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Agresión pecaminosa
Cada fin de semana, muchos padres se sienten aliviados cuando su hijo o hija adolescente está de regreso al hogar, por lo regular a altas horas de la noche. De hecho, miles de padres dejan de angustiarse cuando sienten el accionar de la llave que abre la cerradura de la casa.
Pero aún así, muchos prefieren no encarar al chico o a la chica, y permanecer encerrados en su recámara, no vaya a ser que el chaval venga esta noche con ganas de bronca, frustrado, encabronado, alcoholizado o drogado…
De hecno, en este ambiente, agredir al padre o a la madre ya no es algo inconcebible ni inaudito. En otras palabras, el acto pecaminoso, blasfemo y antinatural que viola el mandamiento de ‘honrarás a tu padre y a tu madre’, ya no es tan respetado como una vez lo fue.
Niños y adolescentes han empezado a levantar la voz a sus progenitores (a su madre sobre todo), y en muy poco tiempo, el delito de maltrato a los padres, ha pasado de una estadística irrelevante a cifras preocupantes.
Las estadísticas de la agresión infantil también revelan un espectacular incremento de chicas que agreden a sus madres y de chicas que pegan a otras chicas. En fin, en la violencia y el maltrato, los géneros están ya casi a la par, cuando hace pocos años esa era una conducta abrumadoramente masculina.
Niños sin guía
Otro fenómeno preocupante es el bulling, en el que los maltratadores —infantes y adolescentes—, reproducen fatalmente el modelo del macho golpeador, por más que esos jóvenes hayan estudiado en colegios mixtos y se les suponga aleccionados en los valores del respeto, de la convivencia, de la comprensión y de la igualdad.
La gran mayoría de esos jóvenes, en edades de 10 a los 18 años, pasan con frecuencia por chicos normales y poco conflictivos que, por lo general, no cometen más delitos que levantarle la voz a sus compañeros y a sus hermanos…
Pero como ocurre con la violencia de género, la agresión atraviesa ahora todas las estructuras sociales, aunque, en este caso, se concentre, especialmente, en los hogares de las clases medias.
La pregunta del porqué de este fenómeno sigue en pie, admitida la transmisión intergeneracional de traumas y establecido que la familia es, a veces, la primera patología a tratar.
¿Qué está pasando para que niños y adolescentes opten por tiranizar a sus progenitores, a sus hermanos, a sus maestros y a las chicas que dicen amar?
Hablan los sociólogos
La respuesta prácticamente unánime de los encargados de encauzar la violencia de los menores es que hemos sustituido el modelo autoritario de ‘ordeno y mando’ por una forma de ser tan permisiva que ha resultado nefasta para la crianza.
“El principio de autoridad se ha debilitado y ni la sociedad ni la familia han sabido establecer otros valores apropiados para guiar la conducta de los hijos”, aseguran los sociólogos.
“Las agresiones a los padres y la violencia de género aumentan porque nos estamos equivocando gravemente en la educación de los menores”, explica la socióloga Ana Rodríguez, quien ha llevado a cabo un estudio sobre la violencia.
“La conducta infantil agresiva surge de un modelo permisivo e indulgente que genera niños individualistas y hedonistas, incapaces de aceptar la frustración”.
“Y como el antiguo modelo autoritario de familia no ha sido sustituido por un modelo alternativo verdaderamente efectivo, muchos padres no saben qué hacer con sus hijos. en fin...
Es posible que mucho de lo que sucede derive de la ausencia del padre o de la madre, bien porque la pareja se haya separado o porque el padre o la madre están muy ocupados con las responsabilidades de su trabajo”.
La propia Organización Mundial de la Salud ha declarado que la violencia se ha convertido en un problema mundial –y ha dicho que las sociedades modernas “no han logrado definir protocolos apropiados para detener lo que parece ser una pandemia de agesividad”. (Luis Barberia publica temas de interés para el diario El País)
Agresión pecaminosa
‘No levantarás la mano contra tu padre ni tu madre’, dice el primer mandamiento de la crianza. Pero esta antigua sentencia pierde cada vez más su validez.
Tenemos que volver a la enseñanza de valores, a socializar basados en la convivencia y al respeto mutuo”.
Expertos
Cómo ser un
mejor padre
Cuando se tiene un hijo, uno quisiera que llegara con un ‘manual de instrucciones’ sobre qué hacer en los momentos más difíciles. El problema es que, como los niños van creciendo, lo que nos podría ser útil en un momento dado, podría quedar obsoleto una hora después. Y eso obliga a los padres a reinventarse de manera constante.
Dicho todo lo anterior, veamos qué podemos hacer para ayudar a nuestros hijos en su desarrollo y disfrutar de su presencia, sin desfallecer en el intento.
Aquí tiene siete claves para lograrlo.
1Necesitamos conocernos mejor
No podemos orientar a los hijos si no hablamos con ellos de lo que les ocurre, si siempre caemos en el reproche, en el silencio o en sentimientos vacíos que nada aportan a la crianza.
El primer paso para gestionar algo es conocerlo. Por eso, necesitamos encontrar tiempo para la autorreflexión. Hagámonos preguntas sobre lo que está ocurriendo, y de ser necesario acudamos a personas de confianza para conversar sobre ello y encontrar mejores enfoques a nuestros modos de ver la vida.
2Dejemos los prejuicios a un lado
Nuestros hijos serán lo que quieran ser, no lo que nosotros nos empeñemos en que sean. Si estamos continuamente comparándolos con lo que nos gustaría que fueran, les estamos haciendo un flaco favor. Aceptarles sin expectativas es darles la libertad para ser ellos mismos. Por lo tanto, ponga a un lado lo que ‘podría haber sido’ y valore lo que es.
3Valore la paciencia
Los dispositivos móviles son una tentadora distracción para todos, pero es difícil educar a golpe de WhatsApp. Las emociones requieren de tiempo para ser digeridas, y construir una relación sana exige paciencia.
4 Nunca dejemos de escuchar
Cuando nuestros hijos son pequeños, muchas veces nos cuesta escuchar lo que dicen. Sus temas no siempre atrapan nuestra atención, pero si no los escuchamos cuando son niños, será más difícil que de mayores nos cuenten sus problemas. Necesitamos darles tiempo de calidad a lo que tienen que decir nuestros hijos.
5 No perdamos el optimismo
Necesitamos construir una forma de pensar amable. Si caemos constantemente en el victimismo y en el pesismismo, estamos creando un lastre, que nos vaciará la fuerza y la vitalidad. Comencemos a mirar el vaso medio lleno y a reírnos un poco más de nosotros mismos y de lo que nos rodea.
6 Aprendamos las lecciones de la vida
“La vida no es solo esperar a que pase la tormenta, sino aprender la lección de lo que cada tormenta nos enseña”. La vida nos da una lección a cada paso. Necesitamos encontrar esa lección en todo aquello que nos sucede. Por tanto, hazte siempre esta pregunta:“¿qué me está enseñando este momento o este episodio de la vida?”.
En definitiva, los mejores regalos que podemos dar a nuestros hijos son tres: valores para crecer, motivos para soñar y alas para volar. Cultive una actitud cercana, sin prejuicios y orientada al aprendizaje.