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Amar a Saltillo
Por esta época del año, se destaca a lo largo de la ciudad una hermosa profusión de coloridas flores, ya en los árboles que no las regalan al inicio de la Primavera, como es el caso de los truenos (o troenos, les dicen algunos), ya en arbustos que adornan con esmero varios puntos de Saltillo, como es el bulevar Venustiano Carranza.
Los truenos despiden un aroma especial que, al amanecer, resulta de una frescura de estreno. Por la tarde, arreciando el calor, suelen cambiar de aroma y entonces sentirse un leve olor a hierba quemada.
Se trata de un bello espectáculo del cual disfrutamos por una temporada corta. A la llegada de los calores extremos de julio y agosto, los paisajes que ofrecen los truenos vuelven a su habitual verde olivo, y luego, en septiembre y octubre sus compañeros árboles verán empalidecer o convertirse sus hojas en tonos dorados, rojizos, ocres.
Con el tiempo, la fisonomía de Saltillo en este aspecto se ha transformado. Al subir al Mirador, la Plaza México, de nombre oficial, y contemplar el valle se puede constatar cómo se han registrado estos cambios de pocos años para acá. Una extensa mancha urbana es sin duda el elemento más evidente. El Saltillo que, a ratos, muchos no quisiéramos haber visto de esta manera. Sin embargo, en ese crecimiento, que se nos antoja tan sin ton ni son en muchos sentidos, los otrora manchones verdes se han transformado en decididos paisajes contundentes, donde además de destacar la Alameda Zaragoza, sobresalen otros puntos más que se han consolidado como pulmones verdes.
Una ciudad como la nuestra, con el crecimiento que en los últimos años ha experimentado, muestra todos los días las complicaciones que el crecimiento le ha hecho derivar. En el ámbito del paisaje urbano, uno de esos problemas se está presentando de nuevo. El grafiti. Si observamos con detenimiento, empiezan a aparecer de nuevo las manchas a limpios muros de la ciudad. Cosa muy distinta a los letreros de ciertas organizaciones civiles que llaman a la lectura de poesía o a la concienciación sobre el necesario cuidado de la Sierra de Zapalinamé. También muy distinto a los murales que con motivos nacionalistas o regionales se encuentran ubicados a lo largo y ancho de las vialidades. Todos estos últimos, de encomiables propósitos.
No. Se trata de pintas que degradan el paisaje arquitectónico de la ciudad. Pintas que de ningún modo favorecen la belleza citadina (tal y como ocurre con la enigmática presencia de tenis colgados en cables eléctricos. Algunos de ellos, ya en pleno centro de la ciudad). Grafitis que han alcanzado a la misma Catedral de Santiago, en su costado poniente, sobre la calle Bravo.
A muchos problemas se enfrenta Saltillo en estos tiempos. Demanda de nosotros una observación aguda, un cuidado más comprometido y una conciencia más crítica. El crecimiento desordenado agrega a estos problemas de orden estético los de la suciedad y el descuido.
Indispensable que, en casos tan importantes como el de salvaguardar un espacio como es el de los terrenos donde se libró la batalla de La Angostura, las autoridades y los ciudadanos impidan que en esos lugares permanezca el descuido y en el peor de los casos, alcance ahí, sin consideración alguna, la mancha urbana.
En otros países, hay una enorme cultura de recordar a quienes cayeron en campos de batalla, que dejaron su vida luchando, regándose su sangre; es una cultura de respeto, una cultura de homenaje. En el municipio de Saltillo se libró una cruenta batalla que forma parte de la historia de nuestro país. Y las condiciones de suciedad en que se encuentran áreas de ese lugar son para darnos pena.
Una ciudad en constante desarrollo que debe cuestionarse hacia dónde la conduce su crecimiento. Muchas son las cosas bellas que la favorecen. Es una ciudad con muchos atractivos. No le quitemos su paisaje. No le restemos su belleza. No cedamos a la tentación de primar el sentido económico que pudiera representar por encima de sus valores culturales y éticos. Intentemos que siga siendo la acogedora anfitriona que sí es, pero que nadie venga a romper su esencia y su espíritu. No lo hagamos tampoco nosotros mismos, quienes aquí nacimos y quienes han decidido amarla viviendo aquí.