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AMLO

AMLO es el caudillo de una anhelada revolución sin manos, sin armas, con la que siempre ha soñado nuestro pueblo

“El revolucionario más radical se volverá conservador al día siguiente de la revolución”.

Debe el pueblo mexicano tener esta frase a la mano, en donde pueda recordarla con facilidad, tras haber logrado una participación electoral récord y con ésta, la elección del presidente con mayor aquiescencia popular de nuestra vida democrática.

El domingo, Andrés Manuel López Obrador pasó de “Presidente Legítimo” (esa investidura de papel que se inventó en respuesta a su primera intentona) a ser el Presidente más votado en la historia de México.

Pero aludo a la frase inicial de la pensadora y teorista política alemana, Hanna Arandt, porque será bueno recordar que, en cuanto se coloque la banda presidencial (y quizás desde meses antes, si no es que desde hoy) AMLO ya no es el enemigo del sistema, sino el sistema mismo. Otra cara, una nueva versión, pero el sistema.

AMLO es el caudillo de una anhelada revolución sin manos, sin armas, con la que desde hace mucho sueña nuestro pueblo… quizás.

Si consigue elevar de manera perceptible y sustentable (no a través de la gratuidad) el estándar de vida, si encarrila las instituciones dentro del rumbo de la justicia social y si sienta las bases para una emancipación en la relación pueblo-gobierno, es decir, si alienta el empoderamiento ciudadano, dicha revolución será la largamente anhelada por México.

De lo contrario, sólo habrá sido su estéril y muy personal lucha por derrotar al sistema en su propio juego, lo que aun así no sería poca cosa (ver a un hombre vencer en épica batalla al Estado, no deja de causar fascinación masiva) pero distaría mucho de ser el movimiento regenerador, la cuarta transformación que tanto proclama.

Si no materializa estas tres aspiraciones (bienestar, justicia social y empoderamiento) y, al igual que todas las demás fuerzas políticas, sólo se preocupa en la perpetuación de su proyecto, allanándole el camino de la sucesión a su partido o (en el escenario más “venezopocalíptico”) a su propia persona, estaremos viendo la misma vieja película que la Historia mundial no cesa de proyectar por todo el mundo: la de la revolución que sólo favoreció  a sus generales y los convirtió en una élite que terminó bailando vals con la misma plutocracia que juraban aborrecer y combatir a muerte.

Pocas cosas deseo menos que la consolidación de MORENA como partido político, porque en efecto, está a nada de ser el nuevo PRI con sabor al viejo y tradicional tricolor.

La experiencia nos enseña que ningún grupo u organización debe concentrar tanto poder y es todavía más preocupante dada la proclividad de MORENA al fundamentalismo.

AMLO tendrá el tiempo contado y escaso para tender los rieles que tracen nuestra dirección o bien, lo malgastará apagando fuegos con el ineficaz extintor del asistencialismo. Ojo: no estoy diciendo que la asistencia social deba desaparecer, pero no puede estar más supeditada al proselitismo político y debe suministrarse junto con políticas de desarrollo humano o no pasará jamás de ser inútil paliativo para una dolencia crónica.

Si sólo piensa aplicar la receta a medias, se volverá el mesías de pacotilla que aseguran sus malquerientes. Pero si aplica el placebo al mismo tiempo que la vacuna de acción prolongada, quizás coloque una modesta piedra en la que podamos fincar un futuro en el que no seamos rehenes del Gobierno en turno y la partidocracia.

Por paradójico que resulte (para un político de corte populista), de querer hacer bien las cosas, su misión será precisamente esa: destetarnos del paternalismo gubernamental, pero dándonos al mismo tiempo la garantía y la certidumbre de que las instituciones funcionan en nuestro beneficio y no como peculio de una élite burocrática o trampolín electoral.

La aprobación con que AMLO arrasa la elección es altísima. Prácticamente duplica la votación obtenida por Vicente Fox Quesada en el año 2000, y eso que entonces el sufragio popular también se volcó masivamente con el triunfador por la esperanzadora alternancia que representaba.

Pero mantener los presentes niveles de aprobación es materialmente imposible. El ejercicio del poder desgasta y aquí es donde los gobernantes se debaten entre mantener su promedio en el aplausómetro mediante el paliativo populista, o aplicar medidas incómodas (o quizás intangibles y por consiguiente imperceptibles) pero necesarias e impostergables, aunque no granjeen aplauso fácil o querencia popular.

Y es allí donde los caciques se separan de los hombres de Estado, y el próximo Presidente de México guarda dentro de sí, latentes, ambas posibilidades. Sepa, don Andrés Manuel, que México no necesita ni uno más de los primeros y echa en falta demasiado a los segundos.

Somos al día de hoy más de 127 millones de mexicanos. Le suplico no nos decepcione.

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