La universidad Benito Juárez de AMLO y otras historias de segundas oportunidades
UNIVERSIDADES DEL BIENESTAR
ORIGEN
Es un programa de gobierno que responde a la necesidad de ofrecer estudios superiores a jóvenes que no tienen licenciatura.
GRATUIDAD
Todos los servicios son sin costo, no hay exámenes de admisión, ni límite de edad para inscribirse. La modalidad es presencial.
CIEN SEDES
En todo México proporcionan estudios en las siguientes áreas: Salud, Energía, Procesos Agroalimentarios, Estudios Sociales y otros.
Texto: Francisco Rodríguez
Diseño: Édgar de la Garza
Edición: Quetzali García
Esteban del Toro carga con una mochila a la espalda. Esteban del Toro lleva cuadernos de estudio y entra al salón de clases para preguntar algo a la maestra. Esteban también carga con el sueño de ser agricultor y terminar su carrera que apenas comenzó… a sus 36 años de edad.
Esteban es uno de 190 alumnos de la universidad Benito Juárez de Francisco I. Madero, una de dos universidades para el Bienestar en Coahuila que impulsó el actual gobierno federal. Pero Esteban también es el reflejo de los que en su momento no pudieron estudiar una carrera, de los que se toparon con la pared del tiempo, del dinero, lo traslados y el trabajo, situaciones que les impidieron seguir en las aulas. Pero Esteban también es el reflejo de que nunca es tarde para estudiar.
Hace casi 20 años terminó la prepa en el CETIS 24 de Francisco I. Madero y encontró trabajo de inmediato como técnico de máquinas y herramientas. Después, en la empresa John Deere, duró 14 años trabajando.
“Me daban ganas de estudiar pero no había tiempo ni recursos”, dice Esteban, alto, moreno, con mirada fija. En el trabajo no tenía oportunidad para seguir en el estudio, después se casó y tuvo una hija. Mantener una familia era prioridad.
Siempre quiso estudiar una ingeniería: mecatrónica, mecánica, electrónica o robótica eran las opciones en su mente. La Universidad Tecnológica de Torreón (UTT), a 50 kilómetros de Francisco I. Madero, era su ideal, pero nunca se concretó.
Su salida de John Deere y un trabajo inestable como carpintero, lo llevó a poner sus ojos en la universidad Benito Juárez, el proyecto del gobierno lópezobradorista de crear espacios educativos en las zonas más pobres del país. En esta sede se ofrece la carrera de Ingeniería agroalimentaria.
-Sinceramente es gratis y tenía ganas de seguir estudiando y salir adelante. No es lo que yo quería estudiar, pero como es gratis y no tengo los recursos para estudiar, decidí meterme –se sincera Esteban, sentado en uno de los pupitres del CETIS 24, la misma prepa donde estudió y que ahora lo acoge como universitario porque la universidad Benito Juárez todavía no tiene instalaciones propias.
Esteban platica que tiene tiempo libre porque casi no lo emplean como carpintero y por eso quiso aprovechar y seguir estudiando. Cuando le comentó a su esposa –quien solo estudió hasta secundaria- y a su hija de 12 años, las dos se alegraron bastante. Cada que sale les da gusto y le hacen preguntas cuando vuelve a casa.
La segunda oportunidad
Es una tarde de octubre y el patio del CETIS 24, jóvenes que van en su mayoría de los 25 a los 30 años, esperan por el profesor. Están bajo la sombra de un árbol, sentados afuera de un salón o en alguna banca. Se miran niños jugando, se miran bebés en carriolas. Dentro de un aula, un puñado de 25 alumnos atiende la exposición de una alumna.
Son todos los alumnos, unos 100 dentro y fuera del aula. Los universitarios presumen la sede, aseguran que es una de las más estables del país y con la mayor cantidad de población. También presumen a sus maestros, las clases y los temas que llevan.
El semestre pasado la universidad estaba en la escuela de Bachilleres Lázaro Cárdenas, pero para este semestre tuvieron que cambiarse. “Tenemos salón, en otras sedes batallan, están en lugares que no están cubiertos. Aquí se nos facilitó”, platica Lilia Salas Pérez, directora de la universidad Benito Juárez en Francisco I. Madero.
Las instalaciones son viejas, los aparatos de aire suenan como motor de autobús y los salones no son tan grandes como para tener 35, 40, 50 alumnos. Elier Rocha Galván, maestro que imparte la materia de Biología y Ecología reconoce que los espacios son reducidos para dar clase, que se complica por el calor, la austeridad del aula y la falta de equipo, pero asegura que los alumnos se han ido adaptando. Si para muchos, hace años el obstáculo fue el dinero y los traslados, ahora un pupitre maltrecho o el agobio de un salón sin refrigeración, no es pretexto.
No es pretexto debido al deseo de la mayoría por estudiar. El promedio de edad de los estudiantes es de 25 años, aunque los hay más grandes, como Esteban de 36 años o como Mayela de 33. La universidad inició en marzo pasado con 150 alumnos, pero varios desertaron. El primer ciclo concluyó con 110 alumnos y este nuevo ciclo abrió con dos nuevos grupos. En total suman 190 alumnos divididos en cuatro salones.
La generación que recién comenzó en agosto ya cuenta con más estudiantes de entre 18 y 20 años, recién salidos de la prepa. “De los dos grupos nuevos hicimos esa separación de alumnos de 20 años para arriba y otro de entre 18 y 20 años. No traen la misma preparación”, comenta la responsable de la universidad.
La primera generación estuvo marcada por ese perfil de estudiantes, reconoce Lilia Salas: jóvenes que buscaron una segunda oportunidad, hombres y mujeres que en algún momento truncaron sus estudios por problemas de dinero, tiempo o distancias; hombres y mujeres que tuvieron que trabajar apenas salidos de la prepa, madres y padres con hambre de un título universitario, chavos a los que se les negó un sueño, como a María José Lavenant, que quería ser licenciada en enfermería pero viajar diario a la escuela de enfermería de la Universidad Autónoma de Coahuila, el gasto en comidas y las prácticas profesionales, terminaron por taclearla de la carretera.
Tiene 26 años y 10 que salió de la preparatoria. Hace meses estaba despachando en un minisúper pero cuando supo de la oportunidad, no dudó. “Aquí es cuando”, se dijo.
De la opción de carrera menciona que es una oportunidad, que a ella le gusta ayudar a la gente, socializar, lograr beneficios para la comunidad. “Dar mejores soluciones tanto a ejidatarios como a la gente con sus sembradíos”, platica María José.
Recibe una beca bimestral de 4 mil 800 pesos –como en teoría todos los alumnos-, y aunque algunos aseguran que todavía no les llega, a María que va en su segundo semestre, ya ahorró y utilizó el dinero en una computadora. “La mayoría no tenemos computadora, varios pudimos comprar una. A otros les sirve para el transporte porque vienen de ejidos lejanos, hasta hora y media de camino”, asegura.
La mayoría de los estudiantes de la universidad Benito Juárez, trabajan y estudian. La universidad es flexible y dan tiempo de tolerancia en las llegadas. “Hay jóvenes que salieron hace cinco, seis años y no tuvieron oportunidad. Fácil el 60% de la población son personas que no tuvieron oportunidad, hicieron su vida, se casaron, muchas de las alumnas ya tienen hijos”, menciona la directora.
Hay compañeras que son madres y llevan a sus hijos a los salones de clase. “Muchos les damos la mano”, dice María. “Es cuestión de superarse”, añade la alumna.
El potencial
La Laguna (Coahuila y Durango) es una zona agroindustrial. Se estima existen cerca de 400 establos lecheros y se siembran más de 80 mil hectáreas, principalmente de forraje, alimento de las 400 mil vacas que comprenden el hato ganadero.
Según datos del Servicio de Información Agroalimentaria y Pesquera (SIAP), en 2018 se sembraron en la Laguna de Coahuila, 22 mil hectáreas de maíz forrajero, 8 mil de sorgo forrajero, 14 mil de alfalfa verde y 14 mil 800 de algodón.
Por esa razón, por ver a la actividad como una fuente de trabajo, es que Kevin Eduardo Magos decidió entrar a la carrera. Tiene 23 años y alguna vez estuvo estudiando derecho en la UNIDEP de Torreón, pero por más que estiraba el dinero en el pago de transporte, libros y materiales, los bolsillos terminaron por vaciarse.
“Por problemas económicos no pude finalizar”, resume. Pero para Kevin, la apertura de la carrera en Madero es una oportunidad, sobre todo porque no cuesta, ni inscripción ni colegiatura ni nada.
Después de la preparatoria, Kevin estuvo trabajando en un campo agrícola, era el encargado de las aplicaciones a las plantas para lograr la producción. Recuerda que cuando entró desconocía todo sobre el campo pero logró conocer sobre el tratamiento de suelos, sobre agroquímicos y fertilizantes. Ahora que estudia, le llama la atención realizar injertas de plantas.
-La escuela tiene visión muy buena, quiere que seamos no solo ingenieros, sino que resolvamos problemas de comunidades para ayudar.
Y vaya que requieren ayuda. En Madero hay 45 ejidos, herencia del reparto agrario. Francisco I. Madero es en sí resultado del Reparto Agrario, pues el municipio coahuilense más joven nació a raíz de un decreto del estado en 1936, el año en que Lázaro Cárdenas expropió haciendas y repartió tierras a los campesinos.
Los ejidos son comunidades compuestas por campesinos o hijos de campesinos, comunidades con problemáticas comunes: falta de agua, empleo, educación, luz, pavimento. Únicamente el ejido Lequeitio y Santo Niño cuentan con una preparatoria y según la directora Lilia Salas, 5 de cada 10 alumnos provienen de ejidos.
Kevin viene del ejido Compuertas, a 10 minutos de la cabecera y desde ya teme cuando la universidad se asiente definitivamente en el ejido Hidalgo, lugar donde se construirá la universidad, pues dice que le quedará más lejos.
Pero para Kevin, ya no será un obstáculo el transportarse. Dice que siempre tuvo en mente salir adelante y obtener un título, que lo reconocieran como profesionista. “Es difícil, tenía cuatro años sin ir a la escuela, sin tomar un lápiz. Llegas sin saber y comienzas a ver cosas nuevas”, relata sobre los inicios.
Pocas oportunidades
Antonio Tonche Pérez, cronista de Francisco I. Madero, menciona que a lo largo de la historia del municipio, que está por cumplir 83 años, la oferta de educación superior ha sido espontánea y momentánea.
La última opción fue la universidad estatal de educación a distancia, que únicamente arrojó una generación hace más de 10 años. También existió la Normal José R. Mijares donde solo hubo dos generaciones. “Truncan las escuelas, desaparecen. La escuela de educación a distancia tenían que tomar una nivelación pedagógica en la Normal de Torreón”, relata el cronista.
Torreón, Gómez Palacio y el Tecnológico de San Pedro, son los que absorben la demanda de educación superior para los maderenses. En el municipio hay siete preparatorias, dos de ellas privadas, pero los jóvenes maderenses también van a escuelas en Gregorio García en Gómez Palacio o en Agua Nueva en San Pedro. Sin embargo, se desconoce cuántos terminan la prepa y cuántos acceden a una carrera universitaria. “Creo que va en aumento la calidad educativa, ahora convencen a los padres para seguir estudiando”, dice Antonio Tonche.
Tonche Pérez explica que históricamente el joven maderense migra a Monterrey, Torreón o Estados Unidos. Los profesionistas maderenses suelen ser maestros, ingenieros, doctores o dentistas, principalmente. Pero en su mayoría después de la secundaria o prepa se adentran en las maquiladoras porque obtienen dinero de manera rápida y les pagan cada semana. También hay quien se va a fronteras como Acuña, Piedras Negras o Ciudad Juárez.
En Francisco I. Madero, municipio de 58 mil habitantes, se hallan dos maquiladoras, una que fabrica bolsas de aire y otra que hace las vestiduras de los automóviles.
David Reyes Romero tiene 22 años y fue uno de los que optó por entrar a una maquila. “Tenía que trabajar o estudiar”, recuerda. La primera opción era la más viable. Salió de prepa hace tres años y trabajó en la maquila, donde supo que sin una carrera, jamás iba a subir de nivel. Su vida iba a estar destinada al estancamiento laboral. Recientemente trabajaba en un local de baterías de Gómez Palacio, cuando se enteró de la universidad.
Platica que escuchó los promocionales de la universidad Benito Juárez, donde abrirían una licenciatura en Educación Física. David siempre quiso estudiar esa carrera pero nunca tuvo oportunidad.
“Cuando veo que inicia la universidad, estaba viendo comerciales y me llamó la atención, más porque es una gran oportunidad y está aquí mismo”, dice. Sin embargo, fue hasta cuando se inscribió que supo que la licenciatura en Educación Física no se abriría en Madero, que solo la de ingeniería agroalimentaria. David lo tomó como un reto.
La directora lo convenció de estudiar la carrera y se dijo que era su oportunidad de aprovechar todavía que estaba joven.
En su familia de cuatro hermanos y una hermana, el padre es el único que trabaja en un taller de vulcanizadora. Viven en el sector siete, a las orillas de Madero.
-No estaba en mis planes pero poco a poco se ha ido desarrollando. Uno de nuestros proyectos es que nos mandan a comunidades a los ejidos y conoces más problemáticas, de qué sufren. Aquí la agricultura se está muriendo poco a poco.
Relata David y tiene razón: las tierras que antes pertenecían a los campesinos ya volvieron a manos de unos cuantos acumuladores de tierras, nuevos hacendados. Se estima que el 80 por ciento de las tierras ejidales que fueron repartidas por Lázaro Cárdenas, ya fueron vendidas o son rentadas.
En 2019, según datos del SIAP, se sembraron en La Laguna de Coahuila 13 mil 800 hectáreas de alfalfa, con una producción de más de 885 mil toneladas, 7 mil 200 hectáreas de avena forrajera con una producción de 262 mil toneladas, 21 mil 600 hectáreas de maíz forrajero y 7 mil 900 hectáreas de sorgo forrajero. En cambio de frijol se sembraron 57 hectáreas, de cebolla 119, de tomate 519 y de melón 2 mil 69 hectáreas. La producción de alimento para las vacas antes que para humanos.
Por eso, un reto que les inculcan en la universidad es regresar a producir alimento para las personas.
Para la directora Lilia Salas, existe la necesidad de implementar nuevas técnicas de extender tecnología, crear conocimiento y traducirlo a la producción de alimentos para humanos, para ser un país con suficiencia alimentaria. La carrera se enfoca en los proyectos de cultivos básicos para consumo humano, no tanto para animales, aclara.
Los padres de David no dudaron en apoyarlo. Originario de Tamaulipas, recuerda cuando de niño su papá trabajaba en la siembra de tomate, chile, cebolla. “Traigo poquito de eso de mi infancia”, dice.
Ninguno de sus hermanos ha estudiado carrera. David es el primero pero asegura que la espinita de estudiar la licenciatura en Educación Física seguirá presente.
Recuperar el arraigo
El cronista de Madero, Antonio Tonche, cree que ahora el arraigo de los jóvenes al campo es mínimo. “El campo está reducido, discriminado, porque tienen la idea de que ya no da, pese que es la punta de lanza de la actividad económica en la ciudad”, explica el cronista.
Por eso Tonche cree que la carrera viene a fomentar el apego y gusto del joven hacia el campo, lo que podría aumentar la productividad.
La directora Lilia Salas menciona que no es una carrera inventada, sino una carrera que a futuro puede traer mucho beneficio para la región.
Explica que a diferencia de otros planteles, en la Benito Juárez desde el principio los alumnos están en las comunidades. “No es como otras donde haces prácticas o estadías al final, nosotros los enviamos a las comunidades desde el inicio”, comenta.
Salas considera que los alumnos le agarran cariño e interés porque proponen proyectos. La gente en los ranchos los recibe con esa necesidad dibujada en el rostro. “Aquí tenemos terreno, agua”, les dicen los lugareños y los alumnos aterrizan propuestas, proyectos para implementarlos.
Como Rubí Cuevas Moreno, que sueña con impulsar un huerto en su comunidad, Lequeitio. Lo que le motiva a Rubí es que en el ejido donde vive están desarrollando un pequeño huerto de 6 por 4 metros, donde están sembrando zanahoria, lechuga y eso, dice, trae motivada a la gente.
-Me importa mucho eso porque desde chica me llamó la atención. He querido sembrar pero no tenía conocimiento. Había proyectos pero nunca nos habían tocado. Me interesa manejar mis propios productos. Algún día puedo vender mis productos, lo que yo siembre –idealiza Rubí.
Para la directora Lilia Salas existe precisamente una necesidad de integrar otras carreras a la temática agroindustrial, por eso la carrera incluye desde el manejo de recursos, producción, transformación, agroindustria, creación de empresas, administración, logística, comercialización, exportación, venta.
Algunas de esas temáticas históricamente han sido un lastre en La Laguna, como la comercialización del algodón, el melón o la sandía.
Pero Rubí dice que siempre quiso superarse. Tiene 25 años y asegura que nunca tuvo la oportunidad de estudiar y que por eso, quiere aprovechar lo que para ella es una “segunda oportunidad”.
También quiere hacerlo porque su hija de 7 años y su hijo de casi 2 años, la motivan a salir adelante. Platica que entró a estudiar la carrera de ingeniería industrial en el Instituto Tecnológico de La Laguna (ITL), a una hora de camino en coche desde Madero. Sin embargo, en la universidad se embarazó y ya no pudo continuar. “Era mucho gasto, el traslado”, cuenta como cuentan casi todos los alumnos.
La mayoría de quienes intentan por segunda vez terminar una carrera, refieren que los traslados eran un obstáculo. Transportarse en camión de ruta de Francisco I. Madero al centro de Torreón, cuesta alrededor de 500 pesos a la semana.
Rubí refiere que inclusive venirse de Lequeitio –a 10 kilómetros de Madero- también le preocupó. En un inicio no hallaba cómo llegar a la universidad y se complica porque en ocasiones tiene que traerse a sus chamacos. Otras veces su mamá la apoya.
-Siempre me quedó la espinita de seguir estudiando –dice Rubí y por ello, por si sí o por sí no, decidió inscribirse. Su esposo también se inscribió.
Rubí asegura que todavía no le llega su beca, pero habla entusiasmada sobre echarle ganas, sobre conocer las áreas del campo. Y cuando platica que en ocasiones sus niños andan a juegue y juegue y no la dejan poner atención a clases, lo dice como si hablara de un reto.
Actualmente atiende una tiendita pequeña en su comunidad de Lequeitio, donde vende pan, leche y otras necesidades. También hace cenas para vender.
La motivación
El padre de Esteban del Toro, el estudiante de 36 años, siempre se dedicó a la agricultura. Nunca tuvo tierras porque trabajaba para otras personas. Aun así, Esteban dice que es algo nuevo para él, pero algo que le está llamando la atención.
Cuando regresó al aula sintió raro, algo de vergüenza por ser uno de los mayores. Pero ya lo ve normal. En el primer semestre sacó todas las materias con “excelente”
Esteban vive en el ejido Fresno del Norte. Asegura –con ese tono de quien disfruta hablar de algo- que hay muchas necesidades de cultivos en la región, pues la mayoría es puro forraje. En la universidad los enfocan en lo agroalimentario, en las siembras de chile, tomate, cebolla.
Esteban recalca sin titubeos que a como dé lugar va a terminar la carrera, “batallando o como sea”, añade con seguridad.
-¿Qué te motiva a seguir? –le pregunto.
-Me motiva mi propio futuro, pienso, siento que sí hay un futuro y eso me motiva.
-¿Cómo te ves en 5, 10 años que hayas terminado?
-Me veo como todo un agricultor.
Las segundas oportunidades.
¿NO ESTÁ LA CARRERA QUE TE INTERESA?
Para el caso de los estudiantes que seleccionen una carrera fuera de su estado, el Programa buscará apoyar su traslado vía terrestre desde su lugar de origen. Podrán ser recibidos en hogares de familias de la comunidad en donde se ubique la sede elegida. Informes en: www.ubbj.gob.mx