Café Montaigne 105

Usted está aquí

Café Montaigne 105

Treinta grandes escritores, algunos Premios Nobel, han sido bibliotecarios en algún tramo de su vida. En casi toda su vida varios. 30 grandes escritores han trabajado en bibliotecas o librerías. ¿Es en este paraíso donde se gesta la gran obra de arte, es este cielo terreno donde se han incubado las grandes obras las cuales nos han movido la piel y el esqueleto? ¿Es aquí y sólo aquí donde se produce la mayor parte de la gran obra de arte? ¿Y aquello de crear bajo la manta y el palio de una habitación y sus cuatro paredes acogedoras? Emily Dickinson (1830-1886) apenas y salió de su casa y su habitación en toda su vida. Sus poemas son reverenciados y citados hasta el hartazgo hoy en día. En Norteamérica es casi una santa. “La casa es mi definición de Dios”, cuentan unos versos de esta mujer por siempre angustiada y atribulada. Franz Kafka, otro atormentado, decía: “No es necesario que salgas de tu casa. Quédate sentado en tu mesa y escucha”.

Truman Capote escribió la mayor parte de su obra en la cama. Cuando un día le realizaron una larga, muy larga entrevista al mexicano Juan José Arreola, éste recibió al entrevistador en un “absurdo camastro”, como lo definió en su crónica introductoria el preguntador. Arreola jamás abandonó su posición ni el camastro. Fueron horas de charla. Pues sí, casi como una entrevista con el psicoanalista. Juan José Arreola como Gabriel García Márquez como Juan Rulfo fueron vendedores de libros.

Bibliotecarios fueron Jorge Luis Borges, Reinaldo Arenas, Robert Musil, José Vasconcelos, Mario Vargas Llosa… Pero, ¿cómo escribe usted, tiene algún mantra en especial?, ¿escucha música o en completo silencio?, ¿bebe agua, café o ron para inspirarse? Lea usted el hábito de escritura y creación de uno de los llamados padres del nuevo periodismo, ese estilo a matacaballo entre el ensayo, la biografía y la ficción (“novela sin ficción”, se dijo hacia 1960), nada menos el gran y terrible Truman Capote. Leamos de su manera y hábitos de trabajo:

“Soy un autor completamente horizontal. No puedo pensar a menos que esté acostado, ya sea en la cama o en un diván y con un cigarrillo y café a la mano. Tengo que estar chupando y sorbiendo. A medida que avanza la tarde, cambio de café a té de menta y de jerez a martinis. No, no uso máquina de escribir. No al comienzo. Escribo mi primera versión a mano (con lápiz). Después hago una revisión completa, también a mano….”. ¿Lo notó? No se puede estar creando sin tener bebidas espirituosas al lado. Al menos un buen café. Y claro, usted lo sabe, para su gran obra, “A Sangre Fría”, Capote no usó grabadora ni libreta de apuntes. Sólo llegaba a su casa luego de horas y horas de platicar con los involucrados y sí, lo recordaba todo y lo vaciaba todo en sus cuadernos y libretas donde lo escribía con lápiz y en su tálamo. Hay otras maneras más iconoclastas de inspirarse y escribir.

ESQUINA-BAJAN

La generación de los escritores norteamericanos llamados “Beats” fue tan poco ortodoxa en su propuesta poética como en la génesis y concepción de la misma. El camino convencional no fue su señuelo, estos probaron y apostaron por nuevas y estimulantes rutas las cuales hicieron de esta generación, y aun hoy, de muchos de sus pésimos seguidores e imitadores en la actualidad, como la forma más cómoda de lograr la visita de las musas, el convocar a la siempre huidiza inspiración poética. Los “Beats” adoptaron y probaron los métodos hedonistas orientales; el alcohol y las drogas adquirieron un valor especial lo cual desembocó no pocas veces en el armado integral de su propuesta creadora: se podía crear, se podía llegar al conocimiento de las cosas mediante el uso de ciertos estimulantes.

Allen Ginsberg escribió “Howl” (Aullido, en español) durante un fin de semana encerrado en su cuarto, bajo la influencia del peyote y atiborrado de anfetaminas y dexedrina. El resultado fue un aullido, un caldo difícil de asimilar. El poema provocó una fervorosa reacción en el auditorio, el cual lo escuchaba en la ahora célebre lectura en octubre de 1955 en la Six Gallery de San Francisco, California. Considerado el gurú de su generación, Ginsberg viajó repetidamente a la India, Oriente y América Latina. Una historia más de la generación “Beat” contada por Ilán Stavans en su libro “Prontuario”. Ken Kesey escribió “One Flew Over the Cuckoo’s Nest” (1962) harto de mezcalina, LSD y peyote. Kesey sirvió para un “experimento” de la Universidad de Stanford, el cual consistía en realizar con un paciente humano una serie de análisis con los hongos alucinantes de México. Kesey trabajaba en ese entonces en una clínica psiquiátrica de Menlo Park, California. Después de servir como “conejillo de Indias”, éste “entendió” la mentalidad de los pacientes psiquiátricos; incluso, decía, además de comprenderlos los veía como “normales”. El “escritor” Kesey se volvió dependiente de los estupefacientes y se convirtió en gurú de un grupo de gitanos y jipis psicodélicos: los Merry Pranksters.

El Nobel T. S. Eliot trabajaba al menos tres horas diarias en su faena de creación literaria. Luego interrumpía y se dedicaba a sus labores como empleado de banco y luego como editor. Escribía a lápiz en cuadernos o libretas. Luego su esposa mecanografiaba los textos. Luego él mismo los volvía a mecanografiar y hacia “alteraciones considerables”. Haruki Murakami regenteó un club de jazz por mucho tiempo a la par de escribir. Y según William Faulkner, éste y no otro, es el lugar ideal para crear la gran obra de arte: un burdel, un club de jazz, una cantina, una taberna. W.B. Yeats dijo sobre la vida de ser escritor: “(un) oficio solitario y sedentario”. Katherine Anne Porter escribió su novela “La Nave del Mal” completamente sola por tres años en el campo (400 cuartillas manuscritas).

LETRAS MINÚSCULAS

¿Y usted cómo escribe, cómo redacta sus informes, señor lector? Volveré con una coda a petición suya. Gracias.