Usted está aquí
Las viudas de Octavio
Las viudas de Octavio
Qué culterano culto rindió a Octavio
su sórdida y siniestra camarilla,
que al corrupto político se humilla
todavía sin vergüenza y sin agravio.
Coyoacán fue su Kremlin; fue su labio
venal en el escolio y la apostilla,
si no bocina de la baja grilla,
en la que se invocaba aún al sabio.
Virreinal, posmoderna fue esa corte,
sin los fastos aldeanos de Sor Juana,
lastrada de veneno y medianía.
Fue su viuda al final, pues su consorte
era, con su polígama desgana,
con más codicia que melancolía.
Canícula
Ladra la canícula en los confines
del cielo, que arde como una película
en la bobina que gira al revés,
siendo las nubes pantallas de cine.
Hidrópico, el viento no corre, sin
prisa se muestra cual lo que no es:
planicie de polvo, tropo del trópico
en el desierto de luz opalina.
Polvo que desanda su movimiento,
en su arenga dice: Ego te absolvo;
bajo el torbellino del sol se apaga.
Quién la luz sostenga, no hay quién
sostenga
al meteorito, ni quien avise
en dónde está el infierno que nos traga.
Mejor solo
Tras tanto despedirme, no marcharme,
tras de tanto velar, nunca dormirme,
tras de mucho beber, nunca extinguirme
y tras tanto nadar, jamás ahogarme.
Tras tanto regresar, nunca quedarme
y marchar otra vez sin despedirme,
pedir perdón, mas sin arrepentirme
y vuelto a las andadas, desandarme.
Mejor solo que mal acompañado,
sufre igual quien se marcha y quien se queda,
en cada prójimo veo un enemigo.
Zapatos que en la ruta han encontrado
–si uno camina, el otro no se queda–
pues son polvo, en el polvo un gran amigo.