Desde la cárcel
Sandra asegura que el encierro le ha provocado ataques de ansiedad y taquicardias.
“Simultaneamente grito, lloro y siento como que me hago humo; hasta mi sombra se ha enfermado. He tenido gastritis, migraña, me quejo de los rincones y se me ha caído el cabello. En libertad solamente pensaba en mi rostro, pero nunca en el resto”.
Tras pasar 22 horas al en la celda; a veces sentada, a veces acostada, Sandra intenta hacer ejercicio en una dimensión de tres por tres metros que comparte con siete mujeres acusadas de secuestro y delincuencia organizada.
“Una hora a la semana se me permite salir al patio, quince minutos de llamada telefónica y cuarenta y cinco minutos para jugar volibol o caminar alrededor de la cancha de basquet. El resto de los días pienso que afuera ya estaría muerta y que por eso Dios me trajo aquí”.
Su mayor temor era que al llegar a la cárcel la esclavizaran y torturaran:
“Cuando llegué a prisión sentí pavor de ser recibida con golpes y amenazas. Tenía miedo de que alguien me esclavizara obligándome a lavarle la ropa, el sanitario o que me chantajeara con dinero para no putearte cotidianamente; afortunadamente no sucedió”
Actualmente, recluida en un centro de Tabasco, a Sandra aún le quedan cuatro años de sentencia por homicidio y secuestro. Sin embargo, su vida criminal quedó en el pasado y tiene la intención de comenzar una nueva vida.
Con información de La Silla Rota