Saltillo es otra cosa

Usted está aquí

Saltillo es otra cosa

Tengo, entre otras muchas cosas, una hipótesis.

Una hipótesis, para decirlo claramente, es una suposición. “Supongando que...”. dice la gente del Potrero. Al decir eso está proponiendo una hipótesis.

Para convertirse en tesis, una hipótesis se debe comprobar. Esta hipótesis mía es de fácil comprobación, y por tanto la asiento desde ahora como tesis.

No debería yo decir entonces, con cierto asomo de timidez, que tengo una hipótesis. Debería afirmar que tengo una tesis, y hacer esa declaración con la solemnidad, firmeza y certidumbre con que los matemáticos expresan profundidades tales como: “Una cosa no puede ser y no ser al mismo tiempo” o: “El todo es mayor que una de sus partes”.

Mi hipótesis -mi tesis- ha sido siempre la siguiente:

“Saltillo es otra cosa”.

No se piense que esa manifestación es hiperbólica, o fruto del amor que el escritor siente por su solar nativo, y que declara en todas partes, pues quien está en amores no debe silenciar su amor.

Es cierto: amo a Saltillo por mil y mil razones -en total 2 mil-, entre las cuales están lo mismo la Catedral y el Santo Cristo que la insigne cantina “El Águila Viva”, donde apuré mis chíngueres primeros, o el famoso congal llamado “El Cadillac”, donde bailé por primera vez “Amor perdido”.

Y luego –aunque en otros terrenos- el Café Viena y Los Pioneros; la Benemérita Normal y el Ateneo glorioso; los museos; el recuerdo de todos los personajes saltilleros que han dado genio y figura a la ciudad; el pan de pulque de la famila Mena; el inefable  chicharrón de aldilla que preparan los señores Alanís: las enchiladas de por el rumbo del panteón; los tamales de doña Rosy, que el año 20 disfrutamos pese a todo en Navidad, y en este 21 el día 6 de Reyes, y el 2 de la Candelaria.

Y están, cobijados por el Cerro del Pueblo y la Sierra de Zapalinamé; los poemas de Acuña, Otilio González, García Rodríguez, Saldívar y Jesús Flores Aguirre; y las canciones de Felipe Valdés Leal; y el toreo de Armilla, y las obras de Valle Arzipe, Torri y Pereyra.

Y por supuesto, con muchas otras cosas más, la Alameda, de la cual no me canso de decir que si esa Alameda hablara ¡cuántas cosas callaría!

Decir que aquí comienza el mundo y aquí acaba sería exageración. Pero afirmar que Saltillo es otra cosa no es hipérbole: es verdad sostenida con rigor científico, y demostrable en condiciones de laboratorio, como querían los positivistas. Digo.