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La tolerancia, virtud imprescindible
Si la democracia supone el pluralismo, el dialogo, la diversidad y la inclusión; la tolerancia es su mejor marco. Esta es la disposición a admitir en los demás una manera de ser, de obrar o pensar distinta a la propia, especialmente en cuestiones prácticas. Lo contrario es la intolerancia y tiene su origen en el fanatismo, en la obstinación, en la irracionalidad, en la irreflexión, en la ausencia de autonomía, en la intransigencia y en la nula flexibilidad.
Una de las expresiones, históricamente, más nítidas sobre el tema es la “Carta sobre la Tolerancia” firmada por John Locke en Inglaterra, en 1689. Las condiciones de producción son fundamentales para entender el porqué de la reflexión.
Marcadas diferencias religiosas que se pagaban con la muerte, la necesidad de vivir y operar la libertad de conciencia, el poder desmedido del rey, el despertar de la sociedad solicitando acabar con las arbitrariedades y abusos del monarca, la necesidad de libertad de expresión, la imposición del catolicismo, la aparición del Leviatán, la Paz de Westfalia, la gloriosa Revolución de 1688; la famosa Bill of Rights en ese mismo año y en el plano personal la muerte de sus amigos por las intolerancias religiosas en 1687, son el contexto en el que surge la carta que le invito a deleitar. A pesar de la diferencia de contextos sigue siendo una buena ruta de reflexión para abonarle al tema.
La realidad que se vive a nivel global con la intransigencia de los bloques hegemónicos marcados por las disputas teniendo como base el expansionismo, la realidad que se vive en Venezuela y la polarización que sigue crispando los ánimos de muchos compatriotas en todo el territorio nacional, ésta marcada por actitudes que complican la convivencia democrática.
No tenemos otro mundo ni otro México, sólo tenemos uno. Por tanto, la tolerancia nos debe de llevar al área de la convivencia pacífica, independientemente de nuestras filias y fobias políticas, porque la democracia descansa justamente en la práctica de la tolerancia, en el espíritu laico y en la razón crítica, dice Norberto Bobbio en su libro “El Futuro de la Democracia”. Estos, dice el clásico, son elementos que permiten la solución pacífica de cualquier conflicto y la disposición de los actores políticos para establecer acuerdos.
En ese sentido, practicar la tolerancia no es una actividad pasiva que deja convivir individuos y grupos que ven y piensan de manera diversa, sino una virtud activa que une a las personas en el dialogo, en la superación del error y en la búsqueda de la verdad. En un mundo, actualmente multicultural, globalizado y cercano, la tolerancia debe ser una de nuestras grandes riquezas.
Aquello de “nosotros no somos así”, “en el pasado”, “los neoliberales”, “los conservadores”, “la prensa fifí”, “cuando gobernaban los del otro partido”, por una parte, y por la otra: “los chairos”, “los pejezombies”, entre otras tantas linduras, lo único que hacen es mostrar la inconciencia de que poco a poco vamos complicando el escenario político y social de nuestro País.
Es importante que quienes no están de acuerdo con el discurso y las políticas del Presidente de la República moderen su beligerancia, pero es más importante que los asesores del Presidente y él mismo entiendan que el discurso que acusa y recrimina no puede ser bajo ningún motivo la ruta para construir un México donde todos pervivamos. A Andrés Manuel, sus cercanos, deben de hacerle entender que ya no es candidato para seguir con ese tipo de discurso, que es Presidente de todos los mexicanos y todos son todos.
La democracia presupone el pluralismo, la opinión distinta, la libertad de expresión, las preferencias y diferencias de proyectos políticos a fin a cada persona, la igualdad de derechos, la diversidad en todos sus órdenes y la tolerancia se convierte en el marco ideal para poder realizarla. Dice Iring Fetsche que la tolerancia es una pequeña virtud imprescindible para la democracia, yo añadiría, y para México en estos tiempos.