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Vivir en tiempos del virus
Vivimos tiempos de exceso de información y en los que es socialmente aceptable y hasta celebrado dudar de toda y cualquier información que nos llega, sea oficial o no, sin importar quién es la fuente o las credenciales del emisor. Por ejemplo, para cuando escribo estas líneas, el presidente de Brasil ya ha tenido varios resultados positivos y negativos de su prueba del COVID-19 y en realidad nadie sabe si creerle o no. Sin duda, la situación de pandemia es un campo fértil ideal para teorías de conspiración y para el uso del miedo o pánico como motivante político, económico, religioso o hasta para aumentar las ventas de papel higiénico.
Lo que es cierto, es que fuera de quienes son refugiados de guerra o hambre, víctimas de desastres naturales o ciudadanos que vivieron una guerra, la gran mayoría de los humanos no habíamos enfrentado una situación como la que se vive actualmente con esta epidemia que ocurre en prácticamente todo el mundo al mismo tiempo (pandemia) y sin distingo de género, nacionalidad o posición socioeconómica. Nos acostumbramos a las rutinas y a dar por hecho que mañana el sol saldrá y se pondrá como siempre. De pronto nos sorprende un evento disruptivo que, según el país o estado donde estemos, cancela escuelas, actividades laborales, eventos deportivos y hasta ceremonias religiosas. Ciudades ricas se sorprenden de ver anaqueles vacíos ante el aparente pánico –disfrazado con memes– que vive la población.
En los últimos días hemos visto cómo el gobierno de Trump pasa de calificar la pandemia como un problema ficticio o farsa (hoax) a cancelar vuelos de Europa y declarar una emergencia nacional. El gobierno de México parece estar, también en este tema, unos pasos atrás y no parece aceptar del todo que existe el problema. De alguna forma se plantea que el problema mundial se menciona para atacar al presidente (como si todo girara a su alrededor) y eso sólo retrasa acciones que reducirían el impacto en vidas y pesos que tendrá la emergencia.
Lo que es cierto es que, por al menos unas semanas, tendremos que ajustar rutinas y nuestras vidas serán distintas. Habrá costos y tragedias, algunas podrían haberse evitado. Seguro habrá algo positivo que saquemos de la crisis. Eventualmente pasaremos de la habilidad del meme y el chiste a la solidaridad que caracteriza a los mexicanos y a los humanos en general en tiempos de crisis. Tendremos nuevas experiencias y sensaciones en situaciones que antes eran irrelevantes. Esta semana, por ejemplo, me tocó estar en un importante aeropuerto europeo que tenía no sólo poca actividad sino una quietud y paz irreconocibles. La gente caminando con un aparente minipánico ordenado y respetuoso. Me sentí en película de zombies donde nadie quiere hacer contacto visual y todos estamos tratando de adivinar quién a nuestro alrededor es un “corona-zombie”. Quien se atreve a toser inmediatamente recibe docenas de miradas que parecen más mortales que el virus. El personal de la aerolínea (Delta) que me trajo a casa, actuando muy profesionalmente aun sabiendo que la cancelación de vuelos de Europa a Estados Unidos los dejará sin trabajo al menos por un mes. La sobrecargo en jefe de esta ruta, una señora pequeña, aparentemente frágil y de edad avanzada a quien ya conozco de nombre, parece jugarse la vida incluso si le diera un resfriado común. El pasajero vecino del otro lado del pasillo comentando de buen humor que había llegado al aeropuerto en ese mismo avión dos horas antes, pero la emergencia lo hizo regresar inmediatamente, ahora un asiento justo atrás del que traía en el vuelo de ida. Seguro tendrá una anécdota de ese vuelo para sus hijos y futuros nietos y recordará que la crisis del 2020 lo hizo recorrer unos 14 mil kilómetros en menos de 17 horas.
Difícil saber qué sigue, pero nos conviene estar alertas, procurar no causar o ser presa del pánico y ajustar temporalmente nuestras rutinas cotidianas. Esta crisis también pasará.