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Mucho busto. Digo, gusto

Una muchacha de generoso tetamen fue a consultar al médico. Le dijo:

-Quiero que me haga un examen, algunos análisis, un estudio muy completo. Y es que me sucede una cosa muy extraña.

-¿Qué le pasa? -preguntó el facultativo.

Con otra pregunta respondió la chica:

-¿Verdad, doctor, que cuando una mujer su quita la ropa lo normal es que su busto baje un poco?

Sorprendido por aquella cuestión inusitada el médico acertó sólo a responder:

-Pues sí. La ley de la gravedad. O de la grave edad.

Dijo la chica:

-Pues a mí me sucede todo lo contrario.

-¿Cómo es eso? –se intrigó el galeno.

Relató ella:

-Cuando me quito la ropa mi busto en vez de bajar sube. Se eleva, se levanta, asciende, va hacia arriba.

Opinó el médico:

-No puede ser.

-Sí, doctor -insistió la muchacha-. Mire.

Así diciendo procedió a quitarse el sostén, portabusto o brassiére. Y en efecto, ante el asombro y la estupefacción del galeno el busto de la mujer, en vez de bajar, subió. Ascendió. Se levantó. Fue hacia arriba. Se elevó.

-¿Qué piensa de esto, doctor? -preguntó la muchacha llena de inquietud-. ¿Qué es lo que tengo?

Hizo una pausa el médico y luego declaró:

-Mire: no sé qué sea. Pero es contagioso ¿eh?

La historieta tiene todos los visos de ser apócrifa, pero ilustra bien el poderoso atractivo que esa parte de la anatomía femenina ejerce sobre el contingente masculino. Hay algo, en efecto, que jala más que dos carretas. Quizá sea atávico ese imán, y la contemplación de tal encanto nos traiga memorias de los primeros días de nuestra vida, pero lo cierto es que resulta verdadera la frase aquella según la cual el busto femenino es como Disneylandia: está hecho para los niños, pero los adultos lo disfrutamos más.

Los conceptos sobre el tetamen femenino cambian según los tiempos. Puede decirse que hay Viejo Tetamento y Nuevo Tetamento. Tengo una teoría que los antropólogos, estoy seguro, habrán de confirmar alguna vez. Mi tesis es la siguiente. En tiempos de escasez aumenta el gusto de los hombres por las féminas de busto prominente. Cuando hay abundancia, en cambio, se ponen de moda las mujeres de reducido busto. Esa premisa universal tiene aplicaciones particulares: a lo mejor alguno escogió a la mujer con quien se casó porque cuando la vio por primera vez traía hambre.

Los hechos confirman mi teoría. En la Italia de la posguerra, por ejemplo, cuando faltaba la comida, surgió Silvana Pampanini, a quien siguieron Sofía Loren y Gina Lollobrigida. En cambio, miren ustedes a las mujeres de los fabulosos veintes, la época de gran prosperidad que siguió en Estados Unidos a la Primera Guerra: todas parecen tablas de planchar.

¿Será cierta mi teoría? No lo sé. Vale la pena comprobarla por vía de experimentación.