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Sabia virtud
Un sacerdote católico y un rabino judío quedaron juntos en un banquete. Se sirvió un rico y suculento jamón. De inmediato el rabino lo hizo a un lado, por prohibirle su religión comer carne de puerco. “¡Qué desperdicio! -comentó el cura, burlón-.
¿Cuándo se animará usted a comer esta carne tan sabrosa?”. “En su banquete de bodas, padre” -respondió con una sonrisa el rabino.
Otra historieta nos dice lo mismo con diferentes palabras. En un cementerio donde estaban sepultadas personas de muchas nacionalidades, un individuo rio al ver que un japonés depositaba un platito con arroz sobre la tumba de su deudo. Le preguntó, irónico: “¿A qué horas va a salir su difunto a comerse el arroz?”. Respondió el oriental: “A la misma hora que el suyo salga a oler las flores”.
Una cosa nos enseñan esos dos relatos: la virtud de la tolerancia, del respeto a las ideas de los demás. Henry David Thoreau es un escritor y filósofo norteamericano a quien los mexicanos debemos tributo de recordación, pues sufrió pena de cárcel por haberse negado a pagar un impuesto especial que se destinaría a costear la guerra contra México.
Pues bien: ese pensador escribió una frase muy bella y conocida. Dice así: “No te enojes si al marchar alguien a tu lado no lleva el mismo paso que tú. Quizá va oyendo otro tambor”.
En efecto, uno de los mejores frutos de la tolerancia es la comprensión. O viceversa. En Europa y en Estados Unidos grupos de sacerdotes que dejaron su ministerio y se casaron han pedido al Vaticano que la Iglesia vuelva los ojos a ellos, necesitados de comprensión.
Muchos de esos sacerdotes sufrieron lo indecible cuando atendieron el llamado de otra vocación, la del matrimonio, tan digna como la primera que habían escuchado. Algunos curas casados que viven en circunstancias particularmente adversas siguen afrontando distintas formas de hostilidad. Casi todos continúan amando a la Iglesia, y desean vivamente poder servirla otra vez. Su sacerdocio es eterno.
Hay un dato importante: Roma ha acogido en el seno de la Iglesia a ministros de otras religiones que se han convertido al catolicismo, y que estando casados son ahora sacerdotes en ejercicio. Habiendo ahora tanta escasez de sacerdotes ¿por qué se priva a los fieles de la obra de los sacerdotes casados, que siempre fueron católicos y que tan buena labor podrían realizar?
El Papa Juan XXIII, de gratísima memoria -ahora está en los altares-, narró en cierta ocasión una chispeante anécdota: “Cuando era yo representante del Vaticano en las naciones europeas me sucedía algo muy chistoso. Iba a las recepciones diplomáticas. Si entraba en el salón una mujer con escote demasiado atrevido, los hombres, en vez de voltear a verla a ella, volteaban a mirarme a mí”.
Una noche le tocó al futuro pontífice –y santoquedar en una comida al lado de una mujer que lucía un vestido de tal manera breve por arriba y por abajo que apenas le cubría lo indispensable. Sin decir palabra le alargó una manzana. “¿Por qué me la da?” – preguntó con extrañeza la mujer. Respondió él: “Porque tan pronto Eva comió la manzana se dio cuenta de que estaba desnuda”.
‘Catón’
Cronista de la Ciu dad