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Advocatus et latro
“Sanctvs Ivo erat brito/ advocatus et non latro, res miranda populo”.
El latinajo arriba transcrito es el simpático epitafio al que se hizo acreedor un santito no menos singular.
A la muerte de san Ivo de Kermartin, la gente agradecida correspondió a su obra con tales palabras que, en una muy libre traducción podríamos leer como: “El santo Ivo era bretón, para asombro de su pueblo, abogado y no ladrón” (la rima, créame, es sólo una feliz coincidencia).
San Ivo es en diversos países patrono de los abogados, porque tal era su profesión desde antes de ordenarse sacerdote.
Si consideramos que su muerte data de 1303 y tomamos en cuenta su epitafio, podemos deducir sin gran esfuerzo que la mala reputación que impregna a los leguleyos (igual que el sulfuroso hedor al Chamuco) no es de ahora, sino que les acompaña prácticamente desde que se graduó la primera generación de juristas, allá en la antigua Roma:
–¿Y qué es lo primero que haremos ahora como abogados, mi estimado Trácalus Máximus?
–Emborracharnos hoy y mañana ver a quién chingar.
Ni se me ofendan, doctos jurisconsultos. Soy perfectamente consciente de que, por ejemplo, la carrera en periodismo goza del mismo desprestigio del que tanto esfuerzo y penurias cuesta desmarcarse, pero que cada gremio cargue con su cruz.
Don Ivo, ya le decía, se ganó en cambio un buen nombre como defensor de los pobres, a quienes prestaba sus servicios sin cobrar, lo que en nuestro contexto sólo le habría valido pobreza y el escarnio de sus colegas.
A uno en cambio, de llegar a enfrentar la desgracia de una contingencia legal, le sale más rápido y hasta más económico estudiar por cuenta propia la carrera de derecho para recibirse y defenderse a sí mismo, que delegarle el caso a un abogado que sólo nos va a estar jineteando la lana durante, digamos, diez años.
Y si desde un despacho los litigantes son de cuidado, sólo imagínelos despachándose desde el servicio público. Allí se desmiente aquello de que Diosito no le dio alas a cierto tipo de arácnido artrópodo y cumbanchero llamado alacrán.
No es gratuita la mala fama que se cargan los abogángsters y ni en México ni en nuestra comarca pueden presumirse como la excepción. Muy al contrario, nuestros “lics” son paradigma de todos los vicios de la praxis; la orgullosa Facultad de Jurisprudencia es sólo una petulante fraternidad donde se forman cuadros de trampistas (generalmente, para que los hijos de los viejos más mañosos hagan relevo generacional) al servicio del corrupto régimen.
Hace apenas unos meses el entonces director de la susodicha Facultad, Luis Efrén Ríos, dimitió envuelto en el escándalo, pero por ser un consentido del Poder se fue a administrar una jalada de nombre rimbombante en Derechos Humanos (como si de verdad alguien los respetara en Coahuila), eso sí, con un presupuesto multiputrillonario. La membresía tiene sus privilegios.
Otro ínclito doctor del derecho es Gregorio Pérez Mata, nombre con el que seguramente un día se bautizará alguna calle de Saltillo.
Deje usted que haya sido Presidente del Tribunal Superior de Justicia, que eso es nimiedad. Don Gregory es responsable de un señor desfalco al Poder Judicial que presidía y, aunque culpa de todo a un segundo ratero (FICREA), ello no le exime en absoluto.
Es como si usted alega que le asaltaron en la calle y le quitaron el dinero de la empresa para la que trabaja. Ok, todavía falta corroborar que en efecto ello ocurrió, pero en primera instancia: ¿qué chinga’os andaba haciendo en la calle con el dinero de la empresa?
Pérez Mata sostiene que no andaba haciendo nada malo, lo andaba invirtiendo para que diera réditos (¡Ah no, bueno, don Goyo, en ese caso hubiera comprado de paso también unos Melates, unos cachitos de lotería y dos boletos del Sorteo Tec). Pero sucede que el dinero del Supremo Tribunal NO es para invertirse. ¡No mame!
Don Greg debería estar a la sombra, calentando cemento, desde hace mucho, pero sus dotes de Perry Mason lo mantienen libre, tan contento y tan campante, chiflando como el Ratón Mickey en su primer cortometraje.
Obvio, tampoco es todo su mérito, mucho cuenta también ser aliado del monarca actual (y no, no hablo del Chivas), pero esa es también una habilidad propia del oficio: saber cuándo y con quién asociarse. Así que no le regateemos tampoco al Góber lo suyo. Recordemos que dice que es abogado y que ya amenazó con volver a litigar una vez terminada su gestión (llamado vocacional del que ya nos reímos bastante en una reciente entrega).
Felicidades pues, caballeros. Seguramente tuvieron mucho que celebrar y de qué ufanarse en el Día del Abogado, y no porque sean precisamente discípulos de San Ivo, pero sin duda, unos dignos representantes del tinterillo comarcano.
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