialidades.
Luego llegó don Benito y allí sí, calles, avenidas, ciudades, plazas, escuelas, museos y yo creo que hasta cantinas ha bautizado el benemérito. Creo que al menos había una pulquería que se llamaba “Las Leyes de Reforma” o algo así, pero no me haga mucho caso. El chiste es que si Juárez no hubiera muerto, Cuauhtémoc Blanco no habría hecho semejante ridículo agradeciendo su presencia durante el saludo a la bandera en una escuela primaria, que es donde el exfutbolista debería estar y no a punto de tomar protesta como Gobernador de Morelos (¡en fin!).
La Revolufia fue un auténtico desgarriate que en lo político sólo nos llevó de una dictadura porfiriana a una dictadura de partido, la que al final pagamos mucho más caro. Aunque por supuesto nos dio también otro acervo de próceres para recordar en las nomenclaturas de nuestras calles.
Y ya bajo el infame régimen del priato, las calles en México acabaron sirviendo para enaltecer a la caterva de pillos que ha desfilado por las oficinas de la burocracia, elevándola a la categoría de personajes ilustres.
Sigo sin explicarme, por ejemplo, qué hizo el tal Luis Donaldo Colosio por los mexicanos (además de inmolarse para que su inmundo partido retuviera la Presidencia de la República) como para que se le dediquen monumentos, espacios públicos y vialidades. En Saltillo no se le dedicó cualquier callejuela de colonia pinche, sino un caprichoso pero importante bulevar en una zona en explosión comercial.
¿Calle Carmencita Salinas? ¡WTF, Saltillo! ¡Cómo por qué! ¿Quién lo decide? Obvio, el cardumen de pirañas tricolores que nos mal gobierna desde que yo tengo memoria.
Podrá parecer algo trivial, pero si entendemos que es a través de este tipo de posicionamiento forzado o imposición cultural que un régimen despótico se legitima, quizás nos la pensaríamos dos veces antes de consentir que la autoridad bautizara una calle, una escuela, una plaza o un bebedero de agua como Humberto Moreira.
Pero lo malo y verdaderamente desalentador es que sí les ha resultado, y aceptamos como algo muy normal que los desfuncionarios se autohomenajeen siendo que en su ámbito el que no es un pelmazo completamente gris, es porque se trata de un genio del mal que debería estar rindiéndole cuentas a la justicia.
Saltillo tiene (por consenso popular) 441 años y un día, aunque para fines prácticos podemos afirmar que ya tiene cuatro y media centurias de existencia.
¿Cuándo vamos a recuperar… ¡no! a apropiarnos de la denominación de los lugares públicos? Claro, cuando nos empoderemos como ciudadanos, y esto se dará en la medida en que desarticulemos el nefasto gobierno autocrático que hemos cultivado hasta la omnipresencia y la plenipotencia. Pero ya ve, saltillitito demostró tras las elecciones ser el último remanso del priismo más rancio y más jurásico. Así que supongo que el nombre de las cosas y de la gente que realmente nos importa y nos ha dado algo como saltillenses, se guarda para mejor ocasión.
Quizás entonces podamos tener una plaza Eulalio González “Piporro”, una rotonda Manuel Samaniego “Show Banana”, una avenida Jesús Valdés y por supuesto, una calle José de la Luz Marroquín.
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