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Ángeles entre nosotros
La misión de los ángeles es servir como intermediarios entre los hombres y el Reino de los Cielos.
A menos, claro, que se trate de los Ángeles Azules, cuyo inminente propósito es llevar a los mortales su mensaje de sabrosura y guapachosor.
Yo, decidida y definitivamente, paso. Y no se crea que por la preservación de un presumible status de intelectualoide contra pedestres desfiguros en la pista de baile (si alguien ha hecho osos en su vida, soy yo). Es simple y llanamente que nací con una disfunción dancística tal que si la autoridad viera mi desempeño en la duela me otorgaría, sin más preguntas, mi permiso para estacionarme en el cajón de los discapacitados.
Estoy bien consciente, sin embargo, de que mover el bote es una de las principales debilidades de este pueblo estoico y danzonero, y pareciera que no hay desgracia, tragedia, calamidad o gasolinazo que no olvidemos luego de un buen bailongo.
Se dice, de hecho, que de materializar Trump su promesa de campaña de construir un muro fronterizo, los más beneficiados seremos nosotros pues ya tendremos mucha barda para publicitar bailes masivos.
Los Ángeles andan de gira por todo el Estado. Visitando las principales ciudades de Coahuila, desde Iztapalapa, Los Ángeles Azules, traídos hasta ustedes por el gentil patrocinio de otro Ángel, el de la Desventura: Miguel Ángel Riquelme.
Pese a que el resultado de la pasada elección estatal aún se encuentra en disputa y bajo la escéptica reserva de una considerable parte de la población, el excandidato priísta y virtual “ganador” del proceso no consideró prematuro llevarle el jolgorio a los coahuilenses para cantar victoria y de paso cantar también “Diecisiete Años”.
Es la tercera llamada, toca el turno a “Moreira Tercero”, alias Miguel Riquelme, para hacerle al pueblo coahuilense la promesa fácil, recetarle el discurso hueco y darle más demagogia con menos política.
Recordemos que la piedra fundacional del actual régimen es el jolgorio, la exaltación de nuestros valores más chabacanos. Que haya fiesta, aunque no exista una razón muy clara para celebrar; que siga la música, aunque la cosa esté para llorar. La consigna es bailar y no pensar. Celebrar, aunque sea un velorio.
Fue “Moreira Primero, El Bailador”, quien demostró a sus correligionarios cómo funciona su infalible fórmula de hacer política: ponlos a danzar y, por una asociación de la memoria muscular, la gente pensará que está de fiesta y que tú eres la quinceañera. Al mexicano promedio, estando de pachangón, se le olvidan en automático sus deudas y compromisos. ¿Cómo se podría ser más dichoso?
Se dice que con esta Gira de la Gratitud de “Los Ángeles Riquelmes”, se paga un compromiso de campaña. ¿En qué país se aceptaría un bailongo como promesa electoral? Exacto, en el país más cascabelero y argüendero de este lado del planeta.
Desconozco si estos bailes los paga el PRI, el Gobierno o el propio Riquelme, aunque algo me dice que, en cualquier caso, somos nosotros quienes los costeamos de nuestros impuestos.
Lo importante, de cualquier manera, es lo que estos jaleos cumbiamberos representan. Su concurrencia, no me queda otra cosa más que decirlo, conforma ese segmento de la población que nos cuesta tanto reconocer, ese segmento que por ignorancia o simple conveniencia sostiene al priato más rancio y al moreirismo más pernicioso.
No podemos ignorarlo, tenemos que reconocerlo y ver en esta gente al aliado más valioso de nuestros enemigos: esa parte de nosotros que al son de cualquier ritmo huaracheable se deja llevar por lo más básico y se olvida de razonar, de sus propias carencias y de todo lo perverso que puede llegar a ser el mismo que le está poniendo la música.
Sé bien que ni usted ni yo ni nadie que lea esta columna –¡bendito sea Tezcatlipoca!– experimentaremos jamás el bochorno de encontrarnos y tener que saludarnos en un baile de Los Ángeles auspiciado por el PRI.
La pregunta es ¿qué vamos a hacer con todos los que sí? ¿Quién los va a educar en lo civil, en lo político, en lo histórico? ¿Quién les va a enseñar a reconocer a su victimario y a dejar de glorificarlo? ¿Quién les ayudará a emanciparse y de paso dejar de robustecer a la dictadura que nos tiraniza?
Treinta y seis mil millones de pesos después, estamos justo en donde empezamos. Con un pueblo tan rupestre que se le encanta con música y baile. La única diferencia es que Humberto podía bailar para seducir él mismo a sus seguidores, mientras que el carismático Riquelme tiene que invocar a los mismísimos Ángeles (Azules) para que hagan esta chamba por él.
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