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No hay ideología o proyecto que justifique un naufragio. Debemos preguntarnos si el capitán tiró mapas, manuales y brújulas
No soy doctor, psicólogo, psiquiatra ni nada que se le parezca. Tampoco pretendo diagnosticar científicamente a nadie, pero a veces resulta difícil no empezar a pensar en hipótesis que puedan explicar el comportamiento, los dichos o las acciones de alguien, especialmente alguien a quien escuchamos o vemos con frecuencia y que muestra patrones de comportamiento que nos son difíciles de entender. Obviamente, tratar de catalogar a alguien casualmente con base en sus actos puede ser ofensivo para quienes sí están científicamente diagnosticados en ese grupo o condición. Estas líneas no pretenden ofender a nadie que verdaderamente sufra de estos problemas o condiciones, sino tratar de entender por qué alguien puede renegar de la realidad, percibir que lo persiguen, negarse a escuchar ideas o sentir desconfianza sin motivos suficientemente claros.
Es verdad que todo político de alto nivel o que aspira a llegar alto en un gobierno tuvo que pasar por muchos momentos y declaraciones en las que dice y se desdice; tuvo que cambiar de opinión sobre temas complejos y no tanto; después de todo, un político en campaña es siempre muy distinto de uno que ya ganó. En ese caso los colores o las ideologías se diluyen y se pasa de prometer hasta lo imposible en campaña a ejecutar lo que sea posible siendo gobierno. Hemos ya comentado en este espacio que el presidente López Obrador se la pasó como aquel perro de la esquina que todos los días (años en su caso) le ladraba al autobús de ruta urbana, enseñando los dientes y hasta dando el paso del desdén cada que el autobús lo ignoraba, hasta que un día el autobús se paró y el perro no supo qué hacer. Se encogió, sus dientes se escondieron y con la cola entre las patas se daba la vuelta al no saber qué hacer con ese autobús ya parado frente a él.
Hay demasiadas lupas –y hasta microscopios– en lo que dice y hace el Presidente, y se lo gana a pulso por tanta exposición mediática. Con tanta mañanera, vespertina y nocturna donde repite como merolico lo mismo, con o sin datos duros y en muchas ocasiones repitiendo verdades a medias o mentiras completas (Goebbels decía que si repites una mentira suficientes veces, eventualmente se transforma en verdad). No tengo duda que el Presidente tiene buenas intenciones y es un hombre bueno, austero, honrado. Sin embargo, poco a poco se queda solo (y con una colonia de focas que aplauden por reflejo) en una realidad que es cada vez más difícil de imaginar incluso para quienes le hemos dado voto y beneficio de la duda. Sus explicaciones largas a preguntas simples. Su comodidad con preguntas a modo (Lord Molécula). Su afán por constantemente declarar que la corrupción se acabó mientras ignora lo mal que se ve tener a Bartlett a su lado. Niega que el crecimiento económico es importante y necesario para, entre otras cosas, sostener sus programas sociales (a menos de que pronto empiece a entregar bendiciones en lugar de cheques). Declara que los medios son adversarios, pero no sabe condenar al narco (los “abrazos” y “balazos” se entregan al destinatario equivocado). Aquí es donde debemos apelar a quienes lo rodean para verificar que el Presidente está bien. Supongo que sabe que es capitán de un barco en una tormenta como pocas, aunque actúa como si una estampita o “la fuerza moral” de los pasajeros sean suficientes para evitar el naufragio. Mientras, la tripulación y los pasajeros se preguntan si el capitán y sus oficiales están a la altura del reto, si ven las olas de 30 metros y los arrecifes y si verdaderamente decidieron tirar mapas, manuales y brújulas por la borda, cambiándolos por la “autoridad moral” que dan “30 millones de votos” como herramientas suficientes e infalibles para llevar el barco a buen puerto.
En cualquier caso, un capitán que distorsiona la realidad, genera fantasías, desconfía incluso de quien le quiere ayudar, que considera que merece algo sólo por ser él, que se inventa adversarios para sentirse perseguido o víctima, que no es capaz de empatía o de ofrecer disculpas sin caer en un nuevo insulto, no es un capitán efectivo ni confiable. Su equipo cercano debe ayudarlo, situarlo en la realidad, darle una dosis de datos duros. No hay ideología o proyecto que justifique un naufragio de este tamaño.