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De la cintura para abajo

De la cintura para arriba todos somos buenos. Si la Santa Madre Iglesia quitara de los mandamientos el sexto y el noveno, más gente se iría al Cielo. Un señor iba a casar a su hija. Su esposa le dijo que los compadres iban a comulgar en la misa de la boda; se iba a ver muy mal si él no lo hacía. Lo llevó con un sacerdote comprensivo a fin de que lo confesara y lo pusiera así en disposición de recibir la eucaristía.

-¿Cuándo fue la última vez que te confesaste?

-Ya no me acuerdo, padre. Veinte, treinta años; por ahí.

-Voy a ayudarte para que no batalles. Te iré diciendo los mandamientos de la ley de Dios, y tú me dirás si los has cumplido o te has apartado de ellos. Vamos a comenzar. ¿Has amado a Dios sobre todas las cosas?

-Creo que sí, padre. Quizá con excepción de una novia que tuve, y ahora de mis nietos.

-El Señor entenderá eso, hijo –replicó el sacerdote–. ¿Has tomado el nombre de Dios en vano?

-No sé cómo se hace eso. Digamos entonces que nunca lo he tomado.

-Bien. ¿Has santificado las fiestas?

-Las he gozado, algunas. Claro, antes más que ahora.

-¿Honraste a tu padre y a tu madre?

-Sí. Y Diosito me lo premió haciendo que mis hijos nos honraran a su madre y a mí.

-¿Has matado?

-No. Pero ganas no me han faltado, tratándose de algunos.

-¿Has robado?

-Todos hemos robado algo alguna vez, aunque sea el tiempo de los demás cuando llegamos tarde a un compromiso.

-Tienes mucha razón. ¿Has mentido o calumniado?

-Ahí sí, padre: he levantado falsos testimonios. Pero al final siempre han salido ciertos.

-Entonces no eran falsos; de modo que en eso estás libre de pecado. Ahora dime: ¿has deseado la mujer de tu prójimo?

-Nada más las de los prójimos que las escogieron buenas, padre. Con los otros he sido muy cristiano. Sí he deseado a la mujer de mi prójimo. Pero a la mía ya no la deseo. Supongo que con eso se empareja la cosa.

Lo dicho: los problemas con la moralidad no vienen del corazón o la cabeza, sino de la cintura para abajo. Y otros problemas también de ahí provienen. A un cierto señor de edad madura le preguntaban cómo andaba de salud. Respondía él:

-De la cintura para arriba estoy muy mal: me duelen los riñones, tengo arritmia, padezco de jaquecas… De la cintura para abajo estoy como un bebé.

-¿Muy bien?

-No. Todas las noches me meo.

Cosas como ésa no nos sucederían si fuéramos espíritus puros. Pero no: estamos hechos también de carne y sangre. Necesitamos, entonces, comprensión y una muy buena dosis de misericordia.