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Medir el éxito del arte
Encabezados: “Lleno total en el concierto de la orquesta”; “Récord de audiencia en estreno de obra de teatro”; “Miles acuden a festival cultural”; “Decenas de comunidades beneficiadas por programa artístico”.
Estos titulares aunque ficticios pueden aplicarse a muchas circunstancias ya ocurridas en el ámbito cultural del país. Todos tienen en común cómo miden el éxito de un evento con base en los números de beneficiados, como si por el simple hecho de entrar en contacto con alguna expresión artística ya haya sucedido algún cambio significativo en su experiencia humana.
Abordando este tema desde el ámbito de las gestiones gubernamentales, de todos sus esfuerzos, la generación de productos culturales y artísticos para el enriquecimiento de la sociedad es la que más retos conlleva en la medición de sus resultados.
Porque a diferencia de un programa de salud que vacuna a toda una población, o una campaña de mejora de la infraestructura vial, que sí pueden ser medidas de manera cuantitativa, una propuesta de índole cultural presenta retos más grandes, pues con solo conocer la cantidad de individuos alcanzados no es suficiente para saber si los objetivos se lograron.
Una familia puede pasar un día entero disfrutando de un festival sin llevarse a casa nada más que el recuerdo de un buen rato entre ellos, mientras que otros tantos sí encontraron en las actividades y eventos una oferta que aportó a su vida de manera más o menos significativa.
Del mismo modo que una pintura puede significar nada para una persona y el mundo entero para otra los programas y proyectos de las instituciones culturales están sujetos al contexto y las características colectivas e individuales de los públicos a los que buscan llegar.
En el mismo orden en que los coloqué, los titulares también representan el tipo de acciones donde la asistencia es menos o más importante para conocer el verdadero “éxito” de las mismas.
Pues mientras un concierto lleno o una obra de teatro a tope de público pueden llamarse exitosos —ya lograron al menos la hazaña de llenar un recinto— y sus consecuencias quedan entonces en las manos de los artistas, la calidad que impriman en su trabajo y la respuesta de los espectadores, un festival, una feria o un programa más enfocado al ámbito social no pueden medirse sólo por este indicador.
Lamentablemente no sólo no existen instrumentos para dar cuenta de tales resultados tan subjetivos, sino que las instituciones están siempre bajo la presión de presentarlos con rapidez y dichas consecuencias no se presentan de un día para otro.
Hace unas semanas el Museo de Artes Gráficas celebró su séptimo aniversario con diversas actividades, entre ellas una conferencia a cargo del colectivo Curatoria Forense, cuyo programa de residencias en comunidades rurales de América del Sur está consciente de todo lo anterior y lo ha puesto en práctica por casi una década.
Luego de infructuosos acercamientos en los que buscaron ser maestros e imponer sus propias ideologías —hablarles de arte, tendencias, técnicas y buscar introducirlos en el medio actual, como muchos otros programas similares— reconocieron que para ejercer verdaderos cambios en estas comunidades debían, en su lugar, utilizar las herramientas que el arte provee y a través de ellas mostrarles a estos grupos cómo verse a sí mismos, identificar sus fallos y potenciales, dándoles seguimiento con actividades posteriores.
Trabajar con la población dentro de su idiosincrasia, con el arte como medio y no como objetivo y sin esperar resultados inmediatos y en cambio, darle continuidad a los esfuerzos, son, tentativamente, algunas maneras de cómo lograr y medir el éxito del arte en su carácter de elemento enriquecedor de la experiencia humana.