Adiós al manuscrito

Usted está aquí

Adiós al manuscrito

Especial
¿Debe la escuela dejar de enseñar la palabra manuscrita y cambiarla por el uso del teclado? Ya nadie manuscribe sus mensajes, excepto los grafiteros y los anarquistas.

En la vida hogareña y familiar, todavía el día de hoy un padre puede escribir a sus hijos instrucciones para la cena, y dejarle la nota pegada en la puerta del refrigerador, pero lo más probable es que le teclee el mensaje y se lo envíe a su dispositivo móvil. 

Más allá de eso, los médicos son de los pocos profesionistas que todavía manuscriben instrucciones para los pacientes y los farmacéuticos, aparte de los grafiteros, los anarquistas y los ‘narcos’, que garabatean consignas en todas las superficies imaginables.

Las notarías y las oficinas de registro civil, hace tiempo que abandonaron el manuscrito. Y son ya muy pocos los manuscribientes de bellos trazos, que se contratan para plasmar el nombre de los recién ‘recibidos’  en los diplomas de graduación.

No es de extrañar entonces, que haya quien proponga que las escuelas dejen de enseñar la palabra manuscrita y cambien a clases de uso de teclado y escritura a dos pulgares. 

A diferencia de la palabra hablada, que es una función  natural del ser humano, la palabra escrita es una función artificial con la que se representa gráficamente un lenguaje oral.

Un niño en contacto con hablantes de cualquier lengua aprenderá las palabras sin darse cuenta. Pero la escritura es otra cosa, un código creado por las civilizaciones, que difiere de una cultura a otra, digamos de los sumerios en Mesopotamia a los mayas en Centroamérica. 

Hay escrituras alfabéticas (como la del español, que es casi fonética; o la hebrea, hecha solamente de consonantes); y otras en las que un trazo de la escritura (un carácter) puede tener una parte semántica y otra fonética (como el chino, que más allá de una escritura, es un arte).

El poder de leer y escribir
Con la aparición del ciudadano moderno en el siglo XVIII, se extendió la alfabetización, en su doble vertiente: lectura y escritura. Saber leer, permitía no solo el acceso a importantes fuentes de información, sino que prestigiaba a quien aprendía esa habilidad.

Mientras que saber escribir servía a la gente para llevar sus propios registros (gastos, cosechas, acontecimientos familiares…). Pero las personas con capacidades un poco más elaboradas, y una letra legible y uniforme, llegaron a convertirse en individuos con  empleos bien pagados: así fue como surgieron los amanuenses, los escribientes, los secretarios y los oficios similares, desempeñados con pluma y tintero sobre un escritorio, que fueron la espina dorsal de la burocracia estatal y de las empresas privadas, antes de la invención de la máquina de escribir, en el último cuarto del siglo XIX.

La escritura llevó a otra gran revolución: la comunicación personal, mediante un mensajero que hacía entrega de cartas  y documentos manusritos. Y cuando al dominio de la escritura se añadió un sistema barato y confiable para transportar la palabra escrita, el llamado ‘Servicio de Correos’ (en vez de confiarle la carta a un mensajero), la comunicación manuscrita creció de manera exponencial. 

Luego, con la llegada de las tarjetas postales, el uso de la palabra manuscrita se disparó. Un ejemplo de ello fue que, en Europa, en los años anteriores a la Gran Guerra de 1914, circulaban miles de tarjetas manuscritas. Y después de la Segunda Guerra Mundial, cuando esa forma de comunicación prendió en todo el mundo, se intercambiaron más de cinco mil millones de tarjetas postales.

Primeras Letras
¿Cómo escribía la gente? Los primeros escritos en castellano, como el ‘Diario de Colón’ de su viaje a América y las ‘Cartas de Teresa de Jesús’, se efectuaron con un cilindro hueco acabado en una punta cortada al bies (corte sesgado) que se mojaba en un tintero. Solía ser pluma de ave, pero luego evolucionó a un soporte de madera rematado en una plumilla de metal. Todavía en los años 20s del siglo pasado, la plumilla y la tinta era lo que se usaba para escribir, lo cual limitaba enormemente la enseñanza de la escritura.

Esos instrumentos exigían una determinada posición de la mano y un ángulo constante respecto al papel. Cuando la pluma bajaba, hacía trazos más gruesos que cuando se elevaba, y eso contribuía a crear estilos de letra característicos. 

La letra manuscrita más común era la cursiva (inclinada) y ligada (letras enlazadas unas con otras). Pero se puede decir que cada país o región desarrolló un estilo propio de escritura, incluso solía haber diferencias entre la escritura de hombres y de mujeres.

La situación no cambió mucho ni siquiera cuando en el último cuarto del XIX apareció la pluma estilográfica, básicamente una plumilla con el tintero incluido (con su depósito de tinta)  –razón por  la cual era llamada ‘pluma fuente’.

Pero la revolución llegó con el bolígrafo (tras la II Guerra Mundial), con el que se podía escribir en cualquier ángulo respecto al papel, lo que permitía romper con la disciplina de la postura… y formar la letra como uno quisiera. 

Aristas Escondidas
Aunque usted no lo crea, la salud mental puede influir sobre la forma de escribir, y viceversa. Por ejemplo, algunas disfunciones mentales provocan que el escribiente disminuya el tamaño de las letras hasta extremos casi ilegibles (como ocurre con las personas inseguras). 

Y hay quien diga que la escritura detiene el deterioro mental (algunos investigadores creen que los ejercicios caligráficos alejan el mal de Alzhéimer).

El manuscrito tiene una característica evidente, comparado con la máquina de escribir o la pantalla: la individualidad.

La letra de una persona es algo exclusivo, como bien lo sabe el criminal que disfraza su escritura para no ser reconocido. 

En efecto, un grafólogo puede distinguir una letra creada espontáneamente de una escritura forzada. Y descubrir rasgos concretos de la personalidad, con solo observar la forma como se escribe.

Futuro Preocupante
La proliferación actual de las computadoras y de los dispositivos móviles, no solo está preocupando a los fabricantes de lápices, plumas y bolígrafos... También es algo que comienza a preocupar a los profesores de los primeros grados escolares.

La pregunta es, ante los adelantos del mundo digital, ¿será necesario seguir enseñando la letra manuscrita en las escuelas o es deseable enseñar el uso del teclado? 

La escritura a mano tiene sus bondades, por ejemplo, cuando los niños aprenden la letra escolar, desarrollan habilidades motrices muy finas, que luego podrán aplicar a otras muchas actividades de la vida diaria: entre ellas ensartar una aguja ¡e incluso utilizar un miniteclado! 

Y, como usted bien lo sabe, escribir a mano sigue siendo una excelente manera de memorizar un texto. No obstante, esos detalles por lo regular no cuentan ante la fuerza dominanante de la tecnología. 

Con información de José Antonio Millan/ (© Ediciones El País, SL. Todos los derechos reservados)