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Alán Carreón, el Prisma
Por varias razones el monólogo se +ha convertido en uno de los géneros dramáticos más recurrentes, especialmente en América Latina. Las circunstancias sociales, económicas y políticas han obligado a los teatristas a convertir el monólogo en una forma de expresión muy eficaz, esquivando así el problema de los dineros que exige una producción mayor.
En Saltillo se ha venido organizando desde hace años un Festival de Monólogos que recoge lo más destacado de este género hecho en la ciudad y en el Estado. Ignoro quién/es hace/n la selección y cuáles son los criterios que se adoptan, pero se supone que en ese Festival se ofrece lo mejor que se hizo durante el año.
Los participantes suelen ser grupos y actores independientes que se acogen a la gracia de las instituciones culturales oficiales. Es una de las formas en que estos grupos pueden sobrevivir, pues tales instituciones jamás cuentan con el presupuesto suficiente para brindar otro tipo de apoyos a la cultura, a esa misma cultura que hipotéticamente “promueven” y “difunden”.
Por fortuna, más allá de las fronteras de una también hipotética “política cultural”, grupos, directores, actores y personal técnico siguen haciendo teatro en la ciudad como si tuviesen un sólido respaldo y como si la respuesta del público fuese tumultuosa.
Pero sabemos que el único respaldo con que estos teatristas cuentan es su propio entusiasmo, nada más; su necesidad de expresarse, su amor por el teatro, para decirlo en pocas palabras y de manera sentimental. No tienen otro apoyo. Y saben que no hay en este país una forma de ganarse dignamente la vida dedicándose al arte. En México casi nadie podría vivir del arte y mucho menos amasar una fortuna.
Pero no es eso lo que mueve a Alán Carreón, un joven autor que ha escrito el monólogo “Tres ensayos sobre una escalera”, llevado al escenario por la actriz Nadia Carreón. El monólogo se presentó en varios espacios teatrales de la ciudad y fue, justamente, seleccionado para formar parte del conjunto de montajes que se verán en el próximo Festival de Monólogos, en los próximos meses.
“Tres ensayos sobre una escalera” es una estampa dramática que se despliega en tres esferas o episodios encarnados en otros tantos personajes: una abstracción, una mujer cautiva de la vida cotidiana y otra mujer aérea, una astronauta. La condición humana: eso es lo que une a tales entes hechos de palabras.
No hay aquí una historia que se cuente desde la convención dramática, pero las conexiones que el espectador es capaz de establecer de este lado del espacio dramático son innumerables. ¿Qué tienen que ver estos personajes entre sí y cuál es su relación conmigo? Ésa es la pregunta que empieza a abrirse desde que inicia de la función; ésa es la pregunta que quedará abierta cuando termine. La/s respuesta/s está/n en el público, quizás.
Desde Aristóteles, los teóricos han reflexionado mucho en torno de la estructura dramática. ¿Cuál es su forma ideal? ¿Cuál es su composición más “eficiente”? ¿El “planteamiento, el nudo, el desenlace”? Pero no vemos eso en “Esperando a Godot”, de Beckett, por ejemplo. O en “La cantante calva”, de Ionesco. Tampoco en muchísimos actos performáticos, tan en boga desde hace dos décadas.
El tríptico teatral de Alán Carreón se despliega ante el espectador sucesivamente: ¿podría invertirse el orden de las partes sin afectar el resultado? No. La mujer astronauta aborda su nave y viaja a la luna (“German Frau im Mond”: Mujer Alemana en la Luna, de Fritz Lang, 1929). El momento culminante del monólogo –para no hablar de clímax- es esa liberación, ese viaje al exterior que es un viaje al interior: una metáfora.
Hay una suerte de movimiento ascensor en este monólogo: se parte de un personaje que parece la representación de una abstracción parlante, luego se llega a un estadio que protagoniza la vida cotidiana –una mujer presa de los medios masivos de comunicación y de su miseria material y emocional o “espiritual”- y finalmente se arriba a otro plano, acaso el de la iniciación, que es el que encarna la mujer nauta.
No recuerdo si todos los personajes son femeninos o masculinos. Estoy seguro de que el segundo es una mujer; los otros son un tanto indefinidos. ¿La actriz –Nadia Carreón- habla “en masculino” cuando representa los personajes extremos? Es posible, pero en cualquier caso, la metáfora sigue en pie: se trata, me parece, de la historia de un aprendizaje, una “obra de formación”, como podemos leerla en algunas novelas emblemáticas, “Demian”, por ejemplo, o “Wilhelm Meister”… Pero la particular versión de Alán Carreón se mueve entre algunas corrientes revitalizadas como el dadaísmo, el expresionismo alemán, acaso el surrealismo. No hay, sin embargo, una historia en el sentido tradicional de la palabra; hay circunstancias encarnadas en personajes simbólicos.
Es necesario, como en toda obra de arte, ver más allá de lo aparente, leer más allá de lo impreso, escuchar más allá de lo audible. Entonces podremos asistir a lo que Juan García Ponce llamó “la aparición de lo invisible”. Los personajes que este joven autor instala en un espacio indeterminado cobran una vida igualmente indeterminada pero alegórica. Ellos existen desde una ilusión nutrida por los espectadores: son un contenido que adopta nuestra forma, esto es, somos su continente. “Madame Bovary c´est moi”, decía Flaubert: “Madame Bovary soy yo”. “Je est un autre”, dirá Rimbaud –y tal vez Alán Carreón-: “Yo es otro”.
¿Mímesis? No, el asunto no es aristotélico. “Tres ensayos sobre una escalera” no pretende la imitación de nada; se presenta, más bien, como la puesta en escena de una imagen poética que se despliega ante nosotros como un códice. Esos tres personajes parecen las caras de un solo cuerpo geométrico y ese extraño prisma exhala significados que llaman a nuestras “puertas de la percepción”, no sé si más acá o más allá de la conciencia.
Hay que congratularnos por la aparición de un nuevo dramaturgo en esta ciudad que disfruta de una imparable efervescencia teatral y artística, a pesar de la molicie de las instituciones culturales que siguen durmiendo el sueño de la indiferencia. Ojalá que la capilla ardiente del elitismo no extienda sus garras hacia este joven escritor y que Alán Carreón no se deje seducir por el estéril aunque rentable canto de algunas sirenas.
Por otro lado, es necesario subrayar el trabajo de la actriz Nadia Carreón, quien supo imprimir a cada uno de estos personajes una personalidad y unos rasgos distintivos. Nadia es egresada de una de las escuelas de teatro que auspicia la Universidad Autónoma de Nuevo León, pero no fue su carrera universitaria solamente lo que la hace una actriz, sino su gran capacidad histriónica, sin duda alguna.
Y ya que estamos en esto, ¿alguien sabe por qué nuestra Universidad Autónoma de Coahuila ha esperado tanto tiempo para abrir una escuela de artes escénicas en Saltillo? Si hay una licenciatura en Letras
Españolas -que es necesario apuntalar-, una escuela de Danza, una de Música, una de Artes Visuales, ¿qué tanta burocracia hay que salvar para emprender una licenciatura en Teatro e incluso en Cine?