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Transición democrática
Para 1989 de 2,387 municipios que hasta el momento existían en México, solo 39 eran gobernados por un partido distinto al partido hegemónico. La llegada de la alternancia por primera vez se dio en México en 1947, cuando Manuel Torres del PAN asumió la alcaldía del municipio de Quiroga, Michoacán, 8 años después de haberse fundado el partido. Al tiempo hubo alternancia en algunos estados de la República comenzando con Baja California, Chihuahua, Nuevo León, Guanajuato y Querétaro. Después llegaron para el PRD los triunfos en el Distrito Federal, que ahora lo volvió a perder, y al tiempo Zacatecas y Tlaxcala.
En el 2000, tuvimos la aproximación más nítida al tema democrático desde la perspectiva de la participación ciudadana. Por primera vez supimos de la Transición. Y aunque el PRI había gobernado por 71 años, en 2012, vuelven a ganar la presidencia de la República y una vez más tuvimos alternancia.
En 2016, de 2440 municipios el PRI gobierna solamente 1,510; el PAN 437, el PRD 332 y otros partidos 135. Pero lo que hoy se ha vuelto normal en muchos municipios del país, es decir la alternancia, es el principio de lo que se denomina transición. En ese mismo año, el PAN en coalición con otros partidos arrasó en 7 estados, fueron una buena cantidad de factores los que propiciaron el triunfo, que aunque ganaron como dijo un célebre personaje “haiga sigo como haiga sido”, la transición no tuvo la transparencia deseable.
Para 2017 el PRI gobernaba 15 estados, el PAN 11, el PRD 5, el Verde ganó en Chiapas y en Nuevo León un gobierno independiente. En 2018 el PAN se hizo de 3 entidades federativas más, Movimiento Ciudadano de 1 y el Movimiento de Regeneración Nacional de 5.
Los que saben, dicen que en 2016 y 2017, no fueron los triunfos del PAN y en 2018 los de MORENA, sino más bien la excesiva corrupción, impunidad y hartazgo que experimentó la sociedad en general. No es el voto razonado, es el voto de castigo. No fueron candidatos químicamente puros fueron híbridos. No fue la elección por la simpatía de un candidato o un partido, fue la venganza política de los ciudadanos. Eso dicen.
Tres transiciones del 2000 hacia acá en la presidencia de la República y 33 alternancias en gubernaturas ¿hay democracia o no hay democracia? Por supuesto, si pensamos en una democracia ideal, evidentemente apenas despegamos. Si analizamos la realidad, ya muchos años de lucha por instaurarla, sin embargo, las actitudes de unos y otros que buscan el poder por el poder mismo, lo desdicen.
Cuando se habla de satisfacción con la democracia en las encuestas realizadas por Latinobarómetro en México, el porcentajes es bajo, en 2017 solo el 18% de la población, decía que estaba satisfecho. Habrá que ver lo que se dice, después del 2 de julio del presente. Evidentemente, la democracia, no solo es el cambio de colores en el gobierno, ni que el 63% de la población haya salido a votar. Se requiere un poco más.
La evolución democrática en México no ésta en duda, ha habido grandes avances, como vimos con los datos arriba mencionados. A muchos, sobre todo a los que han vivido de los privilegios y beneficios que les ha dado el poder, afirman que cuando gobernó un solo partido durante un tiempo tan largo se dio la estabilidad y paz social, es verdad. Pero también se dieron cualquier cantidad de tropelías, de desfalcos, de corrupciones que rayaron en lo absurdo. Ni Luis Buñuel, en sus obras surrealistas, se hubiera imaginado de lo que llegarían a ser capaces los políticos mexicanos, donde la ficción supero a la realidad.
La transición genera gobernabilidad, es decir equilibrio social, en nuestro caso, creo a partir del 2000, una nueva realidad, un cambio de paradigma. Veámosla desde el análisis crítico. Primero, es la apertura hacia el escenario democrático. Insisto lo que ya he comentado en otros momentos, la democracia no se agota en tiempo de elecciones o bien, la transición no garantiza la democracia. Pero, es evidente que el cambio de colores en el Estado genera mayor dinamismo en la ciudadanía. Porque se da una oferta distinta y una manera de operar distinta.
Como afirma Jose Woldenberg, la transición “es más que un cambio de partido; es aprendizaje social y político acumulado a lo largo de los años”. Es la oportunidad de más derechos, de nuevas demandas, de nuevas reformas electorales, de competencia limpia y sobre todo de que haya una sana oposición.
En la práctica, se trata de ofrecer nuevos proyectos, nuevas formas de hacer las cosas, quedar bien con electorado para una futura y posible elección, promover un combate frontal contra la corrupción y castigo a los ineficientes. Se promueve la tolerancia, hay cambios políticos, cesa el autoritarismo, se da la participación de los ciudadanos, se una expansión de libertades, se modifica el debate legislativo, cambian las estrategias políticas, de modificar la cultura política, entre otras cosas.
La alternancia y la transición son elementos necesarios para la consolidación de la democracia, pero desde mi particular punto de vista son apenas el primero y diez. Se requiere también una transición mental de los ciudadanos. Junto con el cambio de gobierno se requiere un cambio de chip en la forma de ser ciudadano. Por tanto, se requiere de una ciudadanía racional, reflexiva, activa, vigilante del quehacer de los gobernantes y de la agenda pública.
Por supuesto, hay democracia porque la realidad así nos lo dice, pero falta consolidar algunas otras variables. Educación, pobreza, calidad de vida, empleos, siguen siendo notas pendientes que el pueblo demanda, porque “la forma más segura para saber si un país es verdaderamente libre y democrático, es el quantum de seguridad del que gozan las minorías” (Lord Acton, 1955). Me queda muy claro que la jornada electoral del 2 de julio fue ejemplar, pero falta un largo camino para consolidar lo que ahí empezó. La democracia no tiene como punto de llegada la transición, porque la democracia no se agota en tiempo de elecciones.