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Cuando salgamos del túnel
Pocos nos ponemos a pensar en otra cosa que no sea la tormenta que está sobre nosotros. Las noticias y rumores (poco positivos) se adueñan del diálogo y nos mantienen pensando solamente en la calamidad que otros vivieron, viven o la que podríamos vivir nosotros. Algunos rezan, otros cargan sus estampitas de santos, muchos propagan el pánico y otros... bueno, otros compran papel higiénico. Todos reaccionamos distinto ante una emergencia, pero espero que muy pronto tengamos claridad para empezar a pensar en lo que sigue después de que pase la tormenta, una vez que salgamos de este túnel que se nos está haciendo muy largo e inseguro.
Será muy sencillo que el subconsciente nos diga que no hay que asomarnos a ver los destrozos que ha dejado la tormenta. Los habrá en vidas humanas, en enfermedades que se prolonguen, en planes cancelados o pospuestos y definitivamente en una afectación económica que golpeará a prácticamente todo el mundo. Difícil creer que el mundo cambiará tanto en unas cuantas semanas, pero así será. Saldremos de nuestro encierro y batallaremos para reconocer lo que dejó la epidemia, pero será muy importante procurar asimilar que esta ola nos ha dejado del otro lado de la isla, confundidos y revolcados. Será muy relevante ver las medidas que los gobiernos tomen. Pero hagan o no hagan mucho, seremos los ciudadanos quienes tendremos que seguir empujando a las autoridades para reaccionar adecuadamente. No podemos seguir nadando de muertito esperando que Estados Unidos sea quien nos saque del hoyo; ya hemos visto en los últimos años que Estados Unidos puede crecer mientras México se queda estancado. Por casi un año y medio, la 4T ha gastado valioso capital político (y recursos) en políticas que pudieran acabar siendo, por casualidad, parte de la medicina correcta ante esta crisis que se viene encima para un segmento muy amplio de la población y que ha pagado los platos rotos por más de tres décadas. Sin embargo, esos cheques y transferencias directas (similares a las que ahora piensa hacer el gobierno de Trump) solamente serán un pequeño empujón a una economía que ya desde antes estaba cojeando de ambas piernas. ¿Qué más puede hacer el gobierno de México para enfrentar la inevitable crisis, de magnitud similar a la de 1995, que se avecina? Aquí tres ideas.
Primero, coordinar con el Banco de México para que la inflación baja no sea importada; es decir, manipulada con el tipo de cambio. Este es probablemente el error más grave que se cometió en la época “neoliberal” y que sorprendentemente la 4T no ve. Tercamente se ha optado por favorecer a productores extranjeros, mientras la industria mexicana carece de incentivos para crecer.
Segundo, el tamaño y costo del gobierno debe seguir reduciéndose agresivamente, en sus tres niveles y en sus tres poderes de manera que México pueda ajustar el precio de gasolinas, electricidad y las tasas impositivas para incentivar al consumo y a la industria. México no puede seguir cobrando impuestos del 30 por ciento mientras Estados Unidos cobra 21 por ciento; menos si electricidad y gasolina son más caros; menos si la inseguridad jurídica conlleva un riesgo más alto para proyectos en México.
Tercero, se debe escoger sectores o industrias específicas, de tamaño relevante e intensivas en empleo, que reciban incentivos especiales y radicales por los siguientes 5 a 10 años. La industria automotriz mexicana, por ejemplo, enfrenta no solamente esta nueva crisis, sino un cambio existencial en patrones de consumo y en diseño de vehículos. México, junto con el mundo entero, debe reconocer que un futuro de autos eléctricos es muy romántico, debatible si más “verde”, pero sin duda es un asesino de empleos alrededor del planeta. Debe el gobierno reconocer esa amenaza para los cerca de un millón de empleos directos de esa industria y el efecto multiplicador en la economía.
Esperemos que estas ideas y otras sean contempladas desde ya por quienes estarán encargados de reactivar la economía durante esta crisis que ya empezó.