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Momento, memento

Un momento nomás dura la vida de los hombres (la de las mujeres dura un poquito más). Bien dice aquel antiguo juego de palabras en latín: Homo humus; fama fumus; finis cinis. El hombre es tierra; la fama es humo; al final todo es ceniza. Por eso es necesario de vez en cuando un memento. Esta palabra, también latina, se usa sin cambio en español, y es un imperativo: “memento” quiere decir detente a considerar, medita, recuerda que...

Llega hoy, un tanto atrasadillo, el Miércoles de Ceniza. Día penitencial es éste, inaugurador de la cuaresma. En los pasados tiempos los fieles católicos íbamos a la iglesia y un sacerdote nos marcaba la frente con una cruz de ceniza al tiempo que nos decía a uno por uno, aunque el interesado fuera niña y tuviera 7 años:

-Memento, homo, quia pulvis es et in pulverem reverteris.

Esas sombrías palabras significan: “Recuerda, hombre, que polvo eres y en polvo te convertirás”.

Ahora, como escasean los sacerdotes, la ceniza nos las impone una monjita o algún laico autorizado, y nadie nos dice nada ni en latín ni en español ni en otra lengua alguna conocida. Casos he visto de templos en que el párroco sencillamente deja la ceniza en una charola sobre una mesa, y cada feligrés va y se la pone él mismo. O sea, hágalo usted mismo. En fin, como decía el señor cura García Siller, cosas son de estos tiempos, y ni modo.

La Iglesia usa la ceniza sólo en dos ocasiones: como símbolo penitencial y en el rito de consagración de un nuevo templo. No sé si todavía exista la costumbre, pero antes las cenizas provenían de la quema de las palmas usadas el Domingo de Ramos del año anterior. He ahí otro símbolo: las horas felices, la gloria y alabanza que nos tributan los demás, serán también cenizas al final.

Eso de las cenizas no es invención cristiana. Los judíos solían echarse ceniza en la cabeza para mostrar dolor o arrepentimiento. También se mesaban las barbas, para cuyo efecto las criaban bien vellidas, pues siempre les ha gustado mucho arrepentirse. Entre los cristianos los grandes pecadores hacían penitencia pública a fin de expiar sus culpas: salían a la calle vestidos con un costal de tela burda, lo cual autorizaba a los vecinos a arrojarles ceniza (no otras cosas). Especialmente a las señoras les agradaba salir con ese traje, y sus amigas las envidiaban tanto por los pecados que habían cometido como por ser el centro de atención. La penitencia pública se puso muy de moda, hasta el punto en que hubo en Europa y el Cercano Oriente una gran escasez de ceniza. Luego, como todas las modas, ésta pasó también.

Lo mismo pasará, supongo, con la piadosa costumbre de llevar un “jesusito” de ceniza en la frente el Miércoles de Ceniza. Antes nadie dejaba de tomarla -así se decía: “voy a tomar la ceniza”-, y quien no lucía su cruz era mal visto; se le consideraba ateo o librepensador. Ahora, por desgracia, eso de la ceniza parece cosa del pasado, y este miércoles ya no es lo que antes era. Lástima... Todo pasa; no queda más que el recuerdo, que luego también se torna olvido. En la frente de este recuerdo mío pongo una pequeña cruz de ceniza.