Usted está aquí
Bebo para convertirme en mi padre
Por: Nazul Aramayo
Gimme medication to cure this hole Primal Scream – Medication
i familia tiene la virtud de insuflar el deseo por la bebida. Cuando era niño, mi papá me decía –al pasar junto a la puerta de la cantina El Nopal (de 1940, ubicada en la calle Blanco, antiguo corredor de tres cuadras de cantinas aledañas al Mercado Juárez), frente a un estanquillo de birria donde se mezclaban el aroma del consomé y los orines rancios, que no había peor lugar en el mundo que una cantina. Cada mañana que íbamos a abrir la tienda de playeras rockeras que mi papá abrió en la avenida Juárez en la Zona Centro de Torreón, a principios de los noventa, me decía lo mismo: borrachos, basura, miserables. En una fiesta a la que fuimos cuando yo tenía apenas seis años, mi mamá le insistía a mi papá que nos fuéramos. Ella cargaba a mi hermana de tres años dormida mientras él inventaba una excusa para postergar la retirada y seguir tomando. Entonces mamá nos llevó a mi hermana y a mí al carro, nos encerró junto con ella y se puso a llorar: “tu papá está borracho”, me dijo cuando traté de consolarla. Qué horrible es estar borracho, pensé. El gusto salvaje por emborracharse provocó que se separaran algunos días. O tal vez nunca se separaron. A veces me parece que fue sólo mi imaginación. De cualquier manera qué importa la verdad. Evoco esas imágenes de manera automática como cuando de pequeño me obligaban a rezar el rosario; hoy escucho voces anónimas cuando leo algún texto religioso o cuando el calendario marca alguna celebración del rito católico que no practico. No es mi voz la que obsesivamente recorre las cuentas del rosario. “El mito es la verdadera historia”, escribió Nick Cave en su Canción de la bolsa para el mareo: Todo está ocurriendo y ya ha ocurrido y volverá a ocurrir. Todo lo que existe ha existido siempre y seguirá existiendo. La memoria es imaginaria no es real. No se avergüencen de su necesidad de crear; es la parte más bonita de sus corazones. El mito es la verdadera historia. No dejen que les digan que no hay monstruos. No dejen que los hagan sentir idiotas porque son felices jugando con su linterna en la oscuridad. El mundo místico depende de ustedes y de su tolerancia a lo ab
surdo. ¡Sean fuertes, queridos míos, y crean! El silencio durante la comida resulta insoportable si no hay una bebida que vuelva familiares a los desconocidos con quienes comparto la mesa –aunque esos monstruos tengan cara conocida y hayamos compartido el mismo techo durante años–. El alcohol une lo que la religión separa. Cuando me hice mi se
gundo tatuaje, mi mamá me dijo que yo no era el hijo que ella deseaba. Quería que yo tuviera trabajo estable, que buscara una buena mujer, que fuera un ejemplo intachable para mis tres hermanos, que no tomara, que no me rayara la piel, que tuviera una casa, un carro y no un collage de –a su juicio– fracasos. Mi papá sólo me mira con sus ojos bolivianos acos
tumbrados a un brillo acuoso como de mariguano. Beber empata el desfase generacional entre los dos. Nos entendemos. Ahora no toma hasta la embriaguez; ya no le gusta, dice y en sus palabras se manifiesta la típica melancolía del rehabilitado. Me mira con el amor de un convicto. ¿Hacia dónde nos llevan los ríos de alcohol que hemos ingerido?
La loca generosidad del alcohol
We don’t talk about love, we only want to get drunk Manic Street Preachers – A design for life
“Emborrachen a mi marido, no me gusta mi relación cuando estoy sobrio”, nos dice con voz aguda Maricot a Gin Tonic y a mí. Bebemos en el departamento de Gin Tonic entre sus plantas para interiores y sus postales traídas de Viena. Es domingo. En Torreón no venden alcohol después de las dos de la tarde. Son pocos los bares que abren. Pero Gin Tonic cuenta con un arsenal de vodka, ginebra, tequila, whisky y pisco. Tengo ocho meses sin trabajar y el domingo me despierta el ánimo de tomar desde temprano. Tradicionalmente son días que se consagran a la familia y a la iglesia. Mi primo Tecate Light no puede beber en domingo si antes no ha ido a la iglesia; no importa si la noche anterior nos encerramos en un motel con una puta y decenas de rocas de crack que fumamos hasta el amanecer. Tecate Light tiene que ir a misa y escuchar de los labios del padre –en el confesionario porque de otra manera no podría recibir la hostia consagrada– que se va a ir al infierno si no cambia su vida, pero que puede empezar con un abono de oraciones y arrepentimiento genuino. El amor transforma. ¿Cuántas relaciones han empezado gracias al alcohol? ¿Cuántos hemos sido concebidos gracias al alcohol? No es Dios, no es el amor. El alcohol, la ebriedad, la imprudencia son nuestro génesis. Es probable que estuviéramos ebrios cuando embaracé a Heineken. Lo que es seguro es que la sobriedad tomó la decisión de interrumpir el embarazo. Maricot, Gin Tonic, su novio (con quien terminaría a los pocos meses) y yo tomamos durante la tarde hasta que la noche se desmaya sobre las calles de Torreón y la loca generosidad del alcohol nos entrega sin demora su fuerza de amor.
Nazul Aramayo
ESCRITOR
Torreón, Coah. 1985. Autor de los libros Cantinas que merecen ser amadas y personas que no (Producciones El Salario del Miedo, 2019), La Monalilia y sus estrellas colombianas (FETA, 2017) y Eros díler (Jus, 2012). Ganador del Premio Estatal de Periodismo Coahuila en los años 2017 y 2018 (en Crónica y Mejor Trabajo de Periodismo Cultural, respectivamente) y del XXIX Concurso Literario Nacional “Magdalena Mondragón” en el género de cuento. Ha sido becario del PECDA y FONCA y ha publicado cuentos, reseñas y crónicas en diversos medios de circulación nacional.
@erosdiler