Don Carmen y la muchacha de la panadería

Usted está aquí

Don Carmen y la muchacha de la panadería

Don Carmen tiene 60 años. Es el hortelano de don Mariano Fuentes Narro, padre de don Mariano Fuentes Flores, padre de Armando Fuentes, que esto escribe. El señor Fuentes Narro tiene una huerta por la calle de Morelos. Ahora pensaríamos que esa huerta estaba aquí cerquita, casi al otro lado de la vieja casona de la calle de Santiago. En los días de don Mariano Fuentes, sin embargo, la huerta estaba lejos, y la familia iba a ella en un carrito de caballos.

Don Carmen tiene 60 años. Eso lo dije ya. Lo que no dije es que don Carmen es viudo. Su viudedad es ya de hace tiempo: murió su esposa al dar a luz al primer hijo. Poco después la madre muerta se llevó al niño, pues en el rancho no hubo mujer que pudiera darle el pecho. Don Carmen se vino entonces a Saltillo y le pidió trabajo a don Mariano. Este señor acababa de comprar una pequeña huerta que tenía un cuartito para el hortelano. Ahí se fue a vivir don Carmen.

No se volvió a casar. Se convirtió en una especie de ermitaño. No era hosco no. Por el contrario, tenía para todos una mansa sonrisa bondadosa. Cuando alguno le hablaba, hombre, mujer o niño, él se quitaba el sombrero para contestar. Iba todos los días a la primera misa de San Juan Nepomuceno -a las 5 de la mañana la oficiaban los padres jesuitas-, y por la tarde rezaba solo su rosario, sentado en una silla que sacaba al crepúsculo. Después consumía su magra cena y se acostaba a dormir un sueño sin sobresaltos de la carne o el espíritu.

Ahora don Carmen tiene 60 años. Eso lo dije ya dos veces. Lo digo la tercera porque la muchacha de la panadería tiene 30. Y don Carmen la mira cuando va a comprar el pan. No son malas sus miradas: don Carmen es incapaz de mirar mal a nadie. Lo que sucede es que la muchacha es sola, como él. También vino de un rancho. El panadero es su cuñado y la muchacha, a los 30 años, es ya una solterona sin esperanzas de casarse. Es una carga para el esposo de su hermana. Y don Carmen, que es ranchero y por lo tanto astuto, presiente que el remedio a su soledad está en la panadería.

Don Carmen es fuerte y está sano. Tiene sus centavitos, pues el patrón le deja libre la mitad de la huerta, y lo que cosecha lo vende a los fruteros del mercado: cebollitas de rabo, lechugas, betabeles, acelgas, coliflores, rábanos, hierbitas de olor para dar sabor al caldo... También, cada año, le quedan algunas cajitas de manzanas, perones y membrillos. Tiene sus centavitos, pues, don Carmen. La muchacha, que es mujer y por lo tanto es lista, sabe que el remedio a su soltería está en la huerta.

A nadie dice nada de sus intenciones don Carmen. Y menos aun a la muchacha. Pero usa el secreto lenguaje de la naturaleza para dar a conocer sus deseos. Pero lo hace en modo tal que nadie sino el objeto de sus ansias escucha esas ocultas voces. Cuando parte la leña lo hace a hora y de modo que los golpes del hacha se oigan hasta la panadería. Así hacen los venados en el monte cuando golpean sus cuernos para excitar a las hembras en celo. Cuando va a la panadería saca ante la muchacha un billete de 5 pesos para pagar los 20 centavos de la compra. Así hacen los guajolotes cuando despliegan su plumaje ante la cócona.

La muchacha escucha y mira todo aquello, pero nada más ella lo ve, y nada más ella lo oye. Sólo ella sabe lo que está sucediendo. Un día... Pero no tengo espacio ya para seguir. Mañana, con más espacio, seguiré, si lo autoriza así la Autoridad.