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Las efímeras trincheras de la violencia
Todavía permanecen los nacimientos de la Navidad en los hogares y los corazones. La estrella no se ha apagado, ilumina a los Reyes Magos y al Príncipe de la Paz. Su luz se conjuga con el canto y la alegría. Todavía permanece el calor del abrazo y la paz de las sonrisas. Es una realidad, un trozo de paz en el mundo. Las tinieblas de los conflictos dejaron de ser protagonistas de la vida humana… por unos cuantos días.
Y súbitamente, demasiado pronto, aparecen de nuevo el miedo y el temor de los bombardeos. Las explosiones iniciales en Irán, transmitidas y replicadas miles de veces en millones de televisores, noticias, redes sociales. El temor se vuelve global. El hongo criminal amenaza al futuro reino de paz, y la vida del planeta recupera su vulnerabilidad. La guerra, ese asesino milenario de los hombres, aparece de nuevo en el horizonte de las tinieblas y de la incertidumbre.
Sin embargo hoy la humanidad reacciona con menos fantasías anacrónicas que disfrazaban las masacres con triunfos, las muertes y los cadáveres con guirnaldas y condecoraciones, los hogares y familias de huérfanos hambrientos de comida o de amor, con poemas épicos que consolaban a los sobrevivientes.
Hoy la humanidad está ejerciendo un lento despertar de amor a la vida, lo que la cultiva y la nutre. A la educación que promueve el cuidado de la naturaleza, de la justicia humana y de un vivir de seres humanos dignos y respetables. Hoy identifica la guerra como el mayor de todos los males, la epidemia de terror que enferma la vida, la salud, el campo, la economía, el corazón y las mentes del hombre. El juego fatal donde todos perdemos.
Este nuevo contexto de la conciencia humana respecto de la guerra y la paz, del amor a la vida y la indiferencia ante la muerte (y sus semillas: la violencia y el odio) es una convicción cada vez más global y cada vez más responsable en las escuelas y entre las naciones. El uso de las armas o del poder ni es tan inmediato ni mucho menos es aceptado de manera pasiva. La reacción al asesinato del general iraní fue de condena por la sociedad mundial y aunque no fue condenado explícitamente por las instituciones internacionales, ninguna lo aprobó explícitamente.
La violencia en todas sus formas empieza a ser sustituida por la protesta. El uso del poder económico, bélico o político ya no es tan omnipotente ni monolítico. El ataque contra las “torres gemelas” exhibió la vulnerabilidad de cualquier poder, aún el de las bombas atómicas.
El diálogo está sustituyendo la violencia de la prepotencia. La negociación racional y razonable está borrando las barreras raciales, religiosas, comerciales, económicas que antes servían de falsas trincheras que antes eran concebidas como murallas invulnerables.
La fuerza de la paz va ganando poder lentamente con una velocidad evolutiva, y la fuerza o prestigio de la guerra está declinando a pasos acelerados. El mundo se está hartando de tanta sangre humana derramada estérilmente. El Príncipe de la Paz lentamente va iluminando con su verdad la conciencia humana y la caricatura de las trincheras efímeras.