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Dos personajes
Se llamaba don José María Aguirre. Los diccionarios dicen que nació en Higueras, Nuevo León, pero lo cierto es que vivió en Saltillo muchos años, tantos que don Guillermo Prieto en sus sabrosas “Memorias de mis tiempos” lo declara “natural del Saltillo”.
Nació don José María en 1803 y vivió 60 años justos, pues murió en 1863. Estudió la carrera de abogado en la ciudad de México.
Después de obtener el título, en 1826, regresó a Saltillo y se inició en la vida política. Llegó a ser gobernador de Coahuila en diversas ocasiones entre 1846 y 1850. En 1855 luchó contra Santiago Vidaurri al lado de Viesca y De la Fuente. Fue ministro de Justicia, y también de Hacienda, en la Presidencia de don Mariano Arista, y gobernador provisional de San Luis Potosí, donde murió. Liberal acendrado, se entregó al bien de la Patria, y eso le mereció que en 1879 el Congreso coahuilense expidiera un decreto en el que se ordenaba que su nombre fuese inscrito con letras de oro en el recinto del Poder Legislativo local.
Era gobernador del Estado don José María Aguirre cuando la aciaga época de la intervención norteamericana. Perseguido por el invasor se retiró a su rancho, La Paila, pero hasta allá fue seguido por los americanos, que incendiaron el caserío y se llevaron cuanto de valor había en el rancho. Fue a Querétaro don José María, donde recibió órdenes de regresar a Saltillo, por convenir así al interés de la Nación. Cuando el comandante de las fuerzas norteamericanas acuareteladas en Saltillo supo del regreso del gobernador, le mandó un propio invitándolo a comer.
Por escrito respondió don José María aquella invitación:
“No puedo aceptar invitaciones más que de mis amigos, y usted no puede serlo, pues es un enemigo de mi Patria...”.
¡Qué bien cuadran esas palabras con las de elogio que tiene don Guillermo Prieto para aquel ilustre hombre de Saltillo, cuando dice de él que “tenía un valor civil superior a toda ponderación”!
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El licenciado don Andrés Serra Rojas fue mi maestro de Derecho Administrativo en la Facultad de Derecho de la UNAM. Era chiapaneco. Hablando del modo de hacer las cosas que en México tenemos nos relataba lo acontecido en un lugar pequeño de su Estado. Los habitantes de cierto villorrio vivían junto a un río, y con frecuencia debían pasarlo para ir a sus labores. Ellos mismos habían contruido un mal puente de madera, frágil y tembleque, que cuando el río se crecía quedaba cubierto por las aguas.
Llegó una vez un candidato a alcalde, y claro, la primera petición que los lugareños le plantearon fue la de un nuevo puente.
-En 15 días más estaré sentado en la silla -les dijo-, y la primera obra que emprenderé será la de su puente. Como prenda de mi compromiso, en este mismo momento vamos a tumbar todos juntos esta mugre de puente, para así obligarme a hacerles el nuevo de inmediato.
Se procedió a la destrucción del armatoste, y el candidato se fue seguido por los vítores de la multitud.
-Eso sucedió hace 20 años -concluía tristemente su relato don Andrés Serra Rojas-. Excuso decirles que mis paisanos todavía están pasando el río a nado.
¿Corresponderá a eso a nuestra época, en que mucho se destruye y no se construye nada?
Armando Fuentes Aguirre
‘Catón’ Cronista de la Ciudad
PRESENTE LO TENGO YO