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Estatura mínima
Yo quisiera decirle al otrora mandamás coahuilense que, al igual que en los juegos mecánicos, se necesita una estatura mínima para subirse a estos mitotes
La edición 2018 de la tradicional Feria Saltillo llegó a su fin.
Aunque supongo que, como ya es costumbre, los juegos mecánicos seguirán por una o dos semanas más, recibiendo a los entusiastas de estas atracciones de vértigo y guácara.
Es comprensible, después de todo debe costar mucho esfuerzo y tiempo el transporte y
ensamblado de los armatostes, a diferencia de otros espectáculos trashumantes como sería, digamos, la mujer lagarto, quien sólo tiene que empacar su ropa y artículos personales (de persona lagarto obvio) y dirigirse a la próxima ciudad donde ya la esperan sus fans.
Pero los jueguitos son algo más complicado. Para empezar no me imagino de qué tamaño es la llave inglesa con que arman la rueda de la fortuna o el instructivo para su ensamblaje, ¿será también un libro gigantesco? (“Felicidades, ahora es usted el feliz poseedor de la Wonder Wheel T-800…”).
Sea como sea, espero que hagan bien su chamba y no anden dejando piezas regadas por toda la República.
Yo francamente paso. Confieso que tengo muchos empachos y fobias como para treparme hasta en el carrusel. Todavía si la salvación del mundo dependiera de que pilotara yo un “mecha-bot” tipo “Mázinger Z”, quizás me animaría, pero siempre y cuando fuese transmisión automática.
La última vez que me subí a un juego mecánico fue al mítico “Cyclone” de Coney Island, N.Y. Pero fui motivado por razones eminentemente históricas, más que de
entretenimiento.
El “Cyclone” es un roller coaster o montaña rusa hecha de madera, que opera desde 1927 y es hoy parte del Registro Nacional de Sitios Históricos.
Quiero informarles que el crujir de la madera le mete un extra de terror a la experiencia.
Sin embargo, en sus más de 90 años de existencia, sólo se ha cargado con tres vidas y fue por negligencia: la de un tipo que se puso de pie y se dio en la cabeza contra un travesaño en 1985; tres años después un trabajador cayó porque de plano obvió todas las medidas de seguridad; y otro sujeto más que se fracturó las vértebras del cuello en 2007, que fue lo que casi me pasa a mí por agarrar todo duro las bajadas.
Recuerde siempre que las atracciones mecánicas entrañan riesgos, aun las de primer mundo. Así que si no quiere correrlos, confórmese con ensartar los aros, tirar al blanco con caballitos, o con ir a comerse un elote en estado de trance viendo al güey de los cobertores (allí el mayor peligro que corre es que el próximo invierno se la pellizque con su peluche de león).
Como sabrá, los juegos no son todos para todas las edades. Los niños más pequeños no pueden ni deben subir a las atracciones más intensas. Pero como no es cosa de andar pidiendo el carné de identidad en una feria, lo que procede es establecer un mínimo de estatura para que los mayores (o los más desarrolladitos) se puedan subir al “Himalaya”, al “Martillo” y al
“Ratón Loco”.
Así que niños y chaparros, si no rebasan el metro con 40, olvídense de subirse a las tacitas voladoras (aunque pueden vivir experiencias escalofriantes en la “Casita del Terror del Padre Maciel”).
El exgobernador de Coahuila, Rubén Moreira, se envalentonó la semana pasada y abrió ese hueco en su cabeza que los científicos aseguran que es una boca, para decir que su partido, el nefando PRI, vigilará que AMLO le cumpla a los mexicanos.
Entre otros despropósitos, Moreira Valdez indicó que su papel y el de sus correligionarios será el de una oposición responsable, que su deber es resaltar el disenso con el Gobierno y que la oferta política triunfadora de la pasada elección ganó montada en la promesa de un México ideal, fantástico, imposible.
Yo quisiera decirle al otrora mandamás coahuilense que, al igual que en los juegos mecánicos, se necesita una estatura mínima para subirse a estos mitotes. Una cierta estatura moral que ni de vacilada alcanza, ya que el actual secretario general tricolor es, en este ámbito, básicamente un enano.
Pero no se trata de un enano divertido, como los que luchan o torean, hablamos de un enano muy agrio y amargado, lleno de descalificaciones para todo el que no sea cómplice de su red de corrupción.
Si AMLO o Morena no le cumplen a los electores, habrán de ser ellos mismos, los ciudadanos, quienes hagan todos los reclamos y exigencias pertinentes. No Rubén Moreira, ni su partido de porquería, que fue el hartazgo hacia ellos y todo lo que representan lo que le dio el aplastante triunfo al mesías macuspano.
Antes de pedirle cuentas a nadie, Rubén Moreira tendría que respondernos por su sexenio catastrófico, lleno de opacidad, manejos turbios, desvíos de recursos, operaciones sospechosas, encubrimientos y acumulación de más deuda, por no mencionar el autoritarismo, la represión mediática y la anulación de ese valor que hoy quiere enarbolar: el derecho a disentir.
¡Sáquese qué! En serio que debería sangrarle esa oquedad con dientes de donde salen tantos dislates cada vez que se avienta uno de este tamaño.
Ya le digo, para aventarse estos pleitos hay que tener una estatura moral mínima, se le conoce también como solvencia. Si no la tiene, lo mejor es ver callado y quietecito los caballitos desde lejos y esperar a que la justicia lo llame a rendirnos cuentas, mientras él reza porque ese momento no llegue.
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