Adviento desde la esperanza

Usted está aquí

Adviento desde la esperanza

Se puede esperar en la esquina  un autobús que no llega.

Alguien espera ganarse un premio con el boleto que compró para ver un buen partido final de balompié porque consiguió, en la reventa,  un buen precio en lugar privilegiado. Aquella chica espera, en el café, al pretendiente que otra vez llegará cuando ella ya se fue. Esta pareja de esposos espera, con impaciencia, los resultados después de minucioso examen biológico exhaustivo. Son distintas versiones de esperas.

Hay desesperaciones también. Cuando sólo hay sombras en el pensamiento y parece que todo se pierde o nada tiene sentido. Son pensamientos homicidas, obsesivos y parásitos que se dejan entrar hasta producir desesperación y, peor aún, desesperanza. 

Hay una esperanza que es virtud teologal. Se apoya en promesas divinas. Esas que, por ser divinas, no pueden fallar. Es una seguridad que se recibe, no como trofeo, sino como don. No se conquista, sino se pide humildemente con fe. Es algo que ya está ahí y sólo se activa. Esa esperanza produce una gran alegría, da una gran fortaleza ante obstáculos y vientos contrarios. Es una mirada que supera todos los horizontes y llega más allá de la vida. Espera una plenitud eterna. Una situación trascendente en que nada falta y nada se acaba. 

El Adviento que se vive desde la esperanza se vive como tiempo de entrenamiento, de preparación, de reajuste, de afinación, de enfoque. Es un mantenimiento interior de mente, voluntad y corazón. Se apoya en un memorial, en un gran recuerdo. Una venida de Alguien que nos trajo a todos caminos de salvación para alcanzar y llegar al bien perfecto que no tiene fin. Y se presenta quien nace en Belén como camino verdad y vida si es aceptado como el Señor, Maestro, Salvador y Amigo enviado por el Creador para una gran misión.

Muchos hogares y comunidades no buscan sólo la prisa de Navidad adelantada que se traga la espiritualidad del Adviento. La Corona en que se van encendiendo luces cada semana antecede a pino y pesebre. Se enciende en tercer domingo la vela rosa, y no morada, que anuncia la próxima alegría navideña.

La familia en el camino de Adviento ora, espera, pide, canta y celebra frente a las flamas sucesivas. Hay reconciliación gozosa, compasión generosa y solidaridad. Llega, al final, la Nochebuena en que se enciende, en la corona, la blanca vela central. Se anuncia así la llegada del Salvador.

Hay en otros ambientes mucho ruido y basura de comercialización y de folklorismo desubicado o sustituciones de parche que contaminan de extranjerismos y estridencias en lo que ha de ser un concierto. 

Un Adviento vivido en la esperanza es una íntima experiencia humana para un júbilo existencial que acompaña los siguientes pasos de la vida…