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Retratos de vida

- 1 -

La fotografía cayó de aquel libro que tomó al azar. Mostraba a un joven que parecía sonreírle a todo el mundo.

Era él mismo, 30 años antes. Se sentó en el sillón y se puso a mirarse.

¿Qué había quedado en él de aquel muchacho? Desde luego no el pelo, ahora escaso y entrecano. Tampoco, naturalmente, la esbeltez juvenil: el firme abdomen de ayer era la fofa barriga de hoy. Tampoco tenía ya aquel brillo en los ojos y aquella sonrisa luminosa.

Se sintió triste. Pero no por haber perdido algo de pelo y bastante de postura. Al ver la imagen de aquél que había sido rememoró sus sueños de muchacho y se dio cuenta de que hacía mucho tiempo -¿cuánto? -los había perdido.

Volvió  a poner la fotografía en el libro; puso luego el libro en su lugar. Y supo vagamente que algo muy triste nos sucede cuando ya no soñamos los sueños que alguna vez soñamos.

 

- 2 -

-Habló tu papá. Deberías ir a verlo; ya hace más de un mes que no lo visitas.

-¿Y quieres que vaya otra vez? Carajo, tú ves el trabajo que he tenido. No me queda tiempo para nada. ¿Le pasa algo a mi padre? ¿Está enfermo?

-No, parece que se ha sentido bien, pero dice que ni por teléfono ha podido hablar contigo; que en la oficina le dicen que no estás. ¿Por qué no le das una vuelta?

-Hoy no puedo. A ver si el próximo domingo, si es que no nos llaman los compadres. Si vuelve a hablar dile que uno de estos días le caemos. Y ahorita vengo.

-¿A dónde vas?

-A pasear al perro.

 

- 3 -

Son cuatro señores los señores. Uno es alto y delgado, otro es bajito y regordete; el tercero cojea un poco y el último usa todavía sombrero de fieltro.

Todas las tardes se juntan en una banca del parque. Las señoras y los muchachos que por ahí pasean saben que esa banca les pertenece a ellos, por eso no la ocupa nadie.

¿Y qué hacen los señores? Hablan. Hablan de todo, especialmente de sus tiempos. Son jubilados de la misma fábrica, y recordar es profesión de jubilados.

Si yo pudiera les haría a esos cuatro señores una estatua. Toda su vida trabajaron. A nadie hicieron daño. Formaron sus familias. Bebieron algunas veces sus cervezas, eso es cierto, pero nunca se presentaron borrachos en su trabajo ni en su casa. Fueron obreros, y ahora sus hijos son médicos, ingenieros, abogados...

Si yo pudiera les haría a los cuatro señores una estatua. Ellos son héroes más verdaderos que muchos héroes de mentiras que tienen estatua y calle con su nombre.