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San Guiñol, con instrucciones

A mí me gusta mucho la hagiografía, es decir la historia de la vida de los santos. Todo un estante de mi biblioteca está lleno de libros acerca de los varones y mujeres que alcanzaron la santidad, muchas veces luego de una sabrosa vida de pecados. Poseo una “Flos Sanctorum” deliciosa, con ingenuas imágenes talladas en madera de boj por un artista anónimo. Tengo la “Leyenda Dorada”, preciosísima, de Santiago de la Vorágine. No falta el Butler, y están ahí también los dos robustos tomos del santoral escrito por Fray Justo Pérez de Urbel, a quien mi maestro Walter Starkie conoció en Santo Domingo de Silos. Al lado de esta obra se halla el travieso “Diccionario de los santos de cada día”, obra de Dom Philippe Rouillard, fraile benito. Tras de mucho buscar hallé por fin la “Iconografía de los santos”, de Juan Ferrando Roig. Hace unos meses conseguí el libro que se llama “365 Saints”, de Koenig-Bricker. La obra me costó 75 dólares, oro americano. 

Luego calcularé a cómo me salió cada santo. Y nada menos ayer recibí una bella obra, regalo de un buen amigo, el ingeniero Carlos de la Peña y de su gentil esposa Silvia. Es “Santos de carne y hueso”, de Juan Manuel Galaviz, publicación de la benemérita Sociedad de San Pablo.

Todos esos libros están escritos por hombres. Ninguna hagiografía había salido de pluma de mujer, vaya usted a saber por qué. Sin embargo la editorial Random House, de Nueva York, acaba de publicar un santoral hecho por mano femenina. Lo escribió Rosemary Rogers. En ese libro di con un santo cuyo nombre jamás había oído. Dicho santo se llama San Guiñol.

San Guiñol, nos dice la señora -o señorita- Rogers, es el santo patrono de la eficacia varonil en cuestión de ejercicios amorosos. Se le invoca contra el mal de la impotencia, y su fiesta se celebra el 3 de marzo. Leamos:
“...En Inglaterra, donde hay muchas reliquias suyas y donde varias iglesias le han sido consagradas, este santo es conocido como San Winnol. En Francia se le llama Saint Guignolé. Era un monje celta del siglo sexto; vestía burdas camisas de estameña por vía de mortificación. Cuando salía a pescar llevaba una campanilla de bronce con la cual atraía a los peces...”.

Y aquí viene lo bueno:
“...En una pequeña iglesia de París se encuentra una antigua y muy peculiar imagen de San Guignolé. Tallada en madera, su característica principal es un prominente atributo masculino. Durante más de mil años los fieles han arrancado pequeñas astillas de esa parte a fin de precaverse contra los males derivados de la impotencia. Se dice que aun la más pequeña de esas astillas proporciona a quien la posee una gran fuerza viril que nunca deja de manifestarse. A pesar del constante saqueo de astillas el formidable atributo de San Guignolé permanece del mismo tamaño. Nunca ha disminuido, antes bien parece ir en aumento. Y el milagro sigue en nuestros días, lo mismo que la continua afluencia de viajeros en búsqueda de esas astillas milagrosas que dan extraordinaria fuerza varonil y alejan el mal de la impotencia...”.

Yo no he necesitado hasta ahora la ayuda de san Guignolé, pero para ir a su iglesia se toma el vuelo 146 de Aeroméxico a París; después se aborda el Metro en la Gare de Saint Lazare, dirección Bretagne. Se baja uno en la estación Julliot, y camina en dirección oriente hasta llegar a la calle Nimes. Ahí se da vuelta a la derecha, y en la esquina se ve la torre de la iglesia de Saint Guignolé).