Rapunzel y otros síndromes 2/2

Usted está aquí

Rapunzel y otros síndromes 2/2

Le decía a usted amable lector en el texto anterior, de la urgencia de muchos de ustedes en pedirme otro tipo de textos a los habituales de análisis de la insana y putrefacta política local y nacional. Sin duda, la gente está cansada, harta, fastidiada de ver y palpar siempre lo mismo y todo el tiempo. Les doy la razón. Nada cambia. Con Andrés Manuel López Obrador, aunque usted me diga de ser poco el tiempo en su gestión (alrededor de 90 días en el momento de redactar este texto), nada cambia y si se han recrudecido varios fenómenos. Aunque lo abordaremos en próxima columna, van a vuela pluma varios tópicos los que imagino, ya conoce o ha desplumado: hay que cuidarse y mucho, de una sociedad liderada por un hombre mesiánico de discurso vano, huero y de mentiras todo el tiempo. Hay que cuidarnos de una sociedad donde se mata sistemáticamente a sus mejores hombres (van cinco periodistas asesinados en la era de AMLO y nadie dice nada y no hay investigación alguna) y dicha sociedad sólo quiere conservar su mediocridad de “estabilidad” compartida.

Entre el sacerdote (pongamos como ejemplos al monje Raúl Vera López) y el gobernante (AMLO, de nuevo), siempre hay una figura intermedia: un actor (un político; se presenta de nuevo la figura de AMLO). La idea la tomo de un viejo texto con ideas flamígeras del Nobel, el poeta Octavio Paz. Los tres  fingen no pocas veces sus emociones, los tres ofician desde sus respectivos púlpitos y no se sabe si es acción o representación. El monje Vera López no busca la salvación de las ovejas de su grey que se suicidan a puños (niños y jóvenes), pero si mete mano desde su tribuna en la política comarcana porque le reditúa reflectores (Pasta de Conchos). Un gobernante (AMLO), diario, tiene a la nación a sus pies, como si fuese Moisés y bajara del Monte Sinaí con la Ley en sus manos. De hecho, desde su tribunal mediático así lo representa y todo mundo se come el juego. Pero, Andrés Manuel López Obrador, también es un político, es decir, es un actor. Y el actor finge, miente, desdibuja lo dibujado; tiene un rol, tiene un papel: lo representa.

¿A qué vino a Saltillo en días pasados? A fingir. Apenas horas y minutos estuvo aquí. Duro, fuerte, echado para adelante como somos los norteños, el “Cowboy urbano”, el alcalde de mi ciudad, Manolo Jiménez, sólo tuvo tiempo de entregarle un plan de acción para la ciudad, debido a los ingentes recortes presupuestales a los cuales nos tiene sometido el Gobierno federal de AMLO, no obstante que éste en campaña, prometió el sol y las estrellas. Mire como le ha ido a Coahuila, mire como le ha ido a Nuevo León. ¿Deberíamos de asombrarnos? No. Es un actor, es un político, es un gobernante al cual Dios le habla en su púlpito mañanero diario. Puf.

Esquina-bajan

En fin, ya le robé mucho espacio a este texto de hoy. Todo esto le voy a platicar en las próximas tres columnas. Pero los estandartes de batalla ya están sembrados. Le decía del texto anterior donde abordamos diverso síndromes humanos, psicológicos, patológicos, graves complejos de personalidad, los cuales no pocas veces nos llevan a la muerte. ¿Quién copia a quién: la vida a la literatura o la literatura a la vida? Hablamos brevemente del periodista francés, Jean-Dominique Bauby quien sufrió de una rara enfermedad, tan rara, que por él y su padecimiento y al no haber antecedentes, fue bautizada como Locked-in Syndrome. Síndrome de los encerrados en sí mismo. Lo único que podía hacer era parpadear su ojo izquierdo. Así “dictó” su libro “La Escafandra y la Mariposa”, durante un año y 2 meses en la década de los noventa del siglo pasado. Murió y no pudo saber del éxito de su testimonio, luego llevado al cine.

Pero, esto no es todo, aquí va lo más asombroso, señor lector: esta extraña enfermedad la cual bautizaron los neurólogos que lo atendieron, ya existía... ¡en la literatura! La padecía el viejo Noirtier en “El Conde de Montecristo”, de Alejandro Dumas y éste personaje estaba confinado a una silla de ruedas, paralítico y se comunicaba con el mundo guiñando un ojo. Sí, como el mismo periodista francés. ¿Quién calca a quién, qué va primero: la literatura o la vida? Hay otros síndromes, digamos, más conocidos. Uno famoso es el “Síndrome de Madame Bovary” o “Bovarismo”. Sí, es ese estado de insatisfacción crónica con todo mundo alrededor, pasando por el plano personal, social, y claro, el afectivo. Es decir, las ilusiones que la mujer o el hombre crean en su mente, nunca tienen base de sustento y chocan con eso llamado realidad. Por lo general las mujeres se enamoran del “amor”, no del varón en turno (hay muchos hombres igual). “El mejor de los pecados, el haberte conocido. Tú no eres sin mí, yo sólo soy contigo...”. letra de Fito & Fitipaldis de una muy sonada canción. La despersonalización, la poca autoestima, la dependencia… el Bovarismo.

¿Celos? Pues sí, es un sentimiento eterno y nace con el ser humano. Es intrínseco. Es nuestro ADN. Creo, todos hemos pasado por ello. Los hemos sentido. Por eso, el mago de la literatura y teatro, William Shakespeare, creó su tragedia, su gran obra de teatro “Otelo”. Seamos rápidos: Otelo mata a su esposa Desdémona por celos… Infundados. “Síndrome de Otelo” se aplica entonces, a esos celos patológicos, enfermizos que terminan por devastar a quien los posee e incuba en su mórbido corazón. Otro: “Síndrome de Peter Pan”, aplica a quien va por la vida en estado perpetuo de niño, sin responsabilidades, sin afrontar ningún tipo de problema sólo o en pareja.

Letras minúsculas

Ya me acabé el espacio. Regresaremos una vez más al tema.