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Agresión
Un día, mientras veíamos un partido de básquetbol entre adolescentes, se acercó al entrenador uno de ellos que venía alterado. ¿Qué pasaba?, nos preguntamos el grupo de seguidores del equipo. Más tarde, en conversación con el entrenador, expuso la situación: “venía a quejarse de uno de los chicos”. El jovencito sufría las bromas pesadas de uno de los compañeros de su propio grupo hasta que no soportó más y se quejó con el entrenador. Habían sido días y días en que la molesta situación se repetía, hasta que el joven decidió a hablar con el coach.
Éste tomó la decisión de sancionar al joven que alteraba al muchacho y descomponía el juego. No había habido golpes, no se presentaron faltas a las normas dentro del juego, pero sí se trataba de un constante acoso del cual el agresor podía librarse, pues el asunto se quedaba en terrenos de una “carrilla” que no ameritaba tarjeta de expulsión.
Quien esto escribe escuchó del entrenador aquella expresión que desde entonces forma parte de una suerte de diccionario para definir la agresión: “agresión permitida o agresión fingida sigue siendo agresión”. La empleaba en situaciones como ésta y resulta de lo más gráfica para mostrar lo que en su entraña representa el término y las consecuencias que arrastra consigo.
Así funciona en el caso ejemplificado, en el tema del bullying, y del que aún en estos tiempos, donde verdaderamente se ha vuelto muy agresivo, todavía hay quienes lo minimizan diciendo que siempre ha ocurrido. Como si por haber ocurrido en tiempo pasado no fuese igual de reprobable.
Y, de la misma manera, la agresión fingida o la agresión permitida se presenta tan frecuentemente que ya hasta se fijó una fecha en el calendario para reprobarla: la violencia contra la mujer.
La mujer sigue sufriendo en estos tiempos una enorme desventaja y sigue siendo violada por su condición en sus derechos. Derechos que van desde la posibilidad de obtener un ascenso en instituciones de cualquier tipo, incluso educativas, hasta las de recibir salarios justos y trato igualitario en cualquier ámbito, ya doméstico, ya laboral.
Por fortuna, no es un tema en México en el que tengamos que generalizar. Los esfuerzos de la sociedad civil organizada, de los gobiernos y de los propios ciudadanos van en el sentido de reducir cada vez más los niveles de violencia.
Qué bueno que sí ocurra de este modo y que la desaprobación hacia conductas discriminatorias se generalice. Pues, entre otras muchas agresiones, aún resulta bochornoso escuchar entre hombres y mujeres por igual, de todos los estratos sociales, que algunas se visten de una forma determinada para gustar, para atraer. Y entonces, si son atacadas violentamente en su integridad “ellas se lo buscaron”.
Modelar pensamientos de respeto y reflexionar en esto para erradicar la violencia no es un asunto que ocurra de la noche a la mañana. Se trata de mucho platicar, de mucho enfrentar, de mucho discutir de la casa al aula, del aula a los espacios públicos. Un río de comunicación orientado al respeto y que privilegie el entendimiento.
Si bien es un asunto delicado, también requiere la atención de las mujeres, pues desgraciadamente muchas, un gran número, son las primeras en discriminar a la compañera de al lado o de no otorgarle los beneficios a que son merecedoras por años y años de trabajo. “Territoriales”, escucho con sorpresa decir a varias de ellas para defender el punto. “Así somos las mujeres y defendemos nuestro espacio”. ¿Territoriales? ¿Empoderadas? Creo que debemos asumir mejor los roles de mujer entera, integral, compañera, amiga, esposa, madre, hija y defender los derechos de hombres y mujeres por igual en un mundo al que precisamente lo que le falta hoy por hoy es respeto hacia el otro.
Ni agresión permitida, ni agresión fingida. Porque ambas siguen siendo, como escuché al entrenador en aquella ocasión, agresión.MAría c. recio