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Outsourcing, el reto de conciliar lo inmoral y lo legal
El pensamiento empresarial mexicano comenzó a cimentarse a finales del siglo 19 sobre la base de las doctrinas socialcristianas, que sirvieron como contrapeso ideológico al incipiente desarrollo del socialismo que cuestionaba los fundamentos básicos del capitalismo. Se hace una invitación permanente en la mayoría de los documentos a reformar el sistema capitalista y a promover la justicia social, sirviendo a la dignidad humana e incrementando las oportunidades de vida para los individuos, según lo afirma la “Rerum Novarum” en el número 128.
En síntesis, estamos ante un pensamiento que promueve un proyecto de humanización que tiene la intención de construir un mundo justo. Uno de los puntos más claros que la enseñanza o doctrina de la Iglesia ha priorizado, por sobre cualquier otro axioma, es que la persona se encuentra por encima de cualquier dimensión humana y todo debe de girar en torno a ella. La preocupación fundamental de este pensamiento con respecto a lo económico es más clara que el agua.
Encíclicas como la “Rerum Novarum” (1892), que inicia todo este trayecto histórico, “Quadragesimo Anno” (1931), “Mater et Magistra” (1961), “Pacem in Terris” (1963), “Gaudium et Spes” (1965), “Populorum Progressio” (1967), “Octogesima Adveniens” (1971), “Populorum Progressio”, “Laborem Exercens” (1981), “Centesimus Annus” (1991) y “Caritas et Veritate” (2009), entre otras, señalan el papel del empresario, la empresa, el trabajador y el salario justo en la Enseñanza Social Católica. En síntesis, el pensamiento del Magisterio Social de la Iglesia nos lleva a la conclusión de que el empresario católico debe ser una persona competente, dotada de un intelecto y una voluntad que le permitan convertirse en instrumento de progreso y de paz social. Su función debe estar encaminada hacia la creación de riqueza y de fuentes de trabajo mediante la inversión y la gestión adecuada de las unidades productivas, sin embargo, no se reducen las exigencias a este aspecto de la productividad y la rentabilidad. Es responsable también del clima y de la estructura humana de la empresa y de su relación adecuada con el entorno.
En este sentido, se trata de que la empresa sea una institución moralmente justa. Y aunque no todos los empresarios en México son católicos, sí una gran mayoría. Los demás han abrazado al humanismo como bandera legitimadora de su actuar, la Responsabilidad Social Empresarial (RSE) es un ejemplo de esto. La pregunta es ¿cómo conciliar el tema del pensamiento social o el de la RSE –dignidad humana, derechos humanos, economía justa y medio ambiente– con el outsourcing?
El outsourcing –subcontratación– llegó por los años ochenta con el nuevo modelo que llegaba a México: el libre mercado. Comenzó en los servicios de seguridad, limpieza, maquila, las tecnologías de información y luego se extendió por una buena parte de los ambientes laborales. Técnicamente, hablamos del suministro externo y continuo de bienes y servicios. En la práctica se trata de un esquema donde un patrón subcontrata los servicios de una empresa donde se simulan relaciones laborales con el fin de evitar o reducir el pago de impuestos, prestaciones o derechos de los trabajadores, como el caso de la seguridad social.
Apareció desde 2012 en la Ley Federal del Trabajo y por encima de la dignidad humana y la justicia se encuentra la idea de que “lo que no está prohibido, está permitido”. Por supuesto, no sólo se trata de evadir impuestos, sino también de no atender a los derechos económicos, sociales y culturales de las personas.
En la forma, ofrecer trabajo “como sea y sin quejas”; en el fondo la voracidad, la ambición, la eliminación de responsabilidades –como el pago de cuotas al IMSS o al Infonavit– retención de ISR, menores aportaciones a las Afores, abaratamiento de mano de obra, inestabilidad de empleos, rotación de personal, antigüedad laboral, vacaciones, aguinaldos, liquidación, derecho de crédito para vivienda, complicaciones en el ahorro para el retiro y pensiones, asistencia médica y el desacato al artículo 123 Constitucional, al 82 de la Ley Federal del Trabajo y a la idea del salario justo que no sólo alcance al trabajador, sino también para el pleno desarrollo de su familia, entre otras cosas.
En abril de 2019, especialistas de la Universidad de Chapingo, a petición del Servicio de Administración Tributaria (SAT), realizaron un estudio al que llamaron “Evasión de sueldos y salarios”, donde afirman que hay más de 2 mil empresas que se dedican a la subcontratación y que mueven a más de 7.6 millones de trabajadores en ese esquema. Me refiero al esquema de cancelación de derechos, de bajos salarios y de desentendimiento de las empresas o de “lo tomas o lo dejas”, en materia de derechos laborales.
La pregunta sigue en el aire: ¿para qué tantas luchas y tantas vidas dejadas en el camino si no se respetan los derechos de los trabajadores? ¿Cómo acabar con la autoilusión complaciente de empresarios y gobiernos que siguen sin hacer nada al respecto? Lamentablemente esto depende de ellos y sus conciencias, y no de los trabajadores que siguen agradecidos, olvidándose o ignorando que el trabajo es un derecho y no un acto de compasión de parte de quien lo ofrece. ¿Realmente el ser humano está por encima de la utilidad? ¿Cómo conciliar lo que se dice con lo que se hace? Así las cosas.