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Usted puede ser un asesino
Perdona la pregunta: ¿alguna vez has sentido el deseo de asesinar a alguien?
Por favor, no te sientas comprometido a responderme ahora. Contéstate a sí mismo, y guarda la respuesta para ti. Eso es precisamente lo que acabo de hacer yo.
El escritor portugués Eca de Queiroz -autor de “El crimen del padre Amaro”- tiene una intrigante novelita llamada “El mandarín”. Trata de un cierto hombre, cristiano, de muy buenas costumbres, educado, a quien se le aparece un misterioso personaje en la forma de un mandarín chino. El visitante le entrega una pequeña campana, y le dice que cuando quiera matar a alguien lo único que tendrá que hacer es pronunciar lentamente el nombre de la persona odiada y luego sacudir la campanita. Con eso morirá la víctima, y nadie sabrá nunca la causa de su muerte. Toda la novela conduce a una pregunta capital que lector debe plantearse: ¿haría yo sonar la campanita? (Otra pregunta: y ¿por quién?).
En el fondo tal es el tema de “Strangers on a train”, en español “Pacto siniestro”, una de las obras maestras de Hitchcock. ¿Estaría usted dispuesto a matar a alguien a quien no conoce a cambio de que otro matara a alguien a quien usted conoce bien, y cuya muerte ansía con vehemencia?
Una de las posibles respuestas a esa interrogante se encuentra en esa película, film construído al modo del maestro del suspenso, con la exacta precisión de un sabio orfebre. Acabo de verla otra vez en estos días de forzado encierro. Una de las escenas de la película es clásica en el cine de suspenso: la del carrusel, en la cual lo peor de la naturaleza humana, de sus instintos más oscuros, se muestra en el ingenuo ambiente infantil de un carrusel de feria.
Las buenas películas son las que plantean interrogantes que tememos responder. Eso es lo que hace Hitchcok en su cinta magistral: poner al espectador frente a sí mismo. En cada uno de nosotros coexisten el bien y el mal, y a veces éste amenaza prevalecer sobre aquél. En “Pacto siniestro” Robert Walker, en quien encarna el espíritu de la maldad, postula la tesis de que en cada ser humano hay un asesino en potencia. Eso se explica, añado yo, si consideramos que la raza humana no desciende de Abel (el pobrecillo murió sin dejar descendencia), sino de Caín, que engendró prole en abundancia de la cual nosotros descendemos.
Hay en la película un momento -inquietante momento- cuando advertimos que los dos personajes de Hitchcock, el supuestamente bueno y el presuntamente malo, son en verdad un solo personaje. Peor todavía: descubrimos que en ese personaje, capaz de toda la bondad y de la maldad toda, está cada uno de nosotros. En “Strangers on a train” tú y yo somos el tren en donde viajan, inevitablemente juntos, el bien y el mal. Quizá en última instancia la vida consiste en hacer que triunfe el pasajero bueno sobre el malo, y en conseguir eso antes de llegar a la estación final.